La Orquesta Nacional Filarmónica de Rusia, bajo la dirección de su titular Vladimir Spivakov y con Ivan Bessonov como solista, presentó un repertorio puramente ruso en el segundo concierto ofrecido en Madrid: el Concierto para piano y orquesta núm. 2, de Rachmaninoff, Romeo y Julieta y la Sinfonía núm. 5, ambas de Chaikovski, fueron las obras escogidas para la ocasión.
Romeo y Julieta abrió la primera parte de la velada. Fue expuesta con claridad en todas sus secciones por Spivakov, con gesto austero, preciso y sin recrearse en el rubato melódico. La orquesta mostró un buen empaste, con destacables intervenciones de la cuerda -sobre todo de los violonchelos- y de la sección de maderas. La fluidez rítmica, el control de los clímax y la contundencia dinámica fueron los aspectos más remarcables de esta sucinta versión.
Ivan Bessonov atacó los primeros compases del Concierto para piano y orquesta núm. 2 de Rachmaninoff con seguridad y energía. Formación y director cohabitaron con verdadera naturalidad junto al solista en el Moderato, donde Bessonov, preciso y ágil, destacó por su gran sutileza en el fraseo y por el virtuosismo en los pasajes de alto riesgo técnico, abordados con naturalidad y resolución. La misma delicadeza, convicción interpretativa y complicidad pudieron percibirse en las interacciones del piano con la orquesta o con las inspirados solos de flauta y clarinete en el Adagio sostenuto, sin perder en ningún momento la continuidad. En el Allegro scherzando, de gran virtuosismo y brillantez rítmica, el exceso dinámico orquestal cubrió al piano en los pasajes más encendidos. La extraordinaria interpretación de Bessonov fue corroborada por la exquisita propina brindada al público: la Traümerei de Schumann. Versión sutil y concentrada, por parte del joven pianista ruso, que arrancó los más calurosos aplausos del entregado auditorio.
Finalmente, la Sinfonía Núm. 5 de Chaikovski fue la obra encargada de cerrar concierto. La orquesta rusa mostró en ella sus mejores cualidades: gran empaste entre todas las familias instrumentales, una sección de cuerdas muy bien cohesionada -donde los violonchelos resaltan por su calidez y entrega interpretativa-, maderas nítidas y ágiles, así como una sección de metales brillante y absolutamente precisa en la emisión. Al igual que en Romeo y Julieta, Spivakov primó el rigor expositivo, la continuidad del discurso y la amplitud sonora y dinámica frente al pathos romántico.
La formación orquestal respondió con total atención a las eficaces y sobrias indicaciones de su director. Las acertadas intervenciones de los clarinetes -apoyados por las cuerdas graves- dieron el adecuado impulso al primer movimiento, Andante-Allegro con anima, vibrante y espontáneo en su discurrir. La trompa solista, contrapunteada por el clarinete, mostró con elocuencia el tema nostálgico del Andante cantabile con alcuna licenza, al igual que el oboe en el segundo motivo temático o los violonchelos en sus sucesivas repeticiones. Brillante y luminosa fue la cita del tema del primer movimiento por los metales antes de la reexposición del tema del Andante por chelos y maderas. El final del movimiento restó algo de carácter trágico por la falta de intensidad expresiva en las presentaciones temáticas de las cuerdas.
El Valse: Allegro moderato se desenvolvió con fluidez, desgranando con precisión el entramado contrapuntístico propio de sus secciones intermedias a través de las nítidas articulaciones de cuerdas y maderas. Sin pausa entre movimientos, la cuerda presentó con firmeza el tema principal de la sinfonía en el Finale, sumándose paulatinamente cada sección instrumental. El despliegue del movimiento fue muy bien controlado y construido por Spivakov. La formación orquestal -totalmente entregada- se mostró precisa al abordar el amplio panel de secciones rítmicas contrastantes que lo configuran, creando un poderoso clímax final que arrobó al público presente. Si es cierto que la versión podría haber ahondado más en el inmenso océano sonoro que representa esta sinfonía, es justo decir también que la interpretación no decayó en ningún momento pese a cierta cutánea exhibición.
La jornada culminó con la arrolladora Lezginka de Khachaturian, brillante cierre a la rusa.
Juan Manuel Ruiz
Ivan Bessonov, Orquesta Nacional Filarmónica de Rusia / Vladimir Spivakov.
Obras de Rachmaninoff y Chaikovski.
Ibermúsica. Auditorio Nacional de Música, Madrid.
Foto © Rafa Martín | Ibermúsica