Como cierre de su Ciclo Recitales y Música de cámara, la OSCyL programó al Cuarteto Belcea: Corina Belcea-Fisher (que toca un Guadagnini 1755) y Pablo Hernán Benedí (español en lugar del Sr. Schacher, de baja en este programa), violines; Krzystof Chorzelski, viola (Nicola Amati, ca. 1670) y Antoine Lederlin (con un Mateo Gofriller 1722), cello.
Fundado en 1994 por la violinista rumana y el viola, está en Residencia en la Guildhall School of Music and Drama de Londres y, desde 2011-12, en el Koncerthaus de Viena, junto con el Cuarteto Artemis. Sus integrantes fueron compañeros en el Royal College londinense Primeros Premios en los Concursos de Osaka y Buenos Aires. En 2016 estrenaron "Cuarteto nº 4" de Penderecki encargo del CNDM español. Desde la 22-23 son cuarteto asociado del Cuarteto Ebené. Destacan sus grabaciones de integrales de cuartetos de Bartók, Beethoven, Brahms y Britten. La Fundación Belcea apoya tanto a compositores como a grupos jóvenes y a la música contemporánea.
El programa se abrió con el juvenil y plácido Cuarteto nº 10 en Mi b. M., op. 125/1, D. 87, (1813), que Schubert compuso con 16 años, recién egresado del Royal College, por lo que el Belcea ha bebido de esa tradición. Aún conserva influencias de Mozart (particularmente en su Adagio) o del mismo Salieri, por quien el autor tenía especial aprecio, pero anuncia ya su personalidad distintiva ampliando sonoridades, pues su juventud le impelía a ello. La versión fue perfecta por la elegancia, riqueza dinámica y de acentos y los timbres de cada instrumento realmente igualados en el Allegro inicial.
El Scherzo. Prestissimo-Trío fue un auténtico juego con el breve Trío exacto. Para el Adagio reservaron la primera exhibición de equilibrio en toda la gama de volúmenes, con la viola soportando su parte como un atlante, el cello como una fuente de hermosos armónicos y el canto magnífico de la violín, bien doblada por su colega, de una musicalidad extrema. El Allegro final trajo vivos diálogos a dos en diferentes combinaciones, todos medidos y expresados por igual, permitiéndose incluso la broma del viola pellizcando en tiempo y tono el cello presentado por su colega. Todo un modelo de buen gusto, humor y ambiente jovial.
En duro contraste por su crudeza vino el Cuarteto nº 8 en Do m., op. 110 (1960) de Shostakovich, escrito en el Dresde destrozado por los bombardeos en tan sólo 3 días y con dedicatoria ""a las víctimas de la guerra y del fascismo"". Si a ello añadimos el diagnóstico de su grave enfermedad, no es de extrañar que esta obra tuviera cierto carácter antológico por las diferentes citas de su propia obra anterior y esa especie de firma musical con las notas Re, Mib, Do, Si, que se corresponden con sus iniciales en la notación alemana.
La interpretación del Belcea fue portentosa, poniendo el alma en cada tema de cada movimiento y en cada nota tocada, en un estudio completo de los estados de ánimo en cada uno de los 5 movimientos, que se comunicó a la sala conmovida ante tanto sentimiento. Ya la entrada del primer Largo, fue tan dolorosamente fúnebre que anticipó cómo iba a ser el resto, con citas de sus Sinfonías 1 y 8 y de su motivo-firma en el primer violín y la viola (qué labor de apoyo y faro para el cuarteto con su expresión corporal y sapiencia en todo el concierto) y qué buen hacer el de Cristina Belcea, con un color de sonido contagiado a todo el grupo. Impresionante siguió sin pausa, como todos los movimientos se van así sumando, el Allegro molto, con ese tema judiío que suena trágico y desesperado oculto en el aire de danza, y tras haber sonado en los violines la cita de su "Trío con piano nº 2".
Qué bien ese complicado tejido del Allegretto, con las oposiciones tonales que plantea, característica del autor, y la cita de su "concierto para Cello nº 1", que Lederlin bordó y Belcea prolongó para atacar el 2º Largo, con su tema ruso y cita del Aria del Acto III de su ópera "Lady Macbeth de Mtsensk", donde los aparentes disparos hechos con precisión y sentido por el Cuarteto y ese nuevo tema pianísimo que, dicen, simula el zumbido de aviones y helicópteros, hablan del terror de la gente y cómo el apunte del "Dier irae" y el "motivo" desordenado, llevan al 3er. Largo final, especia de elegía póstuma para rematar la obra. Si Schubert ya fue ovacionado, ahora la reacción del público enmudecido fue explosiva, pues la versión del Belcea fue extraordinaria desde cualquier punto de vista.
Y aún quedaba Beethoven y su Cuarteto nº 7 en Fa M, op. 59/1 "Razumovski" (1806), que compendiaba los humores anteriores: el amable del Schubert y el trágico del Shostakovich, pues de todo hay en la partitura. Nada fácil tampoco de expresar, si no fuera por esos cuatro arcos magistrales. El cantabile del cello en la apertura respondido por el violín y el trío a continuación fue hermoso, como la manera avanzada del autor, ya presente en armonías que no siguen la melodía, no repetir la exposición y un desarrollo más amplio. También el máximo de inventiva que muestran el Allegretto y siguientes, con el cello mostrando su calidad y empaste con el violín como piedras de una misma joya engastadas con sus dos colegas.
Lento y triste fue el Adagio molto, reflejando el dolor de Ludwig por la muerte de su hermano Carl y fin de ese matrimonio, que trajo peleas con su cuñada por la custodia del hijo- sobrino; el movimiento es grande y la traducción de los intérpretes también, como el Allegro final y su canción rusa, que probablemente Beethoven leyó en un Cancionero de la Bibliotecaa del Príncipe mentor y dedicatario, con el sufrimiento de una madre por estar su hijo en el frente y que el autor trocó en tema alegre.
Los 9 compases finales cadenciales remataron el buen hacer del Belcea, que conoce en profundo la obra, y que llevó al público a un nuevo éxtasis, "obligando" literalmente al Cuarteto a añadir nada menos que el Andantino del Cuarteto para cuerdas de Debussy, como una muestra más de ese modo de hacer reinar la Música pura sobre un escenario.
José M. Morate Moyano
Cuarteto Belcea
Obras de Schubert, Shostakovich y Beethoven
Auditorio Feria de Valladolid