La directora italo-turca Nil Venditti con la Real Filharmonía de Galicia, ofreció en su programa la Sinfonía nº 2, en Re M. Op. 35, de Louise Farrenc; el arreglo para orquesta de cuerdas del cuarteto I Crisatemi, de Puccini y la Sinfonía nº 4, en La M. (Italiana), de F.Mendelssohn. La directora, con un primer premio del Concurso Claudio Abbado, estuvo al frente de formaciones como la O. de los Países-Bajos, la Liverpool Royal Philharmonic, la O.S. de Lucerna, la Ulster Symphony O., La Irish National Orchestra, la Orchestra Nationale Bordeau (Aquitania), la O.N . Capitolle de Toulouse, la O. d´ll Arena (Verona) o el Ensemble Anarya de Ankara.
Louise Farrenc, se una a la nómina de compositoras de las que hemos tenido constancia en fechas recientes como es el caso de Germaine Tailleferre, en su ballet Marchand o el de Augusta Holmes, compositora por descubrir a través de tres de sus mélodies en arreglo orquestal de la gallega Carme Rodríguez, en interpretación de la soprano Natalia Labourdette. De Louis Farrenc, la Sinfonía nº 2, en Re M.Op. 35, una compositora que había recibido un primer reconocimiento por Robert Schumann en el Neue Zeitchrifs für Musik, tras haber conocido su Air russe varié, Op. 17. En principio y su nombre de entonces era Jeanne -Louis Dumont, hija de una familia de reconocidos artistas, comenzando por su padre Jacques -Edme Dumont, un escultor que llegaría a ganar el Prix de Rome, desenvolviendo sus primeros devaneos con el mundo artístico en los medios de la Sorbona, en medio de un clima liberal y estimulante, realizando sus primeros estudios de piano con Cécile Soria, alumna de Muzio Clement. Paso previo a los años de ampliación en el Conservatorio parisino, donde seguirá el magisterio del maestro Antonin Rejcha, hasta el año 1821.
Su matrimonio con el flautista Aristide Farrenc, condicionó la posible evolución de una carrera como solista, teniendo en cuenta que su pareja era perfectamente consciente de su capacidad como intérprete, evitando el caso de otras artistas de su época que acabarían condenándose al ámbito familiar. Juntos iniciarán una larga carrera de giras, manteniendo en repertorio obras para dúo de flauta y piano, mientras que ella sabrá cuidar las inquietudes compositivas. En sus apetencias, la creación de una productora Editions Farrenc, iniciativa en la que bastante que ver tuvo Aristide. Volverá a recuperar la docencia de Rejcha, especialmente en armonía y contrapunto, fuga e instrumentación que se mantendrá hasta 1826.
La aceptación parisina, llegará por una serie de mélodies y piezas para piano muy á la page, y entre las que alcanzarán cierto galardón las Variacions brillants sur un thème de La Cenerentola de Rossini Op. 5; el Rondeau sur des thèmes d´Euryanthe de Weber Op. 11 antes de probar en la aproximación a las formas populares, entremezcladas con dos de sus oberturas orquestales Op. 22 y Op. 23 de 1834; los dos quintetos para piano Op. 30; la Sinfonía nº 1 en Do m. Op.32 (1841) o la Sinfonía que escuchamos, la Op. 35, en Re M.(1845), en realidad su obra más conseguida por su amplitud de miras y ambición, que se expresa dentro de la tradición que impregnó el conjunto de sus trabajos y de la que junto a la siguiente, la Sinfonía nº 3, en Sol m. Op. 36 (1847), disponemos de un registro modélico con Les Solistes Européens, dirigidos por Christopher König. La pérdida de su hija la llevaría al abandono de su vida creativa, dedicándose en exclusividad a la docencia, publicando a medias con Aristide el tratado Le Trésor des pianistes. Como en tantas compositoras de su época, las pretensiones de probar con la ópera, no pasaría de una vaga ensoñación. Nit Venditti fue la artífice en este descubrimiento para una composición que respondía a esos parámetros enmarcados en un romanticismo sin alardes ni pretensiones y dentro de unos perfiles que podría evocarnos al primer Beethoven, al que se sentía próxima-especialmente en los movimientos extremos Andante- Allegro-, pero en un ejemplo de obras de cuidada factura y de claridad en su frescura de exposición que respondía a las exigencias del momento.
Puccini con I Crisantemi (Crisantemos), composición para cuarteto de cuerdas y que con cierta frecuencia escuchamos como una curiosidad de un músico como Puccini, relacionado casi exclusivamente con la ópera. Una pequeña composición que en definitiva relacionaremos con Manon Lescaut, y con una íntima vivencia fechada el 18 de enero de 1890, día del fallecimiento de su apreciado Amadeo de Saboya, Duque de Aosta, al que se sentía cercano, casi en grado de veneración. El impacto de la situación le llevó a componer el cuarteto de siete minutos, profundamente lírico en el espacio de una noche. Alusiones del mismo, se encontrarán en los dos últimos tiempos de Manon Lescaut, en concreto lo dúos entre Manon y De Grieux. La orquestación para grupo de cuerdas posterior, será un trabajo Blair Johnston. El cuarteto había tenido su estreno con el Cuarteto Campari, en Milán y Brescia con éxito notable, un período en el que además, Puccini terminará los Tre minuetti, de los cuales, el primero, en La M., muy elaborado, pertenece a los primeros movimientos introductorios, ligeros y leves de la misma ópera. Obra delicada y sensible que se ajustaba a la ofrecida de Louise Farrenc.
F. Mendelssohn con la Sinfonía nº 4, en La M.Op. 90 (Italiana), aceptada como la más equilibrada del corpus sinfónico, en acepción de Chantavoine, que nos descubre la importancia del tratamiento ligero de los saltarelos y las danzas, evocadores de personajes románticos , ciertamente convencionales, descritos por unos cuadros muy distantes a los que pintará Berlioz en Harold en Italia, arrebatados como es de esperar, pero no menos, aunque sin descuidar en planteamiento de su escritura, claramente mediterránea, que contribuye a perfilar sus delicadezas. Un Allegro vivificante en 6/8 impetuoso y animado en una ascendente evolución, marcada por los violines para entregarnos a los instrumentos de viento, que se convirtieron en necesarios protagonistas, antes de quedarnos con un pasaje en piano y un desarrollo polifónico de dos temas. El Andante, con un aire en forma de línea conductora, resultaba una especie de balada en legato de talante sombrío, a cargo de oboes, fagot y viola y que para estudiosos, insinúa un aire bohemio de canto de peregrinos. Un tiempo que para mayor abundamiento se cierra en un pianissimo meditativo.
Con moto moderato, en La M., efectivamente un scherzo dentro de una evolución convencional en el que se repartían motivos de la familia de los violines, opuestos a las maderas que, con sus evoluciones, no dejaban de expresar su importancia en la desenvoltura del tiempo, con atractivos episodios que manifestaban la importancia que en él descubrimos. Apuntes de trompa, conformaban el trío central, recreando una atmósfera encantada muy en las proximidades del típico nocturno o de El sueño de una noche de verano, obra que aleteaba insistentemente en su imaginario. El Presto de conclusión, resultaba el necesario contraste para este pretendido equilibrio, un final en forma de saltarello, atractivo y contagioso que puso en nuestra percepción el modismo de la tarantela italiana, movimiento pues clave para ubicarnos en el contexto de la sinfonía, en un entusiasmo arrebatador.
Ramón García Balado
Real Filharmonía de Galicia / Nil Venditti
Obras de Louise Farrenc, Puccini y F.Mendelssohn
Auditorio de Galicia, Santiago de Compostela
Centro Cultural Afundación, Pontevedra