Hace algo más de cuatro años, a principios de mayo de 2020, Cristian Macelaru tenía que haber dirigido la versión completa del ballet El príncipe de madera, de Béla Bartók, al frente de la Orquestra Simfònica de Barcelona i Nacional de Catalunya (OBC). No pudo ser: apenas una semana antes, L’Auditori suspendió toda su actividad debido a la pandemia de covid. Pues bien, el pasado 8 de noviembre el director rumano pudo sacarse esa espinita y dirigir una obra que casa perfectamente con el lema que preside la actual temporada: “(Contra)natura”, esto es, la relación ambivalente que une al ser humano y la naturaleza. No en balde este ballet es un extraño cuento en el que un hada hace que el bosque y el río cobren vida para oponerse a un príncipe y más tarde rendirle homenaje.
De esta obra suele escucharse la suite preparada por el propio Bartók, no tanto el ballet completo, que es lo que dirigió Macelaru. De hecho, esta era la primera vez que la OBC lo interpretaba. Dada la calidad de la música, fue un acierto, como lo fue también la proyección de sobretítulos en los que se explicaba paso a paso la acción del ballet, un recurso ya usado esta misma temporada con el Daphnis et Chloé de Ravel que enriquece la escucha.
Macelaru parece sentir una fascinación especial por esta obra. En junio de 2022 la grabó para el sello Linn y, visto el modo de desenvolverse ante la OBC, su familiaridad con ella es total. Aunque dirigió con la partitura delante y sin saltarse una sola página, cada uno de sus gestos e indicaciones revelaba que no solo conoce al detalle esta música, sino que tiene también una idea muy clara de lo que quiere en cada momento y de cómo conseguirlo de una orquesta que, a la vista de los resultados, estaba plenamente motivada.
La versión que ofreció fue así ejemplar: el misterio de la introducción o el de la segunda danza, la de los árboles; el carácter grotesco de la cuarta, la de la princesa con el príncipe de madera; los inquietantes apuntes casi expresionistas de la quinta, o el sutil impresionismo de la sexta fueron algunos de los momentos memorables de una lectura apabullante desde el punto de vista sonoro, plástica por su capacidad evocadora e imbuida de principio a fin por el espíritu de la danza. La orquesta rindió a un alto nivel, tanto en conjunto como por secciones (violoncelos y contrabajos en el encuentro entre el príncipe y el hada) y a nivel de solistas (clarinete, contrafagot, trompa…).
El príncipe de madera era la obra que cerraba un programa que se había abierto con uno de los grandes conciertos del repertorio romántico: el Concierto para violín n. 1 en sol menor, op. 26 de Max Bruch. Aquí brilló con luz propia la violinista moldava Alexandra Conunova, no solo por su técnica, que es impecable, sino sobre todo por el portentoso sonido que extrae de su instrumento, un Giovanni Guadagnini ca. 1785 ex “Ida Levin”, recio, pero cálido, en su registro grave, terso y cristalino en el agudo. La belleza de ese sonido atrapa, pero Conunova demostró ser también una intérprete que toca con alma, que acierta a expresar todo lo que la música esconde gracias a una articulación y un modo de frasear los temas que seducen por su fluidez y flexibilidad. El suyo es un virtuosismo que no suena a tal, sino que parece algo natural, espontáneo. Macelaru supo acompañarla con mimo, atento siempre al equilibrio sonoro y a hacer que la orquesta respirara con ella.
A la hora de la propina, Conunova reclamó la presencia de Macelaru. Ambos, según explicó ella en perfecto castellano, comparten no solo su amor por la música, sino también idioma, el rumano, así como instrumento, pues Macelaru es también violinista. A dúo, interpretaron una danza transilvana de Bartók, pieza perfecta para cerrar una primera parte excelente y preparar el ánimo para una segunda que no lo fue menos.
Juan Carlos Moreno
Alexandra Conunova, violín.
Orquestra Simfònica de Barcelona i Nacional de Catalunya / Christian Macelaru.
Obras de Bruch y Bartók.
L’Auditori, Barcelona.
Foto: Cristian Macelaru / © Adriane White