El estreno de una obra siempre ha de ser motivo de regocijo y más aun si el compositor es “de casa”, cual es el caso de Ramón Lazkano (1968) que, aunque residente en París, muestra en todo su extenso catálogo una querencia por los temas, las raíces y los títulos en euskera a modo de identificación con su tierra. En este caso se nos ha presentado su segundo concierto para piano y orquesta, de título Mare Marginis, en alusión a uno de los supuestos mares de la Luna, que hoy sabemos inexistentes.
Lejos está la obra de ser asequible para el espectador convencional: distintos sonidos entrecortados y el uso del instrumento solista en modo percutivo permite al compositor construir una obra tan atractiva como áspera. Además de la labor del solista la obra requiere un despliegue de la sección de percusión en modo exhaustivo, con la muestra de cuantos instrumentos podamos conocer y dándoles el uso en todas aquellas formas que podamos imaginar.
Apenas hay líneas reconocibles en la partitura que nos permita “descubrir” un tema y el sonido en forma abrupta, casi disruptiva, se abre paso creando en el oyente cierta sensación de desasosiego al mismo tiempo que no deja de ser hipnótica. El solista Alexandre Tharaud supo responder a la compleja demanda del compositor con confianza en la obra.
Toda la segunda parte de la Euskadiko Orkestra la ocupó la célebre Sinfonía nº 5 en do sostenido menor, de Gustav Mahler (1860-1911) y, una vez más, el director musical titular de la agrupación, Robert Treviño, volvió a dar una lección de cómo interpretar la obra del bohemio.
Treviño sabe construir obras de estas dimensiones –prácticamente hemos pasado por todo el corpus sinfónico mahleriano desde la posesión de su titularidad- con una coherencia absoluta y siendo capaz de construir situaciones de contrastes de color y ritmo de una delicadeza sublime. En este sentido, esta interpretación no fue una excepción y solo podemos rendirnos ante la clarividencia de un director que apenas se refugió en la partitura y que supo sacar a todas sus secciones y solistas el mayor de los frutos. Pueden y deben mencionarse el buen hacer de los solistas de trompeta y trompa.
La respuesta del respetable ante la primera parte fue de cierta estupefacción aunque se agradeció al compositor, presente en la sala, con aplausos de cortesía; al final de la sinfonía el habitualmente gélido público vitoriano dedicó, sin embargo, una ovación como pocas hemos vivido en el Teatro Principal, ovación que compartimos por merecida. Un concierto, en definitiva, lleno de contrastes entre dos obras de universos y estéticas muy distintas.
Enrique Bert
Alexandre Tharaud (piano) y Euskadiko Orkestra. Dirección musical: Robert Treviño.
Obras de R. Lazkano y G. Mahler.
Teatro Principal, de Vitoria-Gasteiz.