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Críticas seleccionadas de conciertos y otras actividades musicales

 

Crítica / Con perfume francés - por Mercedes García Molina

Granada - 03/07/2024

La Orquesta de París ha sido una de las grandes habituales en el Festival de Granada. A lo largo de esta feliz relación entre el festival y la orquesta, esta ha sido la segunda vez que nos visita con Klaus Mäkelä como director titular, ofreciendo dos conciertos muy distintos: uno centrado en el Postromanticismo vienés con La noche transfigurada de Schoenberg y la 4ª Sinfonía de Mahler; y el de la pasada noche, con la Ciudad Luz como epicentro y con obras de Stravinsky, Debussy y Mozart.

París, capital cultural de Europa durante la primera mitad del siglo XX, fue la cuna del Impresionismo y las vanguardias musicales. Además, fue donde se iniciaría una de las relaciones artísticas más fructíferas del periodo moderno: la del empresario artístico ruso Sergey Diaghilev, creador de los Ballets Rusos y para quien Stravinsky compuso tres de sus obras más importantes: El pájaro de fuego, Petrushka y La consagración de la primavera.

Petrushka, estrenada en 1911 cuando Igor Stravinsky tenía 28 años, supuso para el compositor ruso la liberación de las ataduras de la tradición romántica. La versión de 1947, interpretada por la Orquesta de París, está dividida en cuatro cuadros que narran las peripecias de Petrushka, un títere animado que cobra vida, la Bailarina y el Moro. Petrushka se enamora de la Bailarina, quien a su vez está interesada en el Moro. La rivalidad entre Petrushka y el Moro culmina en un trágico desenlace durante el Carnaval. La partitura tiene un carácter esencialmente irónico y burlón, estructurada en segmentos individuales contrastantes, con un contenido motívico minimalista y patrones rítmicos ordenados en combinaciones irregulares.

Klaus Mäkelä dirigió con aparente soltura y relajación, dejando de marcar en algunos momentos, pero con todo atado y bien atado. Sacó lo mejor de la Orquesta de París: la transparencia a la hora de exponer los múltiples planos y texturas instrumentales, la precisión en una obra con una complejidad rítmica sin precedentes y el rico colorido orquestal. La extrovertida expresividad de Makëlä no descuidó en ningún momento el rigor en la exactitud rítmica y  consiguió que pese a algunas imprecisiones en las cuerdas, toda la orquesta respondiera como un único instrumento, un instrumento de percusión, tal y como eran las intenciones de Stravinsky.

Tras la intensidad de Petrushka, el carácter etéreo y delicado de Prélude à l’après-midi d’un faune de Claude Debussy resultó un respiro sonoro. Considerada la primera gran obra orquestal del Impresionismo, no está basada en un modelo pictórico como sus precedentes, sino en el poema homónimo del escritor simbolista Mallarmé, que, con un nuevo y sofisticado uso de las palabras, describe el adormecimiento de un fauno cansado de correrías. Al igual que Mallarmé disuelve la sintaxis tradicional, Debussy encuentra un nuevo lenguaje basado en breves partículas motívicas insertadas en curvas melódicas naturales que el compositor denominó arabesques.

La armonía adquiere un nuevo papel, no dinámico, sino creador de atmósferas. Lo considerado hasta entonces como superficial, como los matices, las dinámicas, la textura y el color, adquieren ahora una dimensión nueva: el papel estructural que en la música romántica tenía la armonía.

Y justo esta dimensión colorista, etérea, atmosférica y flotante es lo que transmitió a la perfección Mäkelä con la Orquesta de París. Moroso y suave en los ataques, el finlandés desplegó todo un caleidoscopio sonoro, en el que la melodía de timbres creada por Debussy deambuló sin ataduras de un grupo orquestal a otro. De nuevo sobresalió el viento madera, en especial la intervención de la flauta travesera y el oboe solistas, y la aparentemente libre pero férrea dirección de Mäkelä —no olvidemos ese complejo 12/8 por donde discurren los inestables arabescos— que creó no ya una atmósfera, sino un auténtico estado de ánimo de calma y rendición.

Durante una larga gira por Europa, en la que le acompañaba su madre, Mozart arribó a París procedente de Mannheim. Allí, tras un paréntesis de cuatro años sin escribir sinfonías, recibió el encargo de esta nueva obra para Joseph Legros, director del célebre  Concert Spirituel. Un poco a regañadientes, pero consciente de la necesidad de empleo, Mozart escribió su Sinfonía n.º 31 en re mayor, K 297 “París" adaptada al gusto parisino. "A los pocos franceses inteligentes que están allí les gustará...", le escribe en una carta a su padre. Así, la nueva sinfonía, más arcaica en la estructura al tener tres movimientos en vez de cuatro, incorpora por primera vez a los clarinetes en la orquestación y utiliza el coup d’archet, acordes  rápidos y separados seguidos de una escala, algo muy del gusto francés.

El carácter festivo de esta sinfonía, junto con su requerimiento de una plantilla orquestal más amplia en comparación con otras, la convirtió en una elección adecuada para cerrar el concierto. Cierto es que aquí es donde se hizo aún más evidente el escaso pulimiento de la cuerda, pero fue compensado por el empuje, la vitalidad y el carisma de Mäkelä, quien demostró una capacidad camaleónica de adaptación a cualquier terreno musical. Resultó interesante el fraseo amplio y bien sujeto a los puntos de inflexión que planteó en los tres movimientos de la sinfonía. Esta relectura, desprovista de amaneramientos y plena de sonoridad y talante festivo, terminó de seducir a un público ya dispuesto de antemano, que celebró el concierto con aplausos y bravos, hasta obligar a la orquesta a repetir el último movimiento de la sinfonía como propina.

En resumen, el concierto no fue absolutamente perfecto desde el punto de vista técnico, pero demostró que la Orquesta de París con Klaus Mäkelä al frente, es capaz de abordar con éxito un programa muy variado y enfrentar diversos desafíos, fascinando y emocionando al público.

Mercedes García Molina

 

Festival Internacional de Música y Danza de Granada

Orchestre de Paris / Klaus Mäkelä

Obras de Stravinsky, Debussy y Mozart.

Palacio de Carlos V, 30 de junio de 2024.

 

Foto © Fermín Rodríguez | Festival de Granada 2024

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