Sí, es un hecho, las comparaciones son siempre odiosas, y más si se trata de dos orquestas de la misma ciudad y abordando el mismo repertorio. Pudo comprobarse el pasado 19 de marzo cuando, en el ciclo Palau 100, la Orquestra Simfònica del Gran Teatre del Liceu, dirigida por su titular Josep Pons, ofreció una obra que, diez días antes, la OBC, con Kent Nagano al frente, había prácticamente bordado: La consagración de la primavera de Stravinski.
La liceísta fue una lectura sin alma, sin fuerza, propia de una orquesta con muchos déficits y en la que solo la sección de maderas dio mínimamente la talla. Está claro que el foso tapa muchas cosas y que la práctica ausencia de repertorio más o menos moderno en el Liceu desde hace unas temporadas poco bien hace a la hora de trabajar el sonido, el empaste o las dinámicas. Eso se apreció especialmente en las dos obras con que se abría la velada, ambas necesitadas de un conjunto que sepa dar entidad y color a cada nota: Imatges d’un món efímer, de Josep Maria Guix (actual compositor invitado del Palau), y Shéhérazade, de Ravel, esta última con la soprano Anita Hartig como solista. Ambas sonaron neutras, incapaces de evocar nada. Una lástima, porque el programa era para lucirse.
Juan Carlos Moreno
Orquestra Simfònica del Gran Teatre del Liceu / Josep Pons. Anita Hartig, soprano.
Obras de Guix, Ravel y Stravinsky.
Palau de la Música Catalana, Barcelona.
Foto: Anita Hartig, soprano.
Foto de Dario Acosta