El tercer concierto de esta temporada, la Orquesta Sinfónica de Navarra, dirigida por Alberto Posada, nos llevó a dos paisajes muy distintos, no diré que enfrentados, pero sí compensatorios: el segundo produjo cierta sensación de alivio para el respetable. Las dos obras de la primera parte merecen un comentario por separado. Lástima que la primera de ellas, una Sinfonía a tres tiempos de Fernando Remacha (compositor navarro fallecido en 1984) no se recibió con mucho entusiasmo; también, probablemente, fue la obra en la que la orquesta estaba más pendiente de la lectura que de la interpretación. A estas alturas de siglo XXI tal vez no se reconoce el mérito y valor de una obra en un Remacha aún joven (28 años) que, se advierte, busca un lenguaje distinto y se despega de cualquier evocación folclórica. La Serenade para violín, cuerda, arpa y percusión, con Makhail Ovrutsky fue impecable, en líneas generales, aunque el mérito del virtuoso (enorme virtuoso) quedara un tanto camuflado: ¿pide Bernstein que la orquesta tenga ese protagonismo? Tal vez sí. La obra pide una segunda audición, pero resulta larga. No hubo el habitual bis que se espera de un solista de esta categoría, porque el público no lo pidió.
En la Sheherazade, Op. 35 de Rimsky-Korsakov (segunda parte) la orquesta hizo también una lectura intensa y de calidad de la obra, mérito en que debemos reconocer también la batuta de Posada. El concertino, Yorrick Troman, muy aplaudido, mostró la delicadeza de su sonido y elegancia, si bien se acusaron algunas correcciones de la afinación sobre la marcha. La exactitud de la amplia plantilla de la percusión fue notable; el clarinetista Javier Inglés destacó, como muchas otras veces, por su especial arte del fraseo. El público aplaudió con verdadera emoción.
Javier Horno Gracia
OSN, Alejandro Posada / Mikhail Ovrutsky. Obras de Rimsky-Korsakov, Remacha y Bernstein. Auditorio Baluarte de Navarra, Pamplona.
Foto: Mikhail Ovrutsky (Foto de Steven Haberland)