Con un bien trazado y mejor expuesto Amanecer de los Cuatro interludios marinos del Peter Grimes de Benjamin Britten arrancó el concierto que ofreciera la Orquesta Sinfónica de Madrid con Ivor Bolton a la cabeza en el Auditorio Nacional de Música.
Una versión cincelada en sus marcadas propuestas instrumentales que se siguió de una clara y brillante Mañana de domingo. Como fuera, el más tenue y estratificado, Claro, también, pero de luna, donde se experimentara otro tipo emoción, más mayestática, con especial hincapié en los silencios, la rítmica en un obsesivo yambo, acentos y el consabido doble regulador general.
Una abrupta, implacable y musculosa Tempestad rubricó con brillantez aquel fresco "casi" sinfónico, si no poemático, de Britten.
Fue un comienzo por todo lo alto en una incisiva interpretación, en muchos aspectos, ejemplar por estos lares.
Como ejemplar fue el sonido e interpretación que sacó de su viola Wenting Kang en el póstumo Concierto de Bartók que se seguía en programa. Un sonido que ya se apreció en todo su intenso candor en su primera y pronta intervención melódica que propicia esta difícil partitura.
Una partitura exigente para el solista en todo tipo de tesituras y, también, el podio y la orquesta en momentos de engastada polirritmia y complicada orquestación. Momentos en donde no se eludió, pese a su dificultad, la perenne necesidad de un tempo flexible y expresivo.
Un convulso, y estratificado también, Adagio religioso, con brillantes cadencias iniciales, fue el contrito y algo atormentado alma de esta pieza que demostró, nuevamente, las razones de su posición destacada en el repertorio.
El Allegro vivace con final en punta volvió, en tono folclórico y vistoso, a aquella accidentada celeridad bartokiana y ritmos dispares para mayor gloria de su talentosa solista Wenting Kang que recibiera consecuente y merecida ovación.
Robert Schumann y su Tercera Sinfonía en Mi bemol mayor, apodada “Renana”, fue el último capítulo en cinco escenas, de un repertorio ya más tradicional.
Y sí, la vitalidad surgió no tanto por la agógica, sino del amalgama sonoro resultante de la Orquesta, por la diferenciación dinámica de sus secciones, con especial atención a las voces interiores, sin necesidad de tempi exigentes, como ocurriera ya en su primer movimiento, indicado, precisamente: Lebhaft (Vivace, vital, animado). Un movimiento con tendencia a lo majestuoso que arrancó aplausos espontáneos.
Como ocurriera en el Scherzo, igualmente en aquella disposición que busca más escarbar en la discutida orquestación de Schumann y acudir, siempre, a su infinita vena expresiva, poética y "de carácter" que buscar una fatua brillantez.
O ya abiertamente plácido en el compacto Nicht schnell (Sin prisa) y, ya con cierto sentido discursivo, en el emblemático Feierlich (Solemne).
Unos tempi que permitieron aquella fluida indagación tímbrica en la dinámica de los diferentes planos de la orquesta que quedaban "sopra" el resto.
El Lebhaft. Schneller (Vivace. Más rápido) siguió aquella misma pauta que aportara, así, cierta majestuosidad y descubriera acentos y voces interiores a menudo ocultas en el fárrago conjunto de esta célebre Sinfonía.
Luis Mazorra Incera
Wenting Kang, viola.
Orquesta Sinfónica de Madrid (Titular del Teatro Real) / Ivor Bolton.
Obras de Bartók, Britten y Schumann.
OSM. Auditorio Nacional de Música. Madrid.
Foto: Wenting Kang interpretó como solista de viola el póstumo Concierto de Bartók.