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Crítica / Christie y el secreto de la vitalidad - por Jorge Binaghi

Milán - 30/07/2024

En una sola función llegó, como parte de una gira, la undécima edición del Jardin des Voix, la Academia de Les Arts Florissants para jóvenes cantantes. Lo hizo de la mano de su creador, Christie, un señor cada vez más joven que en el cuarto de hora que duraron los aplausos finales desde el escenario dirigió, cantó y bailó demostrando qué bien sienta hacer música cuando se la hace en serio, con amor y dedicación y con un ojo siempre puesto en el recambio generacional.

La obra de Purcell es difícil de ver –en escena o en concierto- y aquí brilló como nunca gracias al entusiasmo de todos y cada uno en una presentación ‘semiescénica’, que ya las quisiéramos así todas, seguramente más baratas, plenas del texto y la música incluso cuando el argumento es aquí, sobre El sueño de una noche de verano de otro William, Shakespeare, bastante ligero, y se oscila para la autoría entre el ‘anónimo’  (que figura en el programa de sala) y el nombre de Thomas Betterton.

Confiar el espectáculo (y la coreografía) a Merzouki, que hizo que los fantásticos bailarines de la compañía Käfig (seis) acompañaran con sus evoluciones a los ocho cantantes –y terminaron cantando los primeros y bailando los segundos- fue un acierto rotundo, un viento de juventud  y absoluto dominio profesional que entusiasmó con razón al público que llenaba por completo el Teatro.

La música es, simplemente, Purcell en estado puro, con esa insistencia en una palabra que se repite y se renueva cada vez (ese ‘pinch’ inicial con el que las hadas atormentan al poeta pobre y borracho al principio – y que Verdi supo recrear desde su óptica en el cuadro final de su milagroso Falstaff ) y con una música de una calidad superlativa en lo cómico, lo elegíaco y lo dramático –la música acordada a las estaciones, al sol, a la pareja despareja, pero sobre todo ese lamento del último acto sobre el amor no correspondido que tanto recuerda al de la muerte de Dido ejecutado de modo ejemplar por soprano y violín que suspendió el tiempo en medio de un silencio total- que deja más que deslumbrados conmovidos.

El milagro duró dos horas, pero Christie tuvo que mostrar el reloj a un público (de todas las edades) que no se cansaba de aplaudir (tuvo que repetir dos números). ¿Y qué decir de la interpretación? Uno podría señalar una voz más que la otra, un bailarín o bailarina más atlético o más perfecto, pero sería mezquino ya que era claro que cada uno estaba dando lo mejor de sí con total entrega (y además divirtiéndose).

Seguramente la figura y desmañada simpatía del barítono Hugo Herman-Wilson lo destinan a destacar en personajes cómicos, pero citemos a Paulina Francisco (soprano), Georgia Burashko, Rebecca Leggert y Juliette Mey (mezzos), Ilja Aksionov y Rodrigo Carrero (tenores) y Benjamin Schilperoort (bajobarítono) que, cada uno con sus méritos, exhibieron dominio de lengua, estilo y técnica. De los apellidos de cantantes y bailarines (Baptiste Coppin, Samuel Florimond, Anahi Passi, Alary-Youra Ravin, Daniel Saad y Timothée Zig) se puede deducir las tan diversas procedencias que confluyen en la tarea común de recrear esta música ‘occidental’ que es sólo música a secas.

¿Y de la orquesta nos olvidamos? Son tan fantásticos, tan discretos y tan integrados que uno puede tomarlos como algo normal, descontado. Pero bastaba con mirar a Christie y a cómo ellos seguían sus indicaciones para entender que este es un milagro que no tiene nada de sobrenatural ni de regalado sino que se basa en trabajo, más trabajo, y un amor infinito por la profesión que debería ayudarnos, confortarnos y exigirnos. O como dice el inicio de Noche de Reyes del otro gran William ‘If music be the food of love play on’.

Jorge Binaghi

 

Les Arts Florissants, Academia / William Christie.

Escena: Mourad Merzouki.

The Fairy Queen, de Purcell.

Teatro alla Scala, Milán.

 

Foto Brescia e Amisano © Teatro alla Scala

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