La Tonhalle-Orchester Zürich, bajo la dirección de Paavo Järvi y la violinista alemana nacida en Georgia Lisa Batiashvili como solista, protagonizaron la celebrada pasada actuación en Ibermúsica. En programa, la Obertura de Don Giovanni, de W. A. Mozart, el Concierto para violín Núm. 2, en sol menor, Op. 53, de S. Prokófiev, y la Sinfonía Núm. 6, en si menor, Op. 54, de D. Shostakovich.
Dio comienzo el concierto con la famosa Obertura mozartiana, asertiva en los ataques de los acordes en forte en el Andante inicial en “re menor”, diáfana en la exposición de sus distintos temas, y con adecuado contraste entre su dramático inicio y el Molto Allegro en “re mayor” ligero y vitalista que le sucede, apenas sin transición. La versión resaltó tanto por el balance y precisión orquestal como por el equilibrio conceptual clasicista planteado por Järvi donde lo dramático y luminoso conviven en perfecta armonía, como requiere este gran Drama giocoso.
Continuó la velada con la interpretación del Concierto para violín Núm. 2 de Prokófiev, obra estrenada en Madrid el 1 de diciembre de 1935 por el violinista francés Robert Soëtens bajo la batuta del maestro Enrique Fernández Arbós. En la introducción solista del Allegro moderato pudimos percibir las cualidades sonoras y expresivas de Lisa Batiashvili: gran proyección acústica, sonido corpóreo, precisión ejecutoria y versatilidad en los constantes cambios de técnica del violín, pleno dominio del arco y, sobre todo, profundo lirismo interpretativo en los numerosos pasajes que la partitura demanda. A todo ello hay que añadir la plena connivencia de Batiashvili con la orquesta y director, formando una unidad indivisible que respira y evoluciona con naturalidad para dar sentido expresivo y coherencia formal a este singular y diverso primer movimiento.
Todos los aspectos anteriormente señalados tuvieron su máximo auge en el Andante assai a través del amplio y dúctil fraseo del violín sobre los pizzicati de las cuerdas y picados de las maderas, el apropiado control del vibrato y las variadas dinámicas obtenidas por la solista que, junto a una orquesta a la vez flexible y sincronizada a la perfección –como un “reloj suizo”– debido a la minuciosa dirección de Järvi, lograron mostrar la belleza y lirismo que emanan de este inspirado movimiento.
Sin solución de continuidad, el Allegro, ben marcato confirmó con creces el alto nivel técnico e interpretativo de los protagonistas del concierto en un continuo discurrir rítmico marcado por las incisivas percusiones –situadas estratégicamente detrás de las violas y violonchelos para su mejor empaste sonoro– y donde la violinista alemana abordó con prestancia y rigor ejecutorio los difíciles pasajes de arpegios, pizzicati y dobles y triples cuerdas de la partitura, rematados sin tregua en la Coda, y obteniendo por esta gesta un fervoroso aplauso de toda la sala. En correspondencia, Lisa Batiashvili, acompañada por la formación suiza y el maestro Järvi, interpretó como propina el arreglo para violín y orquesta de la Danza de los caballeros, del ballet Romeo y Julieta de Prokófiev, realizado por el propio padre de la solista.
Tras la exhibición de las excelentes cualidades concertantes de la Tonhalle-Orchester Zürich el programa prosiguió, en su segunda parte, con la Sinfonía Núm. 6 de Shostakovich con la formación al completo. Sinfonía menos frecuentada que la que la antecede o sucede no deja de tener por ello un gran valor simbólico y musical: el testimonio íntimo del compositor ruso frente a su complejo contexto, y la tonalidad elegida, si menor, coincidente con la de la Sinfonía Núm. 6 de Tchaikovsky, con la que guarda una sutil vinculación como continuidad del Finale. Adagio lamentoso de esta última, como sugiriera Leonard Bernstein en los comentarios a su mítica versión grabada con la Filarmónica de Viena.
Paavo Järvi, profundo conocedor de esta página sinfónica, comenzó el viaje sonoro atacando con gesto amplio el intenso y dramático tema ascendente inicial en unísono de cuerdas y maderas graves del Largo, verdadero centro de gravedad de la sinfonía, siendo retomado por el flautín y los violonchelos en su registro agudo para consumarse, casi apocalípticamente, por la trompeta solista en su primer gran punto culminante. Si bien es cierto que el maestro letón imprimió un tempo ligeramente más rápido que el señalado en la partitura, logró, no obstante, dar pleno sentido y cohesión al movimiento obteniendo cimas climáticas de gran fuerza dramática y, sobre todo, creando una atmósfera desolada, irreal y críptica en su sección central, con las violas y violines en continuos trinos en piano, coloreados por la celesta, como sustrato velado y casi inaudible sobre el que se desplegaron los muy expresivos y matizados solos del corno inglés, los extensos pasajes en arabescos de la flauta solista y solo de trompa. El movimiento se cerró con una enigmática Coda intensificada por las articulaciones en octavas del timbal y el arpa sobre las cuerdas con sordina, claro guiño al mundo sonoro de Gustav Mahler.
Bien contrastado con el primer movimiento, el Allegro dio empuje y cierto vigor a la sinfonía por medio de los vertiginosos pasajes de las maderas, iniciados por el clarinete piccolo en los primeros compases del movimiento. Järvi dotó de fluidez y variedad a los múltiples matices y articulaciones desplegados, exhibiendo esa ambigua y engañosa vitalidad tan propia en Shostakovich.
La sinfonía tuvo su remate demoledor en el Presto, cuyo motivo principal deviene de la Obertura de Guillermo Tell, de Rossini, alcanzando altísimos niveles de energía en los rotundos tutti. La formación suiza lo dio todo siguiendo las exigencias de su director artístico que sacó a relucir cada detalle en acentos y articulaciones reflejados en la partitura, con las cuerdas graves al máximo de sus posibilidades en los ataques en marcatissimo, y cuyos golpes de arco sobre el mástil fueron del todo perceptibles. Fue remarcable el solo del concertino y el rol fundamental de las percusiones en la sección final, subrayando la hilaridad y los ritmos grotescos con los que se cierra la obra.
El público, que estalló en sonoros y merecidos aplausos tras esta vibrante versión, fue recompensado con una elegante y desenfadada interpretación del arreglo de Tea for Two de Vincent Youmans realizado por el propio Shostakovich, que añadió algo de sosiego y optimismo a esta intensa velada.
Juan Manuel Ruiz
Lisa Batiashvili, violín.
Tonhalle-Orchester Zürich / Paavo Järvi.
Obras de W. A. Mozart, S. Prokófiev y D. Shostakovich.
Ibermúsica. Madrid, Auditorio Nacional de Música.
Foto © Rafa Martín / Ibermúsica