Llegaba a Ibermúsica la Budapest Festival Orchestra con "su" Fischer, su fundador y corazón, en el podio, con un programa interesante y exigente. En casos como este, no hay término medio: o es una velada para el recuerdo o es una decepción. Y lo fue todo. Es decir, que resultó variadito para bien y para mal.
La jornada comenzó con los Minutos sinfónicos de Dohnányi. Un título que da lo que promete, literalmente. Minutos agradables de música bien escrita y orquestada, y con los aires folklóricos húngaros para más señas. Debe de ser muy duro dedicarse al arte en épocas bisagra, como el paso del siglo XIX al XX (prácticamente, el paso del pensamiento romántico al vanguardista). Puedes ser un Debussy o un Schoenberg y plasmar la inquietud por un cambio radical. Pero también puedes ser como el 99% de la gente y no atreverte a saltar al vacío. Dohnányi perteneció a esta clase de ciudadanos. Un buen músico, eso no se lo niega nadie, pero poco más. Con C de correcto.
Y así resultó la interpretación. Lo suficientemente correcta para abrir el concierto, presentar esta pieza a quien no la conociese y dejar entrever (bueno, entreescuchar) las virtudes de esta orquesta. Fischer, además, comenzó en modo metrónomo con brazos, aunque consiguió calentarse a partir de la tercera sección. Un poco más de imaginación no habría venido mal en los fraseos y la riqueza tímbrica que permite la obra. La disposición de la orquesta, en absoluto tradicional (casi un juego de simetrías con los contrabajos frente al director en la misma línea que la percusión o los metales divididos a cada lado) también habría permitido mayor juego acústico.
A continuación llegó el concierto de Schumann, una de las páginas más emocionantes y emocionales del género. Como solista, Piemontesi, sentado a medio metro del teclado para desplegar una técnica basada en la descarga cómoda de la fuerza. Hay que conocer muy bien el propio cuerpo para adoptar posturas que se apartan de lo usual, y el pianista lo conoce, sin duda, de ahí su limpieza y la sensación de que disfruta con su toque. Piemontesi disfruta y se gusta. Hasta ahí, todo perfecto. Pasemos a la estética.
Por supuesto, todo músico puede, y debe, hacer lo que le dé la gana con tempi, dinámicas, toques... Eso es lo que diferencia a un intérprete de un reproductor. Grimaud, Gould... son intérpretes, chamanes. El Schumann que se escuchó resultó extremo en su estilización. Languidez, rubato continuo, un mascar cada nota de la línea melódica y nada de bucear en la polifonía, tempi tan lentos que el discurso parecía carecer de sangre y sufrir colapsos. Una anemia sonora que recordaba a los pianistas de crucero (o a Richard Clayderman).
La orquesta demostró la misma visión, pero en posición de acompañante, y por ausencia de profundidad y movimiento se convirtió en un MIDI de Spectrum. Entre pianista y orquesta trazaron una enorme C de cursi. Lo mejor de este episodio se produjo con la propina del solista, un Debussy en el que vertió toda la vibración que le había negado a Schumann.
La segunda parte estaba dedicada a Richard Strauss. Después de lo correcto y lo cursi de la primera, daba miedo pensar qué le harían al compositor de Zaratustra. Miedo, pero también morbo. Y el morbo muchas veces compensa. Con Strauss, Fischer y su orquesta aparecieron por fin en todo su esplendor. El cuidado tímbrico, el empuje, la firmeza polifónica (sin ella, Strauss se convierte en una masa informe), la potencia... Es cierto que ni la formación ni el maestro se caracterizan por la heterodoxia, que nunca provocan la conmoción con movimientos inauditos, pero su control enorme de los pentagramas nunca cae en la asepsia. Ejemplo de ello fueron el dinamismo del Don Juan, la perfecta coordinación rítmica y la contraposición de planos dramáticos en la Danza y, sobre todo, un sentido del humor en Till que no caricaturizaba al personaje, sino que lo aplaudía e incluso lo acariciaba con ternura.
Y, como gran fin de fiesta, un trío de cuerda regaló aires folklóricos húngaros con toda la fuerza de la tierra. Una segunda parte con C de colosal.
Juan Gómez Espinosa
Francesco Piemontesi (piano), Ivàn Fischer (dirección), Budapest Festival Orchestra.
E. Dohnányi (Minutos sinfónicos, op.36), R. Schumann (Concierto para piano y orquesta en La m, op.54) y R. Strauss (Don Juan, op.20; Danza de los siete velos; Till Eulenspiegel)
Orquestas y solistas del mundo Ibermúsica. Serie Arriaga. Temporada 2022/2023.
15 de febrero de 2023, Auditorio Nacional de Música de Madrid (Sala Sinfónica).
Foto © Budapest Festival Orchestra