Un día después de presentarse en el Festival Internacional de Santander con un programa dedicado exclusivamente a Felix Mendelssohn, Renaud Capuçon y la Orquesta de Cámara de Lausana brindaron otro de corte muy diferente que, con la única excepción de Prokofiev, estuvo consagrado a compositores franceses y redundó en una velada aún más satisfactoria.
Un mayor entendimiento de las partituras, un dominio superior de su lenguaje, una conexión más profunda y personal con su estilo o el sinfín de oportunidades de lucimiento que encerraban pueden hallarse en el fondo de la cuestión. En cualquier caso, Capuçon y los suyos ofrecieron un crescendo de inspiración y disfrute que el público reconoció reiteradamente a lo largo de las casi dos horas que duró el concierto.
Tras abrir boca con una lectura exuberante, fresca y jovial de la Sinfonía Clásica del músico ruso, llamó nuestra atención Reverie et caprice de Berlioz, página poco interpretada que encuentra su sustancia musical en un aria descartada de Benvenuto Cellini y que al interés de ser su única pieza verdaderamente concertante añadió el de propiciar una nueva exhibición del canto ligado de Capuçon que ya habíamos apreciado en el Concierto de Mendelssohn. La Tzigane de Ravel que cerró la primera parte fue un prodigio, un alarde de transparencia en la más intrincada filigrana.
Ya en la segunda, el violinista se reivindicó como un director a tener en cuenta con la Suite Pelleas et Mélisande de Fauré y la archiconocida Ma Mère l’oye raveliana. El movimiento de sus brazos es seco y brusco; pese a ello, Capuçon se reveló un verdadero maestro en la regulación de las intensidades y dibujó los arcos que sostienen el delicado entramado de Pelleas con la precisión de un arquitecto. Idéntica habilidad lució en una interpretación de la suite de Ravel en 3D, coronada por el apabullante clímax de ese auténtico caleidoscopio sonoro que es Laideronnette.
El auditorio acogió el sobresaliente despliegue de técnica y sensibilidad con audible satisfacción, lo que le procuró sendas propinas al término de las dos partes: una Meditación de Thais en que el violín de Capuçon estuvo única y magníficamente acompañado por el arpa y una Chanson du matin de Elgar de indudable encanto.
Darío Fernández Ruiz
Orquesta de Cámara de Lausana, Renaud Capuçon, director
Obras de Prokofiev, Berlioz, Fauré y Ravel
Sala Argenta del Palacio de Festivales
71º Festival Internacional de Santander
Foto © Pedro Puente