Hacía algún tiempo que no veíamos a Carlos Álvarez en el escenario del Teatro de la Maestranza, pero sí en su sala pequeña, llamada Manuel García, para presentarnos el documental La Ciudad de la Ópera de Ignacio Delgado y Alberto Alpresa que recoge el trabajo Andrés Moreno Mengíbar y Ramón Serrera sobre las más de 150 óperas ambientadas en Sevilla (película en la que el barítono malagueño es el hilo conductor de la historia). Esta vez venía acompañado de otra malagueña, Berna Perles, y con un repertorio español, dedicado en su primera parte a la canción de Turina y Miquel Ortega; y aún dio tiempo de terminar la misma a dúo con El desdichado del Saint-Saëns más hispano. Así que tuvimos los sentires íntimos, siempre coloreados o las explosiones de casta, de carácter, a partes iguales.
Se distribuyeron autores, quedándose Álvarez con las canciones del director y compositor catalán, quien a pesar de su contemporaneidad prefiere el estilo nacionalista que impulsó a Turina, haciéndolo con acierto y conocimiento, como preso de la época -¿a quién no le ha pasado?- en la que le hubiese querido componer. El barítono las sacó una a una con ese torrencial derroche de cualidades, brillando especialmente en el agudo, con excelente vocalización en su registro tan ancho, y sintiéndolas como suyas: profusión de sentimientos, técnica y carácter. A Perles la conocimos a partir de ganar el cada vez más prestigioso Certamen de Nuevas Voces de Sevilla, y desde entonces nos tiene maravillados. Ha de cuidar la inteligibilidad de la zona aguda, pero puede presumir de un registro homogéneo, temperamental, introspectivo (qué momento con Bécquer/Turina), versátil y entregado.
La segunda parte fue de zarzuela, y los dúos entre ambos fueron más frecuentes, como el que la iniciaba, el de En mi tierra extremeña de Luis Fernanda, donde se vio química desde el principio, o más fascinantes aún en el famoso dúo de Mari Pepa y Felipe de La revoltosa. A ninguno le estorbó que el piano tuviese abiertas sus fauces de par en par, esas que tantas veces devoran a los cantantes hasta cuando están cerradas. Es más, hubo momentos en que uno de los dos se iba al agudo mientras el otro quedaba en la zona media, y en vez de aprovechar la ventaja, procuraban equilibrar el volumen.
Finalmente, y fuera de programa, la copla parecía lo más apropiado para rematar un programa de música española: Berna terminó dedicándole Y sin embargo te quiero a su abuela, a la que le había oído cantar desde chica, en un emocionado momento lleno de canto vigoroso y entregado; Álvarez, por su parte, prefirió otra con igual carga emotiva: Ojos verdes, y ahí un barítono verdiano emocionándonos con la música del maestro Quiroga.
Rubén Fernández Aguirre no es un pianista acompañante, sino un actante más, un piano con voz y voto, haciendo hablar al instrumento cuando es menester o consiguiendo que susurre en los momentos más líricos. No necesita el pianista de Baracaldo hacerse notar físicamente con ninguna coreografía añadida, porque entiende tan bien lo que toca, consigue de su instrumento tal locuacidad que sabemos que siempre está ahí. Hasta cuando calla.
Carlos Tarín
Carlos Álvarez, Berna Perles, Rubén Fernández.
Obras de Ortega, Saint-Saëns y Turina.
Teatro de la Maestranza, Sevilla.
Foto © Guillermo Mendo