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Críticas seleccionadas de conciertos y otras actividades musicales

 

Crítica / Campanas crepusculares para un retorno deseado - por Abelardo Martín Ruiz

Madrid - 27/09/2023

Este pasado viernes, día 22 de septiembre, tuvimos ocasión de presenciar el concierto con el que daba comienzo el Ciclo Sinfónico de la nueva temporada 2023/2024 de la Orquesta y Coro Nacionales de España en la Sala Sinfónica del Auditorio Nacional de Música de Madrid. El repertorio se encontró integrado por dos creaciones de un intenso, emocional y apasionado romanticismo instrumental y vocal, el Concierto para violín y orquesta de Edward Elgar, obra paradigmática y monumental como parte de la producción destinada a este instrumento, y la sinfonía Las campanas de Serguéi Rachmaninov, de un lirismo heredero de la tradición rusa de finales del siglo XIX en el que resulta frecuente percibir el amor por el sonido de las campanas dentro de determinadas composiciones musicales, como una parte de la identidad inherente que se identifica tanto con el pueblo ruso como con la música de este país. Las agrupaciones de la orquesta y el coro, con una preparación acometida por sus respectivos directores titulares, aunque gestionada sobre el escenario por el del combinado instrumental, David Afkham, estuvieron acompañadas en la primera parte por el violinista Frank Peter Zimmermann y en la segunda parte por los cantantes Anush Hovhannisyan, Pavel Petrov y Anatoli Sivko.

Los primeros compases de la temporada dispusieron la solemne y formidable música del compositor inglés Edward Elgar, en una creación de unos cincuenta minutos de duración que preserva en su estructura la auténtica formación de un universo sonoro que se adentra en el alma de la impronta británica, en un período de resurgimiento de la música inglesa, a través de la maravillosa escritura de uno de sus autores más representativos. El período de crisis personal que experimentó el músico a principios del siglo XX se muestra en este compendio como una sobrecogedora creación sinfónica, con la escritura demandante de un instrumento solista de gran virtuosismo, que contrapone escenas de intimidad y lirismo mediante una afectividad transmitida a través de un núcleo poético, integrado por temas y materiales de una naturaleza contrastante, profundamente tempestuosa, temperamental, atormentada, nostálgica, sentimental, ansiosa, inquieta, conmovedora y emocional.

Esta imagen fue presentada en la orquesta, a través de una gestualidad siempre elegante desde el podio, por una propuesta equilibrada, estructurada dinámicamente y de una densidad construida uniformemente desde los instrumentos graves y las sonoridades profundas de soporte fundamental. El discurso estuvo planteado por una conducción con una adecuada dirección, posiblemente en períodos demasiado intensificada para con una concepción tan cambiante y exuberante de materiales temáticos, pero en la que, a falta posiblemente de un mayor protagonismo entre intervenciones colectivas concretas, el acompañamiento se mantuvo en líneas generales bastante bien adecuado a la propuesta artística de Frank Peter Zimmermann.

Considerando el hecho de mantenerse consagrado desde hace años como uno de los violinistas y músicos preponderantes en el panorama internacional, es preciso reseñar cómo este artista, del que llevamos disfrutando en nuestro país desde hace mucho tiempo, resultando frecuentemente invitado para colaborar tanto con diferentes orquestas como con diversos ciclos, continúa incrementado sus facultades en relación a su dominio instrumental, su solvencia, su puesta en escena o la conformación unitaria de un discurso, permanentemente vinculado en cada momento con la pasión y la emotividad de la obra. Su brillante sonido, desde la liberación, resonante, repleto de colores, esencias, aromas y matices, conectado con una idiosincrasia particular, e incluso preservando una sensación e intencionalidad de constante música de cámara, mostró la excelsa gama de los afectos anteriormente descritos y presentes en una partitura que representa un auténtico desafío idiomático para cualquier instrumentista. Su versión, en cierta manera heredera del gusto y del refinamiento de los grandes violinistas clásicos del siglo XX, con el frecuente uso del portamento como recurso expresivo, la magistral dicción en el desarrollo de las notas y de las frases, los contrastes en la relación de las múltiples formas presentes en la gestión y en la evolución constante de la energía o la contraposición entre una sensibilidad lírica unida a una sensación continua de facilidad en su presencia, configura a un violinista que se mantiene continuamente en evolución y que permanece actualmente como uno de los principales representantes de referencia mundial, a medio camino entre dos generaciones.

La segunda parte, por otro lado, mostró el protagonismo de una orquesta, un coro y unas voces solistas en la siempre evocadora y ensoñadora música del compositor ruso Serguéi Rachmaninov, abordando una creación conformada a partir de la influencia de un poema homónimo de Edgar Allan Poe que evoca cuatro situaciones vitales con el sonido de las campanas: la infancia, la juventud, el miedo y la muerte. Los funcionamientos tanto de la orquesta como del coro, tratados con delicadeza mediante una orquestación esplendorosa, inspiraron las presencias coloristas a través de intervenciones organizadas adecuadamente dentro tanto de la afectividad como de la intencionalidad de la música en cada uno de los cuatro movimientos.

El bloque sonoro, compacto en todos sus ámbitos y registros, estuvo determinado por las intervenciones poderosas de un coro generalmente bien conectado y empastado, aunque ocasionalmente demostrativo de una continuada energía exclamativa que pudo resultar ligeramente excesiva, frente a una amplia orquesta en la que destacaron el sublime tratamiento de las texturas y las intervenciones solistas entre los instrumentos de viento, con especial preponderancia de la magistral intervención del corno inglés en el cuarto movimiento, que otorgó un carácter distante y melancólico, gestionado de manera formidable para con el texto. Por su parte, las voces solistas ofrecieron un amplio espectro cromático y de sutilezas tanto en sus matices como en sus dicciones, con la característica perspectiva de la tradición rusa que se demanda en su música, junto con una comprensión tendente al dramatismo, en la que, pese a los momentos felices, se percibe la circunstancia de que finalmente sobrevendrá la muerte. Frente a las joviales y enérgicas intervenciones del tenor Pavel Petrov, la soprano Anush Hovhannisyan propuso una atmósfera frenética, atormentada e impactante, con un enfoque angustioso pero resonante y arrebatador.

Como conclusión, el bajo Anatoli Sivko, a través de un registro poderoso y estremecedor, puso la culminación a una partitura menos conocida probablemente que otras pertenecientes a la producción sinfónica de su autor, pero que configura un excepcional recorrido a través de las emociones elementales y de los sentimientos naturales de todo ser humano durante su tránsito por este mundo.

Abelardo Martín Ruiz

 

ORQUESTA Y CORO NACIONALES DE ESPAÑA - Ciclo Sinfónico 01

Auditorio Nacional de Música, Sala Sinfónica

Edward Elgar (1857-1934) - Concierto para violín y orquesta en si menor, opus 61

Serguéi Rachmaninov (1873-1943) - Las campanas, opus 35

Frank Peter Zimmermann, violín, Anush Hovhannisyan, soprano, Pavel Petrov, tenor, Anatoli Sivko, bajo

Orquesta y Coro Nacionales de España / David Afkham, director de la ONE

Miguel Ángel García Cañamero, director del CNE

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