Dos óperas separan este 2º concierto de abono del 1º, lo que fragmenta esa idea de continuidad que se presupone a una temporada sinfónica -y de paso también a la operística, por la distancia del siguiente título. Pero no es menos cierto que las circunstancias del cambio de director han obligado a sacar adelante la presente temporada del Teatro de la Maestranza sobre cualquier otro criterio, que queda per se en segundo plano. No se podrá decir que el programa carecía de interés, tanto por su concepción, como por sus intérpretes: Mendelssohn, que no se prodiga mucho nuestro repertorio sinfónico, y la presencia del director noruego Eivind Gullberg Jensen y la de la violinista Leticia Moreno.
Un mismo Mendelssohn, el del viaje que en 1829 realizó a Escocia y del surgieron su famosa obertura Las Hébridas y la sinfonía que lleva el sobrenombre del septentrional territorio inglés. Y, sin embargo, nada que ver entre uno y otro resultados, y eso que la responsable en parte de los mismos fue la presencia de la cortina de fondo que prefirió, seguramente para oír mejor los instrumentos, ya que el escenario se mete cuatro filas dentro del patio de butacas, quedando en parte desprotegido de la concha acústica. Sonoramente, el cortinaje definió los instrumentos, pero mermó brillantez en el sonido, que resultó seco, asordinado y romo. Pero mientras en la obertura quedó además mimetizado con la oscuridad de la cueva, la niebla que la podía envolver o el balanceo estático de la barca. No salimos de esta contrariedad con la presencia virtuosística de Moreno, que ya nos visitara hace 15 años, donde vino también con un concierto de Mozart (el 4º), que ahora cambiaba por el 5º, y en 2014, que cambiaba por la Fantasía escocesa de Bruch y, casualidad, el programa se completaba con las mismas obras escocesas que hemos comentado (Hébridas y Sinfonía nº 3 de Mendelssohn con György Ráth). Pero conservaba lo que en su momento nos pareció que tenía de positivo junto a lo que debía mejorar con el tiempo, y que ahora vemos que forma ya parte de su manera de tocar: es decir, alterna un virtuosismo evidente con la persistencia de un vibrato muy pronunciado, una afinación excelente con una articulación a veces poco definida (escalas, grupetos…) o una interpretación intensa que a veces resulta sobreactuada.
En 2004 traía un Guarneri y ahora un Gagliano, y no sabemos si fue este o las cuerdas, que dieron como resultado un sonido muy brillante, casi estridente, y puede que responsable en parte de la articulación poco clara antedicha. Gullberg se entregó, como suelen hacer los directores, a la sinfonía con todas sus fuerzas, y aprovechó esa nitidez que por lo menos le ofrecía la acústica que eligió, y así pudimos disfrutar del protagonismo no sólo de violines, sino también de violonchelos, clarinete, flauta o fagot. No hubo momento para la distracción porque conocía perfectamente la obra y sabía qué destacar en cada momento, tomando como base la riqueza que reúne la expresiva obra del compositor de Leipzig.
Carlos Tarín
Leticia Moreno, violín. Real Orquesta Sinfónica de Sevilla / Eivind Gullberg Jensen.
Obras de Mozart y Mendelssohn.
Teatro de la Maestranza, Sevilla.
Foto © Guillermo Mendo