El primer concierto madrileño de la gira de la orquesta rusa MusicaAeterna, creada y dirigida por el tan talentoso como controvertido Teodor Currentzis, ha contado con dos obras en los atriles para este primer programa: Metamorphosen, estudio para 23 instrumentos de cuerda de Richard Strauss y la Sexta Sinfonía, Patética, de Piotr Ilich Tchaikovsky.
Escrita a modo de réquiem, el sentido elegiaco de la música que Richard Strauss escribe para sus Metamorphosen desprende un hipnótico y melancólico magnetismo inspirado en la visita en Múnich de las ruinas de la Bayerische Staatsoper, teatro que viera numerosas representaciones de obras del compositor, así como el estreno de su ópera Capriccio en 1942. Dotada de un profundo lirismo, Metamorphosen representa, en cierto modo, una metáfora ambivalente tanto del fin de la Alemania nazi como el oscuro y triste ocaso de un anciano que había visto cómo gran parte de su mundo y su vida se desmoronaban.
Bajo este esquema de oscura intimidad, Currentzis abogó por un tratamiento flexible tanto de la orquesta como del discurso sonoro. Siempre con un sonido compacto y, tras una introducción con tempi reposados, no es hasta la sección central en la que el discurso cobra relieve mediante un contraste entre secciones de la propia cuerda. Por un lado un fraseo bien trazado y articulado en violines y violonchelos, frente a un punzante y acerado sonido en las violas y contrabajos marcando el recurrente motivo de cuatro notas desde que se presenta.
Más discutible, a nuestro parecer, resultan los rubati continuados y el estatismo con el que cerró la obra resaltando la cita de la marcha fúnebre de la Tercera Sinfonía de Beethoven, rompiendo el hilo discursivo y cayendo en un efectismo, quizás innecesario que, en cualquier caso, da buena muestra del extraordinario talento del director y de la maleabilidad de la orquesta.
De nuevo el término réquiem, emerge como crisol para definir la Sexta Sinfonía en si menor, Patética, de Piotr Ilich Tchaikovsky, obra ensombrecida por la prematura muerte del compositor tras solo nueve días después de su estreno. De carácter igualmente afligido la obra emula una suerte de desasosegante autobiografía del propio compositor en la que, desde continuas depresiones, narra sus triunfos, luchas y su final derrota.
Si ya Currentzis había demostrado una cierta sofisticación en su aproximación a Metamorphosen, en la obra de Tchaikovsky procedió a amplificar esas intenciones mostrando una versión maximalista en la que los contrastes tanto dinámicos como tempi, construyeron el eje de la interpretación.
Tras un sutil, muy camerístico inicio –fantástico aquí el clarinete solista con unos pianissimi espectaculares-, Currentzis abordó con violencia cinemática el desarrollo del primer movimiento ofreciendo un sonido que, aunque indaga en paletas terreas y evita todo brillo innecesario, no siempre está bien equilibrado, sobre todo al dejar la sección de trombones por encima de trompetas y trompas aspecto que, por ejemplo, se corrige en la grabación comercial efectuada por misma orquesta y director.
En el segundo movimiento paladeó bien el vals en 5/4 con amplios y cantables fraseos mientras que en el tercero construyó con ímpetu marcial un scherzo irónico y anguloso que, tal vez, miraba más a Shostakovich que a la tradición romántica. En el adagio final, la libertad del director en torno a la interpretación se hizo incluso más patente. Siempre, eso sí, bajo un extraordinario sentido de la dramaturgia musical. En ese sentido, Currentzis se expresó de manera igualmente arrebatada ofreciendo con gran acierto un candoroso enfoque al autoindulgente tema central que, poco a poco, va apagando la obra dejándonos una sensación de brillante oscuridad.
Justino Losada
MusicaAeterna / Teodor Currentzis
Obras de R. Strauss y Tchaikovsky
Ciclo La Filarmónica
Auditorio Nacional, Madrid
Foto © La Filarmónica