Joaquín Riquelme fue solista del Concierto para viola y orquesta de Béla Bartók, con la OSG, dirigida por José Trigueros quien hubo de sustituir por urgencia a Juanjo Mena, alterando el programa previsto con la incorporación del Amor Brujo de Manuel de Falla en la versión para cantaora con la voz de Marina Heredia, que nos compensó en una obra que en sus dominios, una real gitanería estilística, maneras que ya nos dejó la pasada semana con ¡En libertad! de J.Albert Amargós. Riquelme realizó una importante etapa de formación con la Berlin Philharmoniker, orquesta con la que también tuvieron experiencias maestros como Fernández Arbós y Santiago Cervera para proseguir en la Berlin Universität der Kunste, con Helmut Rohdun mostrando siempre interés por las experiencias camerísticas, con maestros como Emmanuel Pahud; Christian Zacharias; Jörg Widmann; el Cuarteto Memderling o el Berlin Ensemble.
Béla Bartók en obra póstuma, perfilada en su última etapa en los Estados Unidos, en una agotadora experiencia frente a una situación insuperable, mientras Tibor Serly- músico que nos ha servido para la elección de esta versión- le ayudaba en la culminación de ese proyecto que se confirmará con el estreno gracias William Primrose y Antal Dorati, en 1949. Ernöbalogh, nos pondría al día de su situación entonces: Bartók conocía la naturaleza de su enfermedad, aunque el día que lo ingresaron pensaba seguir componiendo. Durante ese último verano trabajó de la única manera que sabía: de la mañana a la noche. En esa condiciones fueron compuestos el Tercer concierto para piano y este Concierto para viola; forma típica de trabajo y que también veríamos en el Concierto para orquesta. En vida no gozó del reconocimiento y popularidad, un trato que se limitaba a los profesionales de vanguardia. Sin embargo, dos de los Conservatorios, la Juilliard School y Curtis, así como la Seattle University, le ofrecieron cargos bien remunerados como profesor de composición.
Un período de posguerra que venía precedido por la Rapsodia para violín o el Segundo concierto para violín, permitiéndose coqueteos con el jazz, asunto que destacará Julie Brown. Una puja por probar con nuevas aportaciones y aquí nos encontraremos con la ufana severidad de las dos Sonatas para violín. Venía el autor se sobreponerse a esa obligada huida que le distanciaba definitivamente de Nagyszentmiklós, su lugar de nacimiento y que se integraría en Rumanía o de Pzosony- donde vivía su madre-, que pasaría a Checoslovaquia, un puzle de sabidas consecuencias. Bartók mantuvo la fidelidad al paisaje de aquellos sueños enmarcados por la oculta trascendencia de los modismos campesinos, que alcanzaban hasta Turquía y el Norte de África, mientras su país se abocaba hacia el gobierno autoritario de Miklós Horthy, momento en el que esa lealtad a esos posicionamientos traerán consecuencias reprobatorias curiosamente vejatorias, tildándole de poco húngaro. El Concierto para viola, es obra que se resolverá en tres tiempos: Allegro moderato; Adagio religioso y Allegro vivace. El primero en forma de sonata de elaborado sobre temas contrastados, para ceder la entrada a la viola exponiendo sus detallismos expresivos e idiomáticos con un desarrollo en el que se incluye una recapitulación cara al Adagio religioso-Allegretto, lírico en la dimensión de su planteamiento en un a modo de ejercicio meditativo tratado en forma de ABA. El Allegro vivace, será la respuesta precisa a los tiempos anteriores en lo relativo al equilibrio del conjunto de la obra, dentro de un moto perpetuo. Serly, en la responsabilidad que le atañía, supo mantener los presupuestos estéticos bartokianos gracias a un tratamiento orquestal reconocible. No menos podremos decir de Joaquín Riquelme en su enfoque sobrecogedor en el conocimiento de la obra en cada uno de sus tiempos electrizantes e idiomáticos dejándonos como bis la Allemande de la Suite primera, en Sol M. BWV 1007, deJ.S. Bach
El Amor Brujo de Manuel de Falla, la gitanería de 1915 nacida de un canción para Pastora Imperio y que evolucionará en pretensiones a una pieza de género chico para renegar de sí misma mientras vive de los asesoramientos de Martínez Sierra y María Lejárraga, un embrión que dará razones posteriores ampliaciones y revisiones, tras el encuadre en los límites de las breves piezas escénicas conocidas como apropósitos, espectáculos del género de las variedades y entretenimientos sin apelativo preciso. Para la obra, un orgánico sencillo- flauta (y piccolo), oboe, trompa, cornetín, piano y quinteto de cuerdas, que se ampliará en la del año siguiente. Nos quedamos pues, al servicio de la cantaora, con el sencillo esquema de dos cuadros: Un primero en siete detalles musicales, repartidos desde la Introducción y escena previo a la Canción del amor dolido, el pasaje del Sortilegio; la Danza del fin de día y el añadido de El amor vulgar (que sería suprimida en el ballet); el Romance del pescador para completar el descriptivo Intermedio que dejará lugar al Cuadro segundo, con El fuego fatuo; la escena del terror y la Danza del fuego fatuo dejando que otro Interludio que prepare la Canción del fuego fatuo en encadenamiento hacia el Conjuro para reconquistar el amor perdido; la Escena del amor popular, La danza y canción de la bruja fingida en un revoloteo del Finale con Las campanas del amanecer. ¡Ya está despuntando el día! ¡Cantad, campanas, cantad! ¡Que vuelve la gloria mía! Voz quejumbrosa y rota de Marina Heredia en el desgarramiento agónico.
Ramón García Balado
Joaquín Riquelme/ Marina Heredia.
Orquesta Sinfónica de Galicia/Juanjo Mena
Obras de Béla Bartók y Manuel de Falla
Palacio de la Ópera, A Coruña