La Séptima sinfonía de Beethoven fue el plato fuerte y el más brillantemente servido del programa que presentó la Orquesta Nacional de España bajo la dirección de Josep Pons, en su temporada.
Una obra que recompensa el trabajo previo por ese continuo ánimo pujante con un ajustado equilibrio en el inspirado y celebérrimo Allegretto. Un equilibrio respetuoso con la letra y sus repeticiones prescritas, no siempre entendido en las abundantes versiones mutiladas que ha legado la tradición. Con todas ellas la obra adquiere la arrebatadora potencia rítmica que le da sustento.
Y así, esta versión se presentó con limpieza en un primer movimiento que apuntaba ya maneras, con aquella característica, y larga, introducción, y que sorprendió pronto, al plantear todos sus movimientos, sin excepción, en un solo trazo… sin solución de continuidad. Una sinfonía, un solo gesto macro-formal, ampliado, eso sí, a cuatro movimientos sinfónicos. Un gesto sinérgico, estimulante y dinámico, casi, y sin casi, danzable. El relativo reposo de su Allegretto no deja de ser la bellísima excepción, el exquisito respiro, que confirma aquella regla.
De esta guisa se destacó el desempeño conjunto de su elenco, con especial mención a los profesores del viento madera.
Antes, de inicio, dado que los programas en las circunstancias singulares actuales se resuelven, también, de un sólo trazo, escuchamos dos obras de Maurice Ravel. Obras que, en cierto modo, se dieron sombra entre sí; en orden cronológico, la primera a la segunda. A una bien dispuesta y ajustada a la sonoridad de la orquesta Pavana para una infanta difunta, en principio escrita para piano, le sucedió, frágil, el también arreglo orquestal del autor para cuatro movimientos de su Tombeau a Couperin.
Ambas dejaron las espadas en alto, creando así expectación, no resuelta hasta alcanzar aquella convincente y conmemorativa Séptima sinfonía beethoveniana.
Luis Mazorra Incera
Orquesta Nacional de España / Josep Pons.
Obras de Beethoven y Ravel.
OCNE. Auditorio Nacional de Música. Madrid.