Los días 31 de enero y 6 de febrero, la Orquestra Simfònica de Barcelona i Nacional de Catalunya ofreció dos nuevos conciertos de su Festival Beethoven. Si el inaugural estuvo dirigido por Jan Willem de Vriend, que imprime a sus interpretaciones un cariz historicista, estos dos lo estuvieron por el director titular de la formación catalana, Kazushi Ono, quien ve esta música desde un prisma más “tradicional”, con plantillas más reforzadas, un sonido más pleno, rotundo, y un interés mayor por resaltar el valor dramático y expresivo de las obras. Ciertamente, la oportunidad de contrastar y comparar ambos enfoques, y que sea una misma orquesta el vehículo para ello, es uno de los grandes aciertos de este ciclo. Porque, cada uno a su manera, tanto De Vriend como Ono obtuvieron óptimos resultados.
Los dos programas que dirigió el maestro japonés se caracterizaron por la inclusión de dos obras actuales concebidas como homenajes a Beethoven. La idea era buena; los resultados, no tanto. Así, el 31 de enero se estrenó Wanderwelle, de Hèctor Parra, un monodrama para barítono a partir de los cuadernos de conversación beethovenianos. Son textos breves, los unos absolutamente anodinos por su cotidianidad, los otros cargados de posibilidades dramáticas. Bien organizados podían dar lugar a una partitura potente. Pero ahí radica el problema: al compositor le da igual que Beethoven se queje de que hayan puesto agua a su café o de que su sobrino esté a punto de morir, todo halla la misma respuesta en la orquesta, los mismos estallidos sonoros, el mismo clima expresionista. Falta desarrollo que conduzca a un clímax, pues toda la obra es un clímax continuo, lo que acaba restándole eficacia y eliminando la capacidad de sorpresa y de empatía por el personaje. Si monótonos y reiterativos son los recursos orquestales y armónicos empleados, otro tanto puede decirse de la escritura vocal, de una linealidad pasmosa. Faltó, en suma, el sentido del contraste, la unión entre texto y música, que Beethoven sí ofrece en una obra como el aria “¡Ah, pérfido!”, muy convencional, sin duda, pero mucho más efectiva a todos los niveles, y nada gratuita, que Michaela Kaune interpretó con solvencia. Y faltó también la habilidad para crear clímax, que Beethoven de nuevo ofrece en la obertura Coriolano que abría la velada y en la Sinfonía n. 5 que la cerraba. Las lecturas de Ono no tuvieron la fantasía de las de De Vriend, pero sí el empaque, la fuerza y el rigor que se espera de un Beethoven “de siempre”.
El 6 de febrero, Ono abrió programa con L’angelo necessario, de Mauricio Sotelo, una partitura para clarinete y orquesta inspirada por el interés que el compositor siente por la Sinfonía n. 4 de Beethoven, pero también por la obra del filósofo italiano Massimo Cacciari. Menos pretenciosa que la de Parra, y más rica también en discurso, en el fondo Beethoven no es más que un punto de partida, no de llegada ni de andadura, por lo que a lo largo de la composición van apareciendo sonoridades que evocan otros universos musicales, como el árabe. Del neoexpresionismo de Parra se pasó, por tanto, al posmodernismo de Sotelo.
Tras la obra de este, Ono dirigió la citada Sinfonía n. 4, tan “clásica” en su apariencia, pero llena de gestos y sorpresas que el director supo resaltar con esmero. Mas el plato fuerte de la velada fue el Triple concierto, interpretado por el violinista Guy Braunstein, la violoncelista Alisa Weilerstein y el pianista Inon Barnatan, tres solistas que mostraron la importancia de establecer complicidades en este tipo de obras: constantemente se buscaban con la mirada, de forma que era como estar en un concierto de cámara, pero con acompañamiento orquestal. Esa naturalidad se tradujo en una versión clasicista, elegante y sin falsos divismos que cerró por todo lo alto la velada.
Juan Carlos Moreno
Orquestra Simfònica de Barcelona i Nacional de Catalunya / Kazushi Ono. Michaela Kaune, soprano; Ekkehard Abele, barítono; Joan Enric Lluna, clarinete; Guy Braunstein, violín; Alisa Weilerstein, violoncelo; Inon Barnatan, piano.
Obras de Beethoven, Parra y Sotelo.
L’Auditori, Barcelona.
Foto: Alisa Weilerstein, violoncelo / © Decca Paul Stewart