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Crítica / Bajo la sutileza mozartiana - por Luis Suárez

Tarragona - 28/02/2023

Ante la indisponibilidad de una de las hermanas Labeque para el concierto con la Franz Schubert Filharmonia, Alba Ventura fue la encargada de coger el relevo con el “Concierto nº20, K.466” de Mozart, y el resultado fue más que óptimo.

Mozart completó esta obra el 10 de febrero de 1785 y realizó la primera función la noche siguiente en Viena. La puntuación agrega una flauta y dos trompetas a vientos, trompas, timbales y cuerdas. Acababa de cumplir 29 años y estaba en la cima de su popularidad en la siempre voluble Viena. El dramatismo de “Don Giovanni, K.527”, compuesta a la par, en el primer movimiento, Allegro en Re menor, los temas de Mozart son más motivadores que melódicos convencionales; el solista nunca toque exactamente lo que la orquesta establece en la exposición, a pesar de una estructura de sonata sólida como una roca en todo momento.

El segundo movimiento es una Romanza sin marca de tempo (pero claramente andante); un rondó en forma ABACA que se sumerge dramáticamente en sol menor antes del pareado final, una desviación armónica significativa no solo aquí sino en el contexto general del concierto. Para no subestimar el genio incomparable de Mozart en la música antes de esto, nada había igualado la unidad de expresión lograda en 1785 y después. Más allá de integrar los movimientos externos, hizo que el movimiento lento fuera parte integrante del todo.

Mozart vuelve a re menor en el tercer movimiento (Allegro assai; alla breve). Hasta la coda, escuchamos uno de los raros rondós de Mozart en clave menor. Más precisamente, es una sonata-rondó extendida (ABACDA, más coda), ya que C es un desarrollo, con la repetición en la sección D. El desarrollo nuevamente como antes en el segundo movimiento busca G menor, la tonalidad más oscura de Mozart antes de que finalmente se permita que re mayor se abra paso, aunque sea un sol blanquecino e invernal.

Ventura ofreció una calidad interpretativa a raudales, desplegando todo su potencial expresivo conjuntado con una técnica virtuosa impecable. Desde el más intimista fragmento, tocado con fina sutileza, hasta el más enérgico e impulsivo, el diálogo entre solista y conjunto se mantuvo siempre en una perfecta armonía de sincronización, con una dirección rozando lo sublime, en un perfecto entendimiento entre las partes. En los tempos lentos se llegó a sentir una especial lectura llena de sensibilidad, en contraste con la pasión expresada en los momentos de máxima fuerza. Se podría afirmar que entre Mozart y Ventura podría existir una simbiosis entre compositor y ejecutante, como si se estuviera escribiendo e interpretando la partitura al unísono, guiando el primero (de una manera magistral) las manos ágiles y certeras de nuestra sensacional pianista. Al final tocó como bis uno de los “pecados de juventud” de Alicia de Larrocha, cumpliendo con el ritual de homenaje a tan legendaria pianista.

En la segunda parte el modelo elegido fue Robert Schumann y su última Sinfonía. Si bien su reputación como uno de los maestros de la música para piano del Romanticismo se puede decir que haya perjudicado en parte el resto de su producción sinfónica o de cámara, no se puede decir que la calidad de estos géneros sea menor, sino muy valiosa en calidad artística. Tal es el caso de sus cuatro (o cinco Sinfonías, si consideramos su temprana aportación con el nombre conocido de su ciudad natal, Zwickau en Sajonia, de 1832/33).  Otros le tachan de mal orquestador; no es que fuera el mejor pero la calidad de su timbre orquestal es incuestionable.

El impacto de sus obras sinfónicas es maravillosamente evocadora, prototípicamente románticas, de perfecto diseño formal, sustancia temática y armónica. La “Sinfonía nº4” op.120, no es su último esfuerzo en el ramo. Fue de hecho, originalmente compuesta inmediatamente después de la finalización de la “Primera Sinfonía de 1841, denominada “Primavera”, y por la tanto es anterior a la segunda y tercera. Schumann se abstuvo de su publicación hasta 1853, durante cuyo intervalo realizó algunas revisiones, principalmente en el área de orquestación y arquitectura formal. El trabajo final resultó más complejo e innovador que en las anteriores. Los cuatro movimientos, cada uno de ellos estructuralmente incompleto, deben tocarse sin solución de continuidad. Colectivamente, forman un único diseño formal a gran escala. Significativamente, Schumann consideró llamar a la pieza, “Fantasía Sinfónica”, sin duda preguntándose si tal creación fuera a ser considerada por el público y críticos, como una sinfonía genuina.   

Tomàs Grau imprimió una dirección apasionada, claramente romántica de espíritu, enérgica en partes y de acusada melancolía en otras. Tras una lenta introducción impulsó una atrevida lectura del tema principal en una dinámica ambulante. El nombre de Clara (Schumann o Wieck) siempre está presente en el espíritu de la obra, enfatizando una lectura de relación entre las distintas partes, efectista y contrastante con una correcta acentuación de los nexos de unión entre las mismas, dispuestas por el compositor, procurando una relación acusada de los motivos principales. Su lectura supuso un sentido más allá de las simples notas o melodías, desgajándolas y exponiéndolas de una manera hábil para sacar de ellas toda su emoción, belleza formal, texturas, dinámicas, colores y timbres con sutil toque de magia que es el cariño y amor por lo que está interpretando. Una orquesta entregada a lograr el equilibrio justo entre todas las fuerzas musicales que integran la obra. Dosificando las intensidades, la creación del ritmo y el flujo justo del devenir de tan bella obra. Un Eusebius dominador en el espíritu global de la partitura con una maravillosa sencillez de ideas que hace de ella una obra dinámica, bella y atractiva. El resultado, una tronada de aplausos, al igual que en la primera parte.

Luis Suárez

 

Alba Ventura, piano

Franz Schubert Filharmonia. Tomàs Grau, dirección

Obras de Mozart y Robert Schumann

Teatre, Tarragona

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