Con sumo interés se anunciaba el quinto concierto del actual ciclo sinfónico de la Orquesta Sinfónica de Madrid dirigida, en esta ocasión, por el director gallego Luis Miguel Méndez con un programa centrado en música italiana al contar con obras del añorado Luciano Berio, presente por medio de sus Cuatro versiones de la Ritirata notturna de Madrid, y la Trilogía romana de uno de los principales exponentes de generazione dell'Ottanta, Ottorino Respighi.
Siendo uno de los paladines de la vanguardia histórica, Luciano Berio, que en este 2025 cumpliría 100 años, comprendía que la tradición era tan importante como la innovación en el transcurso histórico de la música. Con una aproximación nostálgica Berio busca cierta idealización del pasado mediante el empleo de ritmos y melodías populares que se evidencian en sus Folk Songs, Voci, su magna Coro. También, la poética reimaginación de músicas pretéritas como en Rendering o en el ecuménico diálogo de giros, gestos y motivos en forma de un cleptómano collage que representa su gloriosa Sinfonía, ejemplifica buena parte de su diálogo con la tradición.
En estas coordenadas surgen las Cuatro Versiones de la Ritirata Notturna de Madrid, una reinvención en forma de variaciones del material del final del noveno quinteto de Boccherini que Berio sobrepone en sus cuatro diferentes versiones y orquesta en 1975 por encargo de la Orquesta Filarmonica de la Scala de Milán para abrir uno de sus conciertos sinfónicos. Con los cuchicheos de un público algo más ruidoso de lo habitual, inició Méndez en pianissimi y con tempi cómodos el creciente volumen sinfónico en forma de arco procesional de la obra, que se acerca para alejarse, poco a poco, en simétrica gradación dinámica descendente. Buen trabajo general de los solistas de caja y los profesores de la Sinfónica aunque dio la impresión de que Méndez, pese a una clara gestualidad, podría haber ofrecido algo más.
Bien apunta José Luis Temes en sus excelentes notas al programa al indicar que la obra de Respighi no es conocida del todo a excepción de su Trilogía Romana, conjunto de poemas sinfónicos que dedicó el compositor boloñés a la capital italiana y que iniciara en 1913, poco después de instalarse como docente en la ciudad eterna. Abrumado por su monumentalidad, el músico, en una de sus cartas a su esposa Elsa, se preguntaba “por qué nadie ha pensado en hacer las fuentes de Roma "cantar", porque son, después de todo, la voz misma de la ciudad”. Con esta idea en mente y como excusa surgiría la obra germinal de la triada que otorgaría fama al compositor, Fontane di Roma, de 1916, a la que siguieron Pini di Roma en 1924 y Feste Romane en 1928. Fue tal la rotundidad del éxito de estas creaciones que, lastimosamente terminarían por empañar su esforzada música anterior como la franckiana Sinfonía Dramática de 1914, el contemporáneo Concierto para piano en modo mixolidio de 1925 o el posterior y extraordinario Metamorphoseon modi XII - su gran obra maestra- de 1930.
Con enérgico y bien medido gesto y un claro sentido de la direccionalidad inició el pontevedrés Luis Miguel Méndez la interpretación de la trilogía comenzando con la última obra, Feste Romane, la más extrovertida de las tres y, posiblemente, la más compleja de concertar al precisar una clarificación de sus texturas de herencia rimskiana mediante una lectura en la que primó el buen criterio constructivo basado en la estratificación de los diversos planos orquestales. En esta empresa se evidenciaron tanto aspectos positivos como la precisión y solvencia de los tres intérpretes de trompeta en la fanfarria con la que se inicia Circenses que evoca una escena en el Circo Máximo de la Antigua Roma, como no tan positivos, siendo, por ejemplo, la falta de brillantez en el apabullante cierre de esta sección, mostrando problemas de balance entre familias, posiblemente por la costumbre de interpretar desde el foso y en condiciones acústicas muy diferentes.
Enlazado sin solución de continuidad, Il Giubileo tuvo una buena progresión dinámica en el simbólico ascenso al Monte Mario aunque se pudo resolver con mayor claridad al quedar un tanto embarullado. Mejor resuelta quedó L’Ottobrata gracias a la calidez de la cuerda de la formación madrileña que arropaba la serenata del solista de mandolina hasta que La Befana sorprendió con su decibélico quodlibet de canciones coronando una grandilocuente y briosa coda que Méndez supo guiar con gran intensidad ante una entregada pero mejorable Orquesta Sinfónica de Madrid.
Prosiguió la segunda parte con los poemas restantes, iniciándose con Fontane di Roma de 1916, obra de arquitectura más lograda y armonía más audaz, que Méndez supo delinear con buen fraseo en los movimientos extremos y una buena propulsión dramática en los movimientos centrales. Es cierto que se echó de menos algo más de poesía y sentido del rubato en la brumosa Fontana de Valle Giulia all’alba, bastante lograda con sus dinámicas en pianissimi, pero la construcción de la cascada y el evocador jugueteo del agua en la fontana del Tritone al mattino estuvo muy bien logrado, como la acumulación de tensión y la rápida articulación ascendente en la visión monumental de Neptuno domando las aguas bajo el sol del mediodía –descrito bajo el sinestésico acorde de Re Mayor al órgano en el clímax- en la Fontana de Trevi al meriggio.
La conclusión, con una algo expeditiva imagen del anochecer de La Fontana de la Villa Medici al tramonto, hubiera pedido algo más de reposo y flexibilidad agógica aprovechando la mejor prestancia de la orquesta. Para concluir vino Pini di Roma, en lo que fue lo mejor del concierto ya que Méndez volvió a enfocar con incisiva agilidad el stravinskiano recuerdo de Petrushka de la panoplia de canciones y rimas infantiles de Pini de Villa Borghese para continuar, en un registro más contenido, con el gregoriano canto de la trompeta en Pini presso una catacombe construido con buen pulso en su acumulación dinámica. Enlazado con el precioso I Pini del Gianicolo las maderas se mostraron aquí excelentes, entre ellas el primer clarinete, guiados por un Méndez que, bajo un excelente control dinámico, cerró con premura un episodio que, tal vez, hubiera requerido mayor elasticidad para permitir un discurso más estático y cantable.
El triunfal final de la marcha de I Pini di Via Appia se alzó con la constructiva y ágil destreza de la batuta que logró una portentosa progresión narrativa hasta su sensacional conclusión poniendo fin a la que fue la mejor interpretación del concierto con una, ahora sí, muy esmerada respuesta por parte de la Orquesta Sinfónica de Madrid.
Como quien esto escribe considera que la crítica musical debe prestar atención a los hechos del acontecimiento además de incidir en cuestiones de estilo interpretativo, me veo obligado a hacer una mención especial a un público en extremo ruidoso y con pericia para destrozar los momentos más delicados, no ya con sus involuntarias pero habituales toses, sino también con su poca fortuna para hacer ruido con los envoltorios de sus caramelos o con los, al menos, diez teléfonos móviles que pude contar mientras sonaba la música en un muy irrespetuoso comportamiento. Será que los avisos por megafonía no son lo suficientemente elocuentes y expresivos. Para reflexionar…
Justino Losada
Orquesta Sinfónica de Madrid / Luis Miguel Méndez
Obras de Boccherini/Berio y Respighi
Temporada sinfónica la Orquesta Sinfónica de Madrid 2024/2025
Auditorio Nacional, Madrid