El día comenzó, por así decirlo, en la estación de Nuevos Ministerios; y el día acabó, por así decirlo, en la Concatedral de Santa María de Cáceres con el concierto inaugural del Atrium Musicae. Entre medias, hasta llegar a este punto, la abundancia y sobrestimulación de pantallas digitales que recibe el viajero no deja espacio para la reflexión, hasta llegar, al fin, a ese remanso de calma y paz que es pasear por el casco histórico de Cáceres y de paso escuchar los cantos litúrgicos cristianos que ofrecieron Schola Antiqua y Juan Carlos Asensio, una medicina para el alma, en esta nueva apuesta cultural y musical de la Fundación Atrio Cáceres con la dirección artística de Antonio Moral.
Con la esperanza de hacer llegar la música a nuevas generaciones, así como al público en general, este festival de tres días y cinco conciertos aglutina sentidos, desde los espacios históricos (Concatedral de Santa María, Gran Teatro de Cáceres, Iglesia de San Juan Bautista y Museo Vostell Malpartida), gastronómicos (a nadie se le escapa la presencia de los responsables de Atrio en el proyecto, Toño Pérez y José Polo) y los lugares patrimonio de la humanidad del bellísimo casco histórico cacereño.
Y si sumamos la diversidad de conciertos, sin un estilo definido, este es un festival mestizaje, que lo mismo sirve un vermú en el Museo Vostell Malpartida tras un ecléctico concierto en una de las salas del Museo que hace sonar el órgano de la Concatedral un sábado al mediodía ante los arrodillados fieles bachianos.
Y el punto de partida de Schola Antiqua fue un programa titulado Servasti Vinum Bonum, que giró en torno a cantos sacros y profanos con el vino como leitmotiv (no se me ocurre mejor temática para una inauguración que fue toda una fiesta), como bien explicó desde el púlpito Juan Carlos Asensio, en un didáctico concierto que descorchó lo mejor de Schola Antiqua y su intachable trayectoria en estas músicas.
Al día siguiente, de nuevo en la Concatedral, Daniel Oyarzabal hizo del órgano su medio de expresión con Widor y Bach y entretenidos arreglos de Rossini, Saint-Saëns, Grieg y Mussorgsky. Nos quedamos con la serena templanza en los corales bachianos o la brutal sensación de improvisación que otorgó a la Toccata y fuga BWV 565, el hit organístico por antonomasia y que concentró la atención de un público respetuoso y concentrado ante la versión honda y libre de Daniel.
A la tarde, tras pasar por la gastronomía inmejorable de esta ciudad y un sol acogedor y radiante, nos esperaba un liederista nato como es el suizo Manuel Walser en una obra tan apropiada para enero como el Winterreise de Schubert, que para un barítono de formación alemana (alumno de Quasthoff) es como la paella para quien dice ser un cocinero español; ambas cosas se le presuponen dominarlas. Walser, con un registro grave muy seductor, afrontó el ciclo de los ciclos con mucha calma, con concentración y una delectación en el texto (por cierto, sobretitulado en el abarrotado teatro, ¡bravo!), haciendo de algunos Lieder verdaderos microdramas (Lágrimas heladas, En el río o El cuervo). Y claro, como en un ciclo como el Viaje de invierno cantan dos, el pianista, Alexander Fleischer, fue un maravilloso traductor de esta música, que espero fuera un punch directo en el corazón para el cacereño que aún no hubiera podido escucharlo en vivo, y más con un nivel tan alto como este, propio del Ciclo de Lied del Teatro de la Zarzuela madrileño, uno de los mejores del mundo.
Con visita guiada y comentada por Juan José Antonio Agúndez García, director de un museo único en su especie y sede del siguiente concierto, el Museo Vostell Malpartida, esta vez la música vino de la mano de la simpática y creativa cellista Iris Azquinezer, que tocó Bach junto a sus obras propias. Y la verdad, ante esta valentía inusual de mezclarse entre un dios, Iris salió más que bien, ya que su música es bella y emociona, además de estar muy bien escrita y pensada. Sus Danzas a la luna deberían ser una música usual de los cellistas, o Nada te turbe, un emocionante recuerdo repleto de emociones muy profundas.
Y para culminar un domingo y como cierre de esta primera edición del Atrium Musicae, la Iglesia de San Juan Bautista acogió como una madre de portentosa acústica al Cuarteto Cosmos, que la verdad no es que necesite mejoras en su sonido, que ya es de una calidad propia de un cuarteto top, pero enriquece los armónicos y glorifica las tres obras maestras que recibieron su bautismo por el Cosmos en Cáceres: Cuarteto Op. 76/1 de Haydn, KV 465 de Mozart y el Rosamunda de Schubert, es decir, primer plato, segundo plato y postre, pero cada cual con su propia importancia, ni mayor ni menor que cualquier otro de este menú degustación de clásicos servido como pocos cuartetos (jóvenes) son capaces de ofrecer a día de hoy.
Las ideas interpretativas son una bendición, una tras otra; pocas veces se tiene la sensación de que el Cosmos tome el camino equivocado (por ejemplo, las frases en grupos de tres repeticiones, dejaban sonidos fijos para ser tocadas solo con vibrato en la tercera repetición), ofreciendo interpretaciones colosales (Adagio en Haydn, todo el desarrollo del primer movimiento de Mozart o un Menuetto de Schubert narrado con una calma magistral, especialmente comandada por el cello de Oriol Prat, portavoz de su mágico misterio).
Y así, con la calma de un frío domingo invernal pero con el alma cálida por unos conciertos muy inspiradores, el oyente da un último paseo por unas calles que a esa hora parecen reservadas para unos pocos, aquellos que han podido disfrutar de la música y el arte en esta primera edición de Atrium Musicae.
Gonzalo Pérez Chamorro
Atrium Musicae (Fundación Atrio Cáceres)
Schola Antiqua y Juan Carlos Asensio; Daniel Oyarzabal; Manuel Walser y Alexander Fleischer; Iris Azquinezer; Cuarteto Cosmos
Concatedral de Santa María, Gran Teatro de Cáceres, Iglesia de San Juan Bautista y Museo Vostell Malpartida
Cáceres (27 a 29 de enero)
Foto: El Cuarteto Cosmos en la Iglesia de San Juan Bautista como clausura del Festival Atrium Musicae / © Atrium Musicae