Valga el oxímoron. Fundada en 1995, la Orquesta Barroca de Sevilla (OBS) ha alcanzado el cuarto de siglo, en los que ha pasado por todo hasta llegar a un momento espléndido, como muestra su presencia en esta ópera barroca representada -no como habitualmente suele, en concierto- de enorme acierto. Sobre el gran libreto del cardenal Vincenzo Grimani monta una trama en torno a la figura de la temible Agripina en busca del poder imperial para su hijo Nerón, es decir, para ella misma, aunque finalmente este terminara con su vida (parece que por instigación de Popea). Para empezar, el planteamiento adopta una visión ajena a la crueldad y barbarie de la realidad, prefiriendo una perspectiva que elige fijarse en los dimes y diretes de una saga de complejas relaciones familiares, vistas con humor, sarcasmo, envidias o zancadillas. Eso, y la extrema vigencia del tema (alcanzar el poder a cualquier precio) nos acerca a la actualidad, aunque la directora de la producción viera una similitud aún más cercana en aquellas intrigas de las grandes dinastías televisivas de los 80: Falcon Crest, Dallas o precisamente Dinastía. La ópera termina con la decisión salomónica de Claudio, dejando a todas las partes contentas; sin embargo, la misma producción nos desvela que todos sus miembros terminaron sus días de forma violenta, sorprendiendo con fotos de las “muertes” de sus protagonistas/cantantes al estilo de los ajustes de cuentas mafiosos.
Como un lienzo de Mondrian, cuadros de diverso tamaño mostraban pantallas independientes o conjuntadas entre sí (a veces con surrealismo daliniano), relacionadas con cada escena planteada, guardando el tercio inferior para una constante renovación de los decorados (no recordamos haber visto nunca tanto cambio de escenografía: desde una simple bañera a todo el espacio para un salón o el animado dormitorio de Popea). Una parte del público se fue en el segundo descanso, bien por la duración de la obra (4 horas 40 minutos con descansos) o por algunas escenas demasiado “explícitas”; pero es que así era en la Roma de Agripina, en la del cardenal Vincenzo o en nuestros días (y no sólo en Roma). La única figura ajena a las glorias de este mundo y movido sólo por amor verdadero era Otón y de ahí que Clément le concediese poder salir del decorado, mientras los monitores proyectaban al unísono un frondoso bosque; y cuando al final Popea le corresponda, volverá a salir con ella a la naturaleza, lejos de las pompas y trampas cortesanas.
El elenco vocal tuvo mucho tiempo para ir mejorando y, en general, lo aprovechó. Todos, menos Antonio Giovannini como Narciso, porque su técnica no le ayuda a que evitase que su voz natural emergiera a ráfagas en la de contratenor, con lo que daba lugar a una especie de gallo, aparte de evidenciar una dificultad para la emisión de graves. En cambio, la voz del Pallante de Fernandes brilló en sus dos arias, de más dificultad que las de Narciso, estuvo estupendo, consiguiendo un canto de bajo-barítono que el portugués emitió con homogeneidad, volumen y fluidez. Sabata también necesitó un tiempo para calentar su instrumento (“Lusinghiera…”), ya que se quedaba corto de volumen, plano y con relativo encanto; pero acaso fue el que más evolucionó (también porque partió de más atrás) hasta alcanzar el afligido “Voi che udite”, ya con suficiente cuerpo, con canto más versátil, aprovechando su maravillosa entrada sobre el arco triunfal de una disonancia en la cuerda, que le brindaba la oportunidad de mostrar un gran lirismo roto por la fatalidad. Y aún sacó a su pusilánime rol atractivo empuje al descubrir a Popea las argucias de Agripina.
También Matthew Brook, comenzó con un registro falto de unidad, de entereza, creciéndose con el personaje y con la situación desesperada y desesperante de no saber quien mentía. Un desconocido Nerón como joven sensible al amor y pardillo en intrigas fue encarnado por la croata Pokupić con claro dominio de la coloratura, con firmeza frente a unos tiempos rápidos por la brillantez de su canto y correctamente articulado. En el reparto de voces, a Lesbos le toca un rol funcional; pero en lo poco que le oímos digamos que Lanchas nos resultó muy convincente y con un registro muy completo. Y por fin Serena Pérez como Juno apareció al final de la obra como la diosa que es del matrimonio para bendecir a las parejas con una coloratura que sacó con seguridad, y eso que aparece sólo en este final.
Pero toda la trama es obra de dos mujeres: Agripina, la vivificación del tratado de Maquiavelo, y Popea, la única capaz de contenerla y vencerla. A Alicia Amo la hemos visto con la OBS y siempre nos ha encantado, pero su aria como Popea que cerraba el primer acto quedó algo corta de volumen y las coloraturas no del todo articuladas. De nuevo, su registro fue acreciendo con la farsa y desde que decide tomar las riendas de las maquinaciones, verla y oírla fue un placer: qué Norina, qué Adina podríamos ver en esa picardía, destreza, brillo en su voz y seguridad con la que conduce su juego. Pero, sinceramente, la Hallenberg fue la reina de la noche (en mezzo, aunque Agripina esté escrita para soprano). La trajo por primera vez la OBS en duelo barroco con Vivica Genoux y ya nos quedamos maravillados (con las dos); nuevamente, volvió con la orquesta en este enero pasado ante la indisposición de Anna Bonitatibus y volvió a doblegarnos (y eso que estuvo a punto de cancelar por enfermedad también en el último momento). Y ahora llegaba en formato operístico, en el que se prodiga poco, y ya nos consideramos extraordinariamente afortunados: nuestro premio se resumió en 8 extraordinarias arias y una presencia escénica extraordinaria, en parte porque dio vida con convencimiento a un personaje que, al parecer, es su antítesis, a decir de quienes la han tratado cada vez que ha venido, por ser todo un dechado de bondad y sencillez.
La OBS volvió a contar con Onofri, quien es en la práctica el principal director invitado, dado el nivel de complicidad entre ambos. Sobre el foso elevado casi a la altura de la escena, pudimos oír su trabajo con absoluta nitidez y sorprendernos por esa capacidad de matizar cuanto toca y a la vez por el extraordinario conocimiento que el director tiene especialmente de la música barroca italiana. Y sobre una orquesta en plenitud sobresalieron, por su labor solista, el oboe de Pedro Castro y el chelo de Mercedes Ruiz. Clément no dejó quieto a ningún personaje ni en sus arias más comprometidas, haciéndolos cantar en las posiciones más incómodas para su diafragma (y pensamos, especialmente, en la Hallenberg); pero como finalmente todo salió bien, el riesgo mereció la pena, porque además los distintos decorados ayudaron a potenciar el volumen de aquellos cantantes más necesitados.
Precioso el variadísimo vestuario, imaginativa la escenografía, todo ello potenciado por una acertada iluminación. Y tanto cambio escénico trajo consigo a su vez una legio de tramoyistas que trabajaron con una sincronización sorprendente de cara al público. Nuestra felicitación también para ellos.
Carlos Tarín
Mathew Brook, Ann Hallenberg, Renata Pokupić, Alicia Amo, Xavier Sabata, Joao Fernandes, Antonio Giovannini, Valeriano Lanchas, Serena Pérez. Orquesta Barroca de Sevilla / Enrico Onofri. Dirección de escena: Mariame Clément. Escenografía y vestuario: Julia Hansen. Iluminación: Bernd Purkrabek. Vídeo: FettFilm. Producción: Ópera de Oviedo y Ópera Ballet Vlaanderen. Agrippina de Haendel.
Teatro de la Maestranza, Sevilla
Foto © Guillermo Mendo