De entre la pléyade de pianistas que han de intervenir en la presente edición del Festival de Granada ha actuado la jonvencísima rusa, Alexandra Dovgan, que ha suscitado una gran expectación a resultas de la plena asistencia de público a su atractivo recital con obras señeras del mejor repertorio romántico para este instrumento. Ganadora, entre otros, del Concurso Internacional de Piano para Jóvenes Pianistas de Moscú creado por Denis Matsuev, una de las indiscutibles auctoritas del piano en la actualidad, se presentaba con aura de máximo reconocimiento internacional.
Su actuación la inició con una de las sonatas más sorprendentes de Beethoven como la contenida en su Op. 31-2, “La tempestad”, que iba a abrir un nuevo ámbito expresivo en la proyección de su portentoso catálogo sonatístico. Lo primero que llamaba la atención de la joven pianista era el alto grado de concentración que reflejaba todo su físico, incluso antes de surgir el primer sonido, dejando la sensación tener absolutamente asimilada la obra en el espacio tiempo que requiere su materialización, como si su desarrollo en esas dos dimensiones tuviera que ser un ejercicio de espontáneo descubrimiento. Así transmitía la impresión de cierta irrealidad parlante en el Largo que la abre, motivada técnicamente por una muy calculada flexión del pedal que ya mantendría a lo largo de este primer movimiento en aras a enfatizar su determinación tonal, esencial aspecto musical con el que jugó desde su sorprendente madurez estética.
El sonido adquiría mayor entidad en el Adagio central, llegando a su mejor definición en el segundo tema que realizó con significada capacidad declamatoria. El tercero, ese universal prototipo de alegría irrefrenable hecha música, quedó plasmado con la vitalidad que irradiaba su juventud, imprimiéndole un carácter de improvisación que convertía su sonante ligereza en una sensación liberadora para el oyente.
El piano de Schumann requiere unos planteamientos técnicos que están muy ligados a las complejas estructuras armónicas que propone el compositor ya que, como ocurre en el Intermezzo del Carnaval de Viena, Op. 26, obra que tocó Alexandra Dovgan a continuación, requiere soluciones de altísimo virtuosismo en el que quede perfectamente definido el efecto expresivo de una imaginable tercera mano “lisztiana” con una sutileza que debe manifestarse siempre sorpresiva para el oyente.
La pianista se esforzó en destacar esas tres atmósferas a la vez que integrarlas en el aliento constante que exige el conjunto de la pieza, aspecto éste que le fue más complicado de alcanzar en el extremadamente intenso Finale de máxima velocidad y, por tanto, de un grado de exigencia en digitación llevado al límite. Con todo, su interpretación de la Romanza, situada en el segundo lugar de esta suite, fue el pasaje mejor interiorizado por la pianista, especialmente en la forma de abordar la preciosa modulación que precede a la conclusión de este episodio que terminaría resultando el más logrado de la obra y un ejemplo del recogimiento que puede llagar a alcanzar esta pianista.
En línea con el concepto anterior, las cuatro Baladas de Chopin, que ocuparon la segunda parte del recital, constituían un campo mejor abonado para que apareciera la riqueza emocional de la intérprete. Llamó la atención el sentido narrativo con el que impulsó la exposición de la primera contrastando sus dos temas, de manera llamativa en cómo hizo prevalecer la grandiosidad del segundo sobre el primero, carácter que acentuó con la elocuencia dada a la coda.
En la segunda supo jugar con la alternancia modal, manteniendo una actitud cadenciosa que se vio excesivamente alterada con la velocidad que adoptó en la irrupción del presto subsiguiente, en el que dio una sensación de huida más que del contraste de tensiones que pide el compositor. Éstas fueron mejor administradas de cara al patetismo que se determina en el final de la obra. Cierta orientación épica le dio a la tercera sin perder ese aire dialogante que sustancia su discurso. Tal planteamiento fue otro de los aspectos a destacar de la rica proyección en musicalidad que posee esta pianista que, en todo momento, supo encontrar la sensibilidad dramática con la que hay que tratar esta pieza.
La manifiesta complejidad de la cuarta fue bien solventada tanto en el aspecto técnico como en el conceptual, tratando de alternar su carácter patético y hasta trágico con el aire de vals de su motivo central, que realizó con gran fluidez y transparencia, hasta llegar con determinación a los cinco acordes que abren la tumultuosa coda que planteó como una liberación de todas las tensiones experimentadas a lo largo de su actuación.
Ante la unánime reacción de un público alborozado llegaría en el primer bis posiblemente el mejor momento estilístico de la velada con el Preludio, Op. 32 nº 12 de Sergei Rachmanimov, que expuso con esa magia interpretativa que sólo tienen los músicos rusos para con su repertorio. Reaparecía Chopin en una segunda correspondencia de agradecimiento de la pianista ante los insistentes aplausos, para terminar con el tercer momento elocuente de su actuación ocupado por el Preludio en Si menor del gran pianista ucraniano Alexander Siloti que, cambiando la función de las voces, extrajo del Preludio 10 del Libro 1 del Clave bien temperado de Juan Sebastián Bach, obra en la que la joven pianista hizo toda una muestra ejemplar de delicadeza sobre su línea de canto y su color tonal. Magistral en una joven pianista nacida en 2007, lo que da una idea de la previsible proyección de su carrera que, espero y deseo, tenga máxima atención y extremo cuidado en la orientación de su perfeccionamiento.
José Antonio Cantón
LXXI Festival Internacional de Música y Danza de Granada
Recital de piano de Alexandra Dovgan
Obras de Beethoven, Chopin y Schumann
Granada. Patio de los Mármoles del Hospital Real. 22-VI-2022
Foto © Fermín Rodríguez