El pasado 15 de noviembre, la Orquestra Simfònica de Barcelona i Nacional de Catalunya recibió la visita de dos colosos de la interpretación: Vladimir Ashkenazy y Boris Belkin. Prometía, pues, ser una velada para el recuerdo, más aún teniendo presente lo atractivo del programa, con una primera parte rusa y una segunda francesa.
La sensación final, sin embargo, fue ambivalente, la de que el resultado no llegó a alcanzar el nivel esperado. La causa no fue otra que Ashkenazy, un extraordinario pianista que como director resulta mucho más discreto debido sobre todo a una técnica peculiar, rudimentaria.
Tras unos Valses Pushkin de Prokofiev que sonaron agradables, llegó la hora del Concierto para violín n. 2 del mismo compositor, en el que Belkin demostró por qué es uno de los grandes violinistas de la actualidad gracias a una línea cuidada y a la vez incisiva cuando así lo requiere la partitura.
Ashkenazy, cuya familiaridad con Prokofiev es indudable, le arropó aquí de manera convincente. En la segunda parte, la Pavana para una princesa difunta de Ravel, aunque con un tempo excesivamente lento, tuvo encanto, pero fue en La Mer de Debussy donde más se notaron las limitaciones técnicas del director: su versión fue lineal, falta magia, sensibilidad tímbrica y capacidad de evocación. Correcta, sin duda, pero supo a poco.
Juan Carlos Moreno
Orquestra Simfònica de Barcelona i Nacional de Catalunya (OBC) / Vladimir Ashkenazy. Boris Belkin, violín.
Obras de Prokofiev, Ravel y Debussy.
L’Auditori, Barcelona.
Foto: Vladimir Ashkenazy / © Xiaomei Chen