La Dresdner Philharmonie, junto al pianista suizo Francesco Piemontesi y dirigidos por el maestro español Pablo González, fueron los protagonistas de los dos últimos conciertos de Ibermúsica en Madrid. Ambos fueron dedicados a la memoria del recientemente desaparecido director ruso Yuri Temirkanov, habitual en este ciclo y responsable precisamente de la dirección de esta misma formación alemana en su última presentación en este foro en 1994.
El primero tuvo en programa el Concierto para piano y orquesta Núm. 25, en do mayor, K503, de W. A. Mozart, el Adagio de la Sinfonía Núm. 10, de G. Mahler, y Muerte y Transfiguración, de R. Strauss.
Con la plantilla adaptada al medio concertante, maestro y formación iniciaron el Allegro maestoso del concierto para piano con gesto amplio y lectura impecable en balance, exposición temática y articulación, aunque con cierta carencia de brillantez y empuje rítmico, tan inherentes al estilo mozartiano. Piamontesi se mostró vítreo en sonido, adecuadamente encajado con la orquesta y elegante en el discurso, con planos claramente diferenciados entre la melodía y el acompañamiento en ambas manos, así como firme y preciso en la Cadenza. El Andante discurrió con fluidez, exhibiendo el lado más cantabile de las maderas y del solista, este último exquisitamente lírico en la expresión y cristalino como un arroyo. El Allegretto, cuyo atractivo motivo recurrente fue expuesto con gracilidad y empuje adecuado por Piamontesi, en perfecta sincronía con maestro y orquesta, cerró de forma convincente esta versión de la obra de Mozart.
Los encendidos aplausos a los intérpretes hicieron que Piamontesi obsequiara al auditorio con la interpretación del Adagio cantabile, 11ª variación del tercer movimiento de la Sonata K284, Dürnitz, de Mozart.
La segunda parte se inició con el Adagio de la Sinfonía Núm. 10, de G. Mahler. Con la orquesta en pleno, Pablo González acometió con claridad gestual, seguridad y convicción esta difícil partitura mahleriana, dando coherencia a su perfil formal en las yuxtapuestas y contrastantes secciones, ricas en planos polifónicos, armónicos y cambios de carácter, quizá de tempo más rápido en metrónomo de lo requerido en un adagio.
El comienzo de la obra resultó sutil en la parte asignada a las violas, con las notas de la envolvente melodía en unísono, bien subrayadas en articulación y dinámicas. Los distintos episodios, bien ensamblados e intercalados por el motivo recurrente de las violas, lograron el empaste orquestal adecuado, a tenor de la escritura extrema en tesituras de la partitura, así como unidad y continuidad dirigidas al trágico clímax disonante en fortissimo, algo contenido, sin embargo, en la resolución planteada por González. Versión nítida en la vertiente expositiva y notable en el aspecto expresivo, aunque sin la intensidad de pathos que exhala de esta visionaria página mahleriana.
Siguió el concierto con el poema sinfónico Muerte y Transfiguración, de R. Strauss. Bien planteado en su primera sección –Largo- con logrados contrastes de color y expresión, sobre todo en las intervenciones de las maderas, y especialmente en los solos de oboe y violín, el enlace con el Allegro molto agitato dio el impulso y tensión apropiados a la obra. La orquesta abordó con energía y entrega los difíciles episodios del poema, con momentos de verdadero poderío sonoro, o de sublime lirismo, como en la sección central en los solos de las cuerdas o el dolce de la flauta. Si bien el resultado fue relevante gracias a la consistente dirección del maestro Pablo González, acertado en los cambios constantes de tempi y carácter, la formación alemana evidenció ciertos problemas de precisión en las trompas, falta de peso en la cuerda grave y empaste en los violines. Con un clímax bien construido, la interpretación logró rematar el discurso con el resplandor que la obra despliega en su sección final.
La velada concluyó con una exquisita interpretación, como bis, de la danza número 2 de las Danzas Eslavas, Op. 72 de A. Dvořák.
Segunda cita
Si los resultados fueron ciertamente remarcables en el primer concierto, los obtenidos por orquesta, solista y director en la segunda cita en Madrid lograron alcanzar la excelencia. Esta vez con el Concierto para piano Núm. 3, en do menor, Op. 37, de Beethoven, y Una vida de héroe, Op. 40, de R. Strauss en programa.
De nuevo, como ocurrió con la obra de Mozart el día anterior, la orquesta adoptó su formación concertante, reducida en plantilla para lograr el deseado balance con el solista Francesco Piamontesi. El Allegro con brio resultó bien articulado en su tema inicial en la sección de cuerdas, pero no fue hasta la entrada del solista cuando el carácter asertivo del movimiento se impuso sin reservas para impeler definitivamente el devenir sonoro. González fue meticuloso en las articulaciones motívicas y elegante en las interacciones con el solista, buscando el perfecto equilibrio entre éste y la orquesta.
La formación estuvo más cohesionada que en la velada anterior, y las trompas encontraron su adecuado empaste, así como la cuerda, sin apenas vibrato, como era propio en la época. La pulcritud técnica y fluidez de la parte pianística fueron de nuevo exhibidas por Piamontesi, sobre todo en su magnífica acometida de la Cadenza, cargada de arpegios, progresiones y trinos, siempre claros debido al uso inteligente del pedal. El segundo movimiento, Largo, fue uno de los momentos más sutiles de este concierto, donde maestro, solista y formación se mostraron en plena sintonía. Al comienzo armónico del piano respondió la orquesta con suma delicadeza de fraseo, sumergiéndonos en una atmósfera más contemplativa y lírica, de colores orquestales muy sugerentes en el diálogo entre flauta y fagot solistas sobre el acompañamiento pianístico. Sin solución de continuidad, fue abordado el Rondo. Allegro, esta vez con el brío subyacente en la partitura, acentuado por la articulación de los timbales -acertado en los cambios de baquetas-, cerrando con firmeza esta sobresaliente versión.
Ante los aplausos reiterados del público, Piamontesi se despidió con una soberbia interpretación del coral Wachet auf, ruft uns die Stimme, de la Cantata BWV 645 de J. S. Bach, adaptado al piano por Busoni.
Con micrófono en mano, el maestro Pablo González se dirigió al público presente para dar una explicación introductoria sobre el poema sinfónico de R. Strauss que vendría a continuación, realizando un análisis breve, pero elocuente, de su estructura, motivos y temas principales, así como su conexión con Don Quijote, en la dicotomía héroe-antihéroe presente en estas dos relevantes obras del catálogo straussiano.
Con la plantilla orquestal al completo, los primeros compases de Una vida de héroe evidenciaron lo que sería sin duda el plato fuerte y cierre demoledor de los dos conciertos realizados en la capital. La formación, plenamente entregada, logró la mixtura, calidad sonora y nivel artístico adecuados ante la acometida de tan compleja partitura. González reveló su sabiduría musical y técnica ofreciendo una vibrante versión, dando el carácter apropiado a cada episodio, amalgamando con suma convicción los aspectos dramáticos, irónicos, épicos o líricos inherentes a esta página, con pulso firme, y a la vez flexible, para dar forma y continuidad al intrincado discurso sonoro. La orquesta respondió magníficamente a sus requerimientos, tanto en los contundentes tutti, como ocurrió en El héroe en el campo de batalla, como en los fragmentos solistas, como fue el caso del más que comprometido papel del concertino en los solos de La compañera del héroe, resueltos con absoluta seguridad y solvencia.
El ascenso y transfiguración de todos los agentes sonoros implicados a lo largo de las dos veladas dejaron huella en el público, que aplaudió con verdadero y merecido entusiasmo este contundente cierre de programa, al que aún habría que añadir la brillante versión del Intermedio de La boda de Luis Alonso, de Giménez, con la que maestro y orquesta obsequiaron a los presentes.
Juan Manuel Ruiz
Francesco Piamontesi
Pablo González / Dresdner Philharmonie
Obras de Mozart, Beethoven, Mahler y R. Strauss
Ibermúsica. Auditorio Nacional, Madrid
Foto © Rafa Martín - Ibermúsica