Se despidieron hasta el año que viene en la Sala de Cámara del Auditorio Nacional los Solistas de Les Arts Florissants, con la segunda sesión en la presente temporada de las arrebatadoras composiciones de Carlo Gesualdo y algunos de sus contemporáneos. Esta vez pudimos degustar el Libro IV de madrigales, publicado en Ferrara en 1596. En esta ocasión este dato es muy significativo, ya que en la ciudad de Ferrara se experimentaba con las últimas vanguardias musicales, como el estilo cromático que tanto admiraba Gesualdo, que aprendió de autores como Luzzasco Luzzaschi, maestro de capilla de la corte de Ferrara o de su maestro Nicola Vicentino, y que terminó por imponerse como su estilo compositivo personal hasta el final de sus días.
En estos dos años, los Solistas de Les Arts Florissants han dado muestra de su enorme generosidad al completar estos dificilísimos programas con otras obras que ponen a Carlo Gesualdo en su contexto y que ayudan a entender cómo llegó a desarrollar el amplísimo espectro de astucias tonales, melódicas y de afectos por los que es conocido el Príncipe de Venosa. Así, el concierto comenzó con una obra de Orlando di Lasso, quien, aun siendo bastante anterior a Gesualdo, también cultivo el género cromático como bien demuestra el motete interpretado en esta circunstancia, Timor et tremor, poseedor de arriesgadas modulaciones tonales que a priori nadie imaginaría que son de Lasso. Pudimos escuchar la pieza del maestro de Monteverdi y del propio Gesualdo, Nicola Vicentino, L’aura che’l verde lauro, que presenta pinceladas cromáticas sobre un madrigal clásico italiano. Pero con lo que realmente nos asombramos fue con la composición de Luca Marenzio, Solo e pensoso, donde la soprano -aquí estuvo formidable tanto en afinación como en expresión Miriam Allan- completó una fantasiosa escala por semitonos, tanto ascendente como descendente, que conformó unas armonías absolutamente cromáticas y disonantes sobre las otras cuatro voces que aparentemente realizan tradicionales arpegios y pasajes imitativos.
De Luzzaschi escuchamos Quivi sospiri, pianti, ed alti guai, con preciosos giros armónicos inesperados, y de Claudio Monteverdi disfrutamos de su conocido y luminoso Luci serene, e chiare, perfecto prólogo al Libro IV de Gesualdo, al utilizar su primer madrigal el mismo poema de Ridolfo Arlotti.
Esta formidable puesta en contexto dio paso a la colección central de la velada, el Libro IV de Madrigales de Gesualdo, en donde el conjunto vocal ofreció una de las más altas cotas de calidad interpretativa de música vocal de cámara que jamás puedan presenciarse en un concierto en vivo, con el valor añadido de tratarse de las endiabladas composiciones gesualdianas.
Es completamente imposible narrar todos los pequeños detalles que los Solistas de Les Arts Florissants, con sus seis magníficos cantantes, desempeñó en la velada, puesto que estas complejas composiciones deben ser saboreadas en múltiples ocasiones para poder extraer y comprender todas sus lindezas. Pasaré a narrarles mis impresiones sobre algunas de estas piezas y de los intérpretes.
En la primera pieza, Luci serene e chiare, la magia creada por los primeros acordes homofónicos, magistralmente bien equilibrados en cuanto a balance vocal -algo que sería una constante a lo largo de toda la velada- fue inmediatamente destruida por el teléfono móvil de algún desdichado espectador, con el consiguiente y palpable enfado de los intérpretes. No obstante, en la segunda obra, Tal’hor sano desio, el bellísimo timbre de la contralto Lucile Richardot que comenzó el pasaje imitativo introductorio, hizo que desaparecieran todas nuestras preocupaciones tecnológicas, puesto que cada vez que Richardot introduce cualquier motivo a solo deja a la audiencia estupefacta. En Io tacerò, ma nel silentio mio volvieron las homofonías perfectas con un afecto de desolación sobre el inquietante texto, en donde además el ensemble empleó un formidable efecto de suspense en los expresivos silencios. El bajo Edward Grint exhibió su potente, bello y profundo registro grave en el pasaje dà la voce al silentio antes de la inesperada y disonante cadencia final hacia la palabra final, morte.
Antes de realizar la pertinente pausa que permitiera un pequeño y merecido descanso vocal de los intérpretes, pudimos deleitarnos con Che fai meco, mio cor misero e solo, madrigal que con su texto dispar -inquietudes, descripciones hermosas, o la fatal muerte- propició una ejemplar interpretación igual de heterogénea en cuanto a los distintos tipos de articulación sonora y de afetti.
Ya en la segunda mitad del concierto, podemos destacar Hor ch’in gioia credea viver contento, en donde el fugaz primer afecto apacible y feliz elaborado con melismas alla Monteverdi en seguida se torna funesto y doloroso con impactantes acordes disonantes, como en la palabra dolore, pero que otra vez nos mostró atisbos de felicidad con su carácter de danza en o pur gioisca, para terminar con otro contraste hacia la desolación más absoluta sobre el término languisca. En todo momento el conjunto francés mostró un asombroso dominio de estos radicales cambios de afecto.
Uno de los madrigales más tenebrosos quizás sea Sparge la norte al mio signor nel viso, en el que Gesualdo impone un registro excepcionalmente grave; el bajo Edward Grint demostró que es un verdadero bajo con un fabuloso cromatismo sobre el vocablo morte. Asimismo el conjunto al completo supo expresar espléndidamente ese pathos de misterio y desolación en el pasaje asconde il viso, e spira.
Debo señalar que la dicción del texto fue excepcional durante todo el concierto, y que la no comprensión en ocasiones del mismo se debe mayormente a la intrínseca manera de componer esta música, sobre todo en pasajes que muestran agitación o confusión, como en el aparentemente caótico Mentre gira costei, pero que cuando dió paso a las plácidas cadencias, como en la final sobre amore, nos encontramos con todo un prodigio de calma, comprensión absoluta del texto y equilibrio en el balance sonoro.
Una de las piezas más magistrales de todo el recital es Moro, e mentre sospiro, tanto por la formidable imaginación del compositor -las disonancias del comienzo, los pasajes de suspiratio o la tensa calma disonante de su segunda parte como consecuencia de la primera-, como por el desempeño de los intérpretes, especialmente remarcable dadas las tesituras realmente tenebrosas para la contralto y el bajo, o en la sobresaliente expresión de fatalidad y tensión de todos los solistas.
En la parte final del concierto destacó el madrigal bipartito Ecco, morirò dunque, de un patetismo extremo soberbiamente expresado por el grupo, y que está repleto de recursos que encaminan al oyente y al intérprete a la peor de las suertes, como el pasaje de la segunda parte descendente, lamentoso y cromático, que permite alcanzar una tesitura grupal descriptivamente baja.
El último de los madrigales, Il sol, qual hor più splende, es curiosamente el único realmente luminoso, sereno y de un afecto verdaderamente positivo. En él, los seis cantantes demostraron que los finales felices a veces son también maravillosos, con un crescendo final espectacular y equilibrado que provocó la entusiasta ovación del público que abarrotaba la sala.
Debemos destacar la entusiasta labor de Paul Agnew, siempre activo, vehemente y expresivo tanto consigo mismo como con el resto del conjunto, a pesar de sus muchos años de experiencia. Recordemos que él fue uno de los precursores de la interpretación madrigalística como hoy la entendemos con valientes grupos de pioneros.
Esperaremos con impaciencia su próximo concierto en la próxima temporada, en la que finalizarán el ciclo completo de los seis libros de madrigales de Carlo Gesualdo.
Simón Andueza
Madrigales del libro IV de Carlo Gesualdo y sus contemporáneos (IV).
Obras de Carlo Gesualdo, Orlando di Lasso, Nicola Vicentino, Luca Marenzio, Luzzasco Luzzaschi y Claudio Monteverdi.
Solistas de Les Arts Florissants. Miriam Allan, soprano, Hannah Morrison, soprano, Lucile Richardot, contralto, Sean Clayton Tenor, Edward Grint, bajo, Paul Agnew, tenor y dirección.
Ciclo Universo Barroco del CNDM.
Sala de Cámara del Auditorio Nacional de Música, Madrid, 13 de febrero de 2020, 19:30 h.
Foto © CNDM Elvira Megías