Tras el Festival de Pascua que ha conseguido con tan solo dos ediciones hacerse un hueco entre los grandes certámenes musicales acaecidos durante la Semana Santa en nuestro país, regresa la clásica y longeva (van ya 38) oferta veraniega del Festival Perelada en su edició estiu, que en espera de ese nuevo y ansiado espacio escénico al aire libre, tiene como epicentro geográfico el ensoñador Castell alzado en la bella Peralada y su privilegiado entorno más cercano, donde sobresalen el Mirador, su espectacular Celler recientemente renovado o la hermosa iglesia del Carmen engalanada e iluminada de manera ejemplar para los espectáculos.
Este año el Festival se estirará en el tiempo, pues su programación se cerrará el 11 de agosto con la visita estelar de esa diva del piano que es la todopoderosa Yuja Wang. En total, 14 conciertos, recitales y propuestas musicales, donde se barajaran diferentes estilos y nombres tan importantes como los de Savall, Prégardien, Yoncheva, Pirozzi, Blanch, Bordogna, Ismael Jordi, Carlos Acosta o Yunchan Lim, último ganador del concurso Van Cliburn que canceló por motivos de salud su participación en la edició de Pasqua. Además contará con el estreno de una obra de encargo, la nueva ópera de la barcelonesa Helena Cánovas (“Don Juan no existe”) ganadora del Premio Carmen Mateu para jóvenes artistas europeos de ópera y danza. Y es que, el que siembra al final siempre recoge frutos.
El encargado de cortar la cinta inaugural este año sobre el pétreo escenario de la església del Carme ha sido nada menos que Piotr Beczala en su tercera visita a Peralada, sin duda, uno de los más grandes tenores de nuestro presente, ungido desde hace ya años por un halo de merecida veneración. Escuchar al polaco es rememorar a voces legendarias del pasado como fueron los Björling, Wunderlich o, sobre todo, Nicolai Gedda (incluyendo esa forma tan particular de embocar el agudo). Uno de esos cantantes de agraciado y arrollador don, que con solo abrir la boca consigue disparar los niveles de luminosidad y resplandor en la sala donde actúan, pues con él siempre es un bíblico “hágase la luz”. El programa que trajo a Peralada fue cosido con bello y fino hilo, con acertados descansos al piano, capaz de mezclar en plena ola de calor la nostalgia y gélida melancolía de ese Tchaikovsky surgido del país del frío, con un ramillete de floridas arias de ópera idóneas para encandilar hasta el arrobamiento a cualquier público. Hielo eslavo abrasador (incluidos Moniuszko y Dvorák) frente al soleado ardor Mediterráneo de Verdi y Puccini. Una primera parte más lírica, frente a una conclusión donde dejó bien plasmadas sus amplias dotes como spinto.
La conexión lingüística y musical con los nueve Romances de Tchaikovsly formulados son de una pureza y calidad inigualable. Canciones que en manos de Beczala se expanden incomparablemente, convirtiéndolas en verdaderas arias de ópera a descubrir y explorar. La expresión a flor de piel, el derroche de musicalidad y naturalidad (sin tener que forzar jamás el instrumento), la prodigiosa acentuación, esa inalcanzable media voz, la mágica introspección e interiorización que hace del texto, su estremecedor fraseo… consiguieron, sin duda, que este Tchaikovsky sea muy probablemente la cima artística más empinada de esta edición de 2024. La fragancia y sedosidad de “Fue el principio de la primavera” (Op. 38 núm. 2) o el arrojo y la intensidad romántica conseguidas en los dos monumentales Op. 73 (núm. 5 y 4) “En días sombríos” y “El sol se ha puesto”, fundidas de manera magistral con el ambiente noctámbulo de esa impulsiva nana enmascarada que es la Op. 60 núm. 12 “Las tenues estrellas brillaron para nosotros” que parece extirpada de “La dama de picas” y que fue delineada con una belleza desoladora.
Tras un breve descanso para tomar algo de aire en el que la pianista Sarah Tysman (muy limitada en la expresión, dejándose llevar siempre e incidiendo en acompañar sin agobios ni sobresaltos a su maestro) aprovechó para regalar una versión escasa de lirismo del “Junio” de “Las Estaciones”. Y para cerrar el memorable círculo y rematar este impagable homenaje liederista al músico petersburgués, Beczala encaró como nadie puede hacerlo hoy, con una encomiable efervescencia poética, el “Kuda, kuda” que recita Lensky antes de morir rodeado de nieve en “Evgeni Onegin”, que consiguió helarnos el corazón pese a los casi cuarenta grados de temperatura habidos en el ambiente. Una cima tchaikovskiana para la historia del Festival que mereció muchos más vítores y halagos, ya que gran parte del público no fue consciente de la inmensa obra de arte que tuvo el privilegio de tener un rato entre sus manos.
En la segunda parte, ya con la sala aún más caldeada, Beczala prosiguió con dos deliciosas arias de ópera eslavas, la canción de Stefan de “La mansión del miedo” de Moniuszko (por la que tanto ha batallado en medio mundo) con esa voz diseminándose de manera magistral en los lamentos hacia la madre perdida. Y la descomunal aria del príncipe de la “Rusalka” de Dvorák que sonó con una rotundidad y precisión absolutamente demoledora. Inolvidable.
Con un público cocinado ya “a tempura”, Beczala se adentró en la soleada Italia con las dos soberbias arias de Riccardo en “Un ballo in maschera” (“Di’ tu sei fedele” y “Forse la soglia attinse”), de acentuación puramente verdiana, ejemplar arrojo y vivacidad, con ese refinado legato marca de la casa, una emisión cristalina de poderoso centro y un timbre terriblemente seductor. A Puccini llegó algo incómodo por el calor que hacía ya en la iglesia. Sin la pajarita, como si intentara tomar aire de donde no lo había, regaló las dos grandes arias de Cavaradossi en “Tosca” de forma brillante y apasionada, con agudos heroicos y naturales, que consiguieron que el público asistente se destrozara las manos aplaudiendo. Tras la habitual propina de la estupenda canción polaca arreglada por Borowicz (técnicamente muy exigente con ese interminable final cantado en pianissimo y en falsete) y con signos de la erosión provocada por el intenso calor, dio carpetazo con un delicioso y perfumado “Core’ngrato” con sus terriblemente embaucadores “Catarí, Catarí”, que consiguieron derretir a más de un oyente al conseguir subir el termómetro unos grados más si cabe.
En su afán por ampliar estilos y atraer otros públicos alejados de la clásica, al día siguiente, el Festival programó acertadamente un magnífico espectáculo fílmico musical cuidadosamente diseñado, con dirección escénica de Joan Anton Rechi, que llevaba el sobrenombre de “Pasión Almodóvar”, en lo que fue un modélico homenaje al universo sonoro y a las legendarias canciones que han poblado la áurea filmografía del director manchego a lo largo y ancho de su carrera, como son las míticas: “En el último trago” de Chavela Vargas, “Quizás, quizás, quizás”; “Cucurrucucú paloma”, “Piensa en mí”, “La bien pagá” del eterno Miguel de Molina; “Un año de amor”, “Se nos rompió el amor”, “Puro teatro” o ese himno generacional que es el “Volver” del malogrado Carlos Gardel. Almodóvar ha sido precisamente el autor del Cartel del Festival para este 2024.
Cantadas con exaltación y sentimental efusión por una Pasión Vega (envuelta por una estética y un colorido puramente almodovariano) intensa y entregada ante unos acertadísimos arreglos del pianista Moisés P. Sánchez que sabiamente mezcló las armonías propias de la Copla con las del universo del Jazz (salpicado a veces incluso con resonancias balcánicas), sin caer nunca en lo cursi o en lo empalagoso. Entre el público unos de los últimos iconos paridos por el cine almodovariano, la actriz Marisa Paredes, que tras ser homenajeada por la cantante tuvo que levantarse a saludar.
Javier Extremera
· Piotr Beczala (tenor). Sarah Tysman (piano)
Obras de Tchaikovsky, Moniuszko, Dvorák, Verdi y Puccini
· PASIÓN ALMODÓVAR con Pasión Vega
Dirección escénica: Joan Anton Rechi
Arreglos y piano: Moisés P. Sánchez
38ª edición del Festival Perelada
Foto © Miquel González