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Crítica / Apuntes del Concurso Internacional de Piano de Santander - por Darío Fernández

Santander - 08/08/2022

Doce días después del concierto inaugural ofrecido por Josep Colom, el XX Concurso Internacional de Piano de Santander Paloma O’Shea llegó a su fin. A las seis y cuarenta y seis de la tarde del 5 de agosto, el presidente del jurado Joaquín Achúcarro comunicó el fallo que otorgaba el primer premio y la medalla de oro a Jaeden Izik-Dzurko (Canadá, 1999).

Unas horas antes, el joven canadiense había puesto al público de la Sala Argenta literalmente en pie, liberándolo de su silencio tras su arrolladora versión del Concierto nº 3 de Rachmaninov. Con él, podríamos decir que pasó el vertiginoso tren de la alegría y de la felicidad y una ráfaga de viento nos hizo percibir su perfume y su música (Vives). Aparentemente ajeno a todo menos a la orquesta, Izik-Dzurko tocó para sí mismo. Siempre dúctil, grave unas veces, leve otras, sutil fraseador, pintor de emociones, dueño de un sonido propio, el sentir en el corrillo formado al concluir la final en torno a algunos de los críticos musicales más prestigiosos de nuestro país fue unánime: él sería el ganador.

Quiénes completarían el palmarés, en cambio, no parecía tan obvio. Xiaolu Zang (China, 1999), que mereció el segundo premio, había abordado obras capitales del repertorio como la Sonata nº 28 de Beethoven o la nº 13 de Mozart en las dos primeras fases y para lanzar su órdago final, eligió el celebérrimo Concierto nº 1 de Chaikovski; a la vista del resultado, la jugada no le salió del todo mal: la fortuna ayuda a los audaces. Sea como fuere, la suya me pareció una versión de lirismo exacerbado, con eficaces licencias agógicas en sus solos y delicados matices en sus diálogos con una orquesta que se impuso sobre el sonido del piano en alguna que otra ocasión.

Marcel Tadokoro (Francia-Japón, 1993), tercer premio, había presentado sus credenciales con un programa muy ecléctico en la primera ronda que abarcaba de Rameau a Szymanowski y un antológico movimiento lento en el Quinteto de Franck en la siguiente fase; en su jovial interpretación del Concierto nº 3 de Prokofiev del lance definitivo, admiramos su evidente identificación con la partitura, su búsqueda de diálogo permanente con la orquesta y su habilidad en el manejo del color. Creo que tuvo un justo reconocimiento.

Yu Nitahara (Japón, 1990), Matyás Novák (República Checa, 1998) y Domonkos Csabay (Hungría, 1990) tuvieron que conformarse con la mención honorífica de laureados.. Nitahara fue el primero en someterse a ese doble examen que supone comparecer sobre el escenario de un auditorio en el marco de la final de un concurso, pues el instrumentista no sólo se enfrenta al público sino que debe convencer de su valía a todo un tribunal. Durante la primera fase y la semifinal, había dejado entrever un aplomo y una seguridad encomiables en una versión de la Sonata nº 26 “Los adioses” de Beethoven de acentos chopinianos y unos Cuadros de una exposición de Musorgksi de apabullante contundencia sonora. Ese sonido recio y viril caracterizó asimismo su lectura del Concierto nº 1 de Brahms, que hubiera admitido más fantasía en el adagio central.

Matyás Novák causó muy grata impresión desde los primeros compases de la Sonata nº 62 de Haydn y el Vallée d’Obermann lisztiano con que inició su andadura en el certamen y recibió los mayores aplausos de la primera jornada al concluir una versión del Concierto nº 1 de Brahms de magnífica encarnadura, llena de delicadeza, que parecía dejar sentenciado el premio del público, aunque éste finalmente fuese a parar a manos de Izik-Dzurko. Creo que Novák hizo méritos para más, pero sin duda es una impresión muy subjetiva.

Domonkos Csabay, el más veterano de los seis finalistas, se mostró como un intérprete de acusada personalidad desde el primer día. Creo que en la elección del Concierto nº 3 de Bartok para la final tuvo mucho que ver el origen magiar de ambos; en cualquier caso, fue una decisión inteligente, ya que le permitió desplegar elegancia, sobriedad y convicción en una partitura relativamente simple (si se la compara con los otros conciertos bartokianos) y alcanzar su mejor momento en un Adagio religioso de serena devoción.

Más allá de coincidir con el cincuenta aniversario de su primera edición, el Concurso recién concluido quedará en la memoria de los aficionados por la renuncia de su fundadora Paloma O’Shea por imperativo cronológico a liderar las que pudieran sucederse y por la alta calidad de los diecinueve aspirantes, que han protagonizado incontables horas de música en sus respectivos recitales y en sus intervenciones con el Cuarteto Casals en las semifinales y la Orquesta Sinfónica RTVE dirigida por su titular Pablo González en la final.

A los jóvenes músicos les ha llegado ahora el momento de volver a casa y a buen seguro todos lo harán con una profunda sensación de alegría o decepción, pero bien sabemos que triunfo y fracaso son solo dos impostores que no deberían llevarnos (y menos aún a ellos) a engaño. La indiscutible verdad que asoma es que, gracias a su talento, hemos disfrutado de la mejor música -ésa que, si no tuviéramos alma, nos la hubiera creado- y por ello sólo cabe desearles lo mejor y larga vida a un Concurso sobre cuyo futuro se ciernen ahora dudas que urge despejar.

Darío Fernández

 

Concurso Internacional de Piano de Santander Paloma O’Shea

Jaeden Izik-Dzurko, Xiaolu Zang, Marcel Tadokoro, Yu Nitahara, Matyás Novák y Domonkos Csabay, piano

Orquesta Sinfónica RTVE, Pablo González, director.

 

Foto: La Presidenta de la Fundación Albéniz y del Concurso Internacional de Piano de Santander, Paloma O’Shea, felicita a Jaeden Izik-Dzurko, junto a la Alcaldesa de Santander, Gema Igual; el Consejero de Sanidad del Gobierno de Cantabria, Raúl Pesquera; y el Director General del INAEM (Instituto Nacional de las Artes Escénicas y de la Música de España), Joan Francesc Marco / © Elena Torcida

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