Hace quince años que vi por vez primera a Vasily Petrenko dirigir en el Auditorio de Murcia a la NDR Radiophilharmonie Hannover realizando una irreprochable versión de la Sinfonía “Fantástica” de Berlioz que me llevó a calificar su personalidad musical como de indudable figura emergente en el panorama internacional. Tal consideración no ha hecho sino confirmarse desde entonces a lo largo de su carrera con el exitoso desempeño de la titularidad musical y artística en dos formaciones de gran prestigio como la Royal Liverpool Philharmonic Orchestra y la Orquesta Filarmónica de Oslo. Desde 2021 tan preponderante función la viene desempeñando en la Royal Philharmonic Orchestra, una de las que han sido siempre más admiradas de la residentes en Londres desde su fundación por el mítico maestro británico Sir Thomas Beecham un año después de acabada la Segunda Guerra Mundial.
Vasily Petrenko se ha presentado en el escenario del ADDA con dicha orquesta junto al violonchelista armenio Narek Hakhnazaryan interpretando el Concierto para violonchelo y orquesta en Si menor, Op. 104 de Antonín Dvořák, la misma obra con la que este joven intérprete hizo su presentación en el auditorio alicantino bien entrada la primavera del año 2015 sustituyendo a la gran violonchelista Natalia Gutman. También en esta ocasión ha suplido la anunciada presencia del admirado chelista noruego Truls Mørk inicialmente prevista en la programación sinfónica del ADDA de la presente temporada.
El maestro Petrenko dejó que la iniciativa de la actuación la marcara el solista sin por ello desatender la importante función concertante que tiene la orquesta en esta destacada pieza de repertorio, favoreciendo aún más el excelso lucimiento de Narek Hakhnazaryan, que discurría por los compases del primer movimiento con una asombrosa naturalidad facilitada por su poderío técnico. Diferenciando sus dos ideas temáticas, el chelista engrandeció su expresividad conforme avanzaba su interpretación para llegar a su momento culminante en la recapitulación del primer tema al darle una mayor elocuencia a su discurso. Distinguió con determinante diferenciación el lento tiempo central, un Adagio ma non troppo que incluye una de la melodías más inspiradas del autor, el lied Lass’mich allein que el solista transmitió con enorme sentimiento, haciendo que su instrumento, un Giuseppe Guarneri de 1707, imitara la voz humana en sus más mínimos detalles con un ejercicio resonador en su afinación que reflejaba la naturalidad vocal de su sonido. Energizó el rondó final pese a su aire Allegro moderato, apuntando sones del inicio de la obra y de la canción antes referida con alto nivel de emocionalidad, estado anímico que mantuvo a lo largo de la formidable interpretación como bis del Intermezzo e danza finale de la Suite para violonchelo solo que Gaspar Cassadó compuso en 1926, que me llevó a recordar al gran valedor de esta obra, el húngaro János Starker, uno de los más grandes violonchelistas del siglo XX.
El concierto entró en su parte final con la expectación que supone escuchar una de las obras del tardío repertorio romántico más intrincadas, en opinión del propio autor, como es la programática Sinfonía Manfredo, Op. 58 de Piotr Illyich Tchaikovsky, cuya composición le supuso un esfuerzo ímprobo. Está basada en el famoso poema dramático del igual título escrito por Lord Byron en la segunda década del siglo XIX. Con una inmediatez de control verdaderamente asombrosa, Vasily Petrenko se convirtió en el elemento energético que movía a la orquesta manteniendo siempre un punto de anticipación en su gesto que facilitaba la plasticidad de la música, pudiendo contemplarse en la moviente fisicidad del director la mágica interconexión de todos los elementos sonoros con un sentido musical de excelente efecto.
Toda la contradicción interna que refleja el atormentado personaje de Manfredo en el primer movimiento fue expuesta con manifiesta afectación dramática por parte del director haciendo que el instrumento orquestal funcionara con un carácter orgánico vitalista, hasta tal punto que la música se manifestó desesperadamente en sus gritos finales. En el segundo, Petrenko mudó de registro emocional decantándose por seguir el carácter Vivace con spirito con el que está indicado este movimiento, distinguiendo las relaciones temáticas y enfatizando el luminoso motivo que sustancia su trío. Puso en marcha su imaginativa forma de transmisión en el tercer movimiento, recreándose en descubrir la calidez y oculta pasión que contienen sus compases y así crear una hermosa atmósfera sonante que resultó ser a la postre uno de los momentos más conseguidos de su interpretación.
La maestría de su autoritas quedó perfectamente demostrada en el Allegro con fuoco final de la sinfonía, al saber desentrañar con natural facilidad el problemático y variado tejido estructural de este movimiento, destacando la transparencia de la sección de cuerda en ese pasaje fugado que utiliza la primera idea temática y sirve para desencadenar el sustancial desarrollo de este tiempo, hasta llegar a convertir en su conclusión cierta debilidad de inspiración del autor en un dramatismo sonoro poderoso y convincente, que dejaba claro cómo los grandes recreadores musicales elevan siempre el perfil estético propuesto por los compositores, constatándose en este caso en una apasionante versión de esta compleja sinfonía.
Ante tal suntuosidad musical tanto en el director como en la orquesta el público quedó mucho más que complacido, lo que motivó reaccionara con un cerrado aplauso, a lo que respondió el maestro petersburgués con una muy dinámica e intensa Danza de los hombres perteneciente a la ópera Aleko de Serguéi Rachmaninov, compositor del que este año se cumple su ciento cincuenta aniversario y del que Vasily Petrenko es un consumado intérprete.
José Antonio Cantón
Royal Philharmonic Orchestra
Narek Hakhnazaryan (violonchelo)
Vasily Petrenko (director)
Obras de Antonín Dvořák y Piotr Ilyich Tchaikovsky
Sala sinfónica del Auditorio de la Diputación de Alicante (ADDA) - 21-IV-2023