Con una descripción del propio programa al micrófono, inició el concierto Gunnar Idenstam al órgano de la sala sinfónica del Auditorio Nacional de Música, en el ciclo sabatino del Centro Nacional de Difusión Musical: Bach-vermut.
Y, si, en este vermut festivo y cinematográfico, también su Johann Sebastian Bach titular quedó satisfecho de inicio, con el robusto Preludio y fuga en do mayor.
El detalle de tocarlo de memoria no dejó de ser destacable en este entorno organístico, más proclive (mayoritariamente) a otras seguridades en vivo y en directo.
Sin partituras, por cierto, al igual que en el tema principal del videojuego Battlefield 1942 que le seguía… y, así, hasta el término del programa.
Todo un alarde de gustoso empleo de la registración de este órgano, en condiciones ideales de crescendo y decrescendo, sin ignorar ninguno de los recursos y teclados de los que aquí se dispone.
Como los sugerentes orlos y demás lengüetas de imaginería céltica en el en Gortoz a Ran de Patrick Doyle, de la película Black Hawk derribado.
Espléndida lección de inteligencia musical en la gestión formal de los planteamientos tímbricos que propicia, en concreto (porque cada órgano es un mundo en sí mismo), este gran órgano de la factoría Grenzing.
Una cuestión, la registración de estas obras, por lo escuchado en todo el recital, trabajada a conciencia por el intérprete en los ensayos previos… de un programa… “de película”.
El, algo pretencioso e inflamado, Himno de Hogwarts de Denez Prigent, de la conocida cinta: Harry Potter y el cáliz de fuego, con su flema delatora, precisaba de estas registraciones de órgano pleno y rotundo.
El brillante y comprometido, con agil empleo del pedalier, He’s a pirate, de Klaus Badelt, de los, no menos populares, Piratas del Caribe.
El Anthem de Harold Faltermeyer de Top Gun, alargó aquel despliegue sonoro, algo belicista de base, en una suerte de movimiento final de una imaginada primera parte de concierto.
Unos segundos para tomar aliento y separar convenientemente ambas partes del programa y, entramos, así, en la selección de las dieciocho piezas para órgano sinfónico del propio Gunnar Idenstam: De Metal Angel.
Espléndido este atribulado y enérgico Ángel caído. Tras él, un sereno Ángel dorado de meloso contrapunto y armonías en línea de algunas de las bandas sonoras antes escuchadas. Con finos cambios de atmósfera tímbrica.
La Toccata V, con la brillantez que se supone de semejante forma de exaltación técnica y procesos de desarrollo más elaborados que las previas bandas sonoras, recordaba a aquellos piratas… aquí… ¿con alas…? o… ¿más angelicales, quizás…?.
En cualquier caso, una brillante presentación de un músico, a la sazón, compositor y organista.
Y, de Maurice Ravel, en comprometido arreglo de Idenstam, para terminar… (¡cómo no…!) su incombustible… Boléro (nos había recordado antes al micrófono del principio, con cierto humor, aquella boutade, aquella frase atribuida a un fino Ravel respecto a su “exitosísimo” Bolero: “Una pieza para orquesta… sin música”).
Difícil empresa, está última… verdadero tour de force resuelto con ingenio y maestría por Gunnar Idenstam, en este doble rol de arreglista e intérprete.
No sé lo que opinaría Ravel… pero la obra, ya de por sí extendida hasta lo que la orquesta da de sí (hasta “el infinito y más allá”, se diría ahora), aquí se resentió un tanto del cambio de instrumento (la orquesta por el órgano, por muy sinfónico que éste sea…) y, quizás (en ausencia de danza), una repetición menos hubiera funcionado algo mejor.
La propina “interactiva” con el público, del popular Aleluya de Leonard Cohen, remató faena, ya en propina y al gusto de todos.
Luis Mazorra Incera
Gunnar Idenstam, órgano.
Obras de Bach, Badelt, Cohen, Doyle, Faltermeyer, GEEK MUSIC, Idenstam, Prigent y Ravel.
CNDM. Auditorio Nacional de Música. Madrid.
Foto © Elvira Megías