No es la primera vez que se oye en Sevilla ‘La voz humana’, tragedia lírica en un acto con libreto de Jean Cocteau y música de Francis Poulenc. Recordamos el impacto que nos causó, no sólo por lo desgarrador del texto al que, según el mismo Cocteau, Poulenc había acertadp plenamente al transcribir a música las intenciones de su libreto. Ahora bien ¿incluía esa satisfacción el cambio diríamos estructural en cuanto al orden que el músico aportó a la caótica -e intencionada- disposición de las ideas?: “La construcción de La Voix humaine [tenía que] ser, musicalmente, lo contrario de la improvisación. Las frases cortas de Cocteau son tan lógicas, tan humanas, tan llenas de incidencias que tuve que escribir una partitura rigurosamente ordenada y llena de suspense”. Básicamente, la cohesión, el hilván, lo consigue el músico utilizando motivos recurrentes y una construcción bien delimitada (el recuerdo, la mentira, el perro…).
Recordemos el arriesgado planteamiento: una mujer habla con su amante y a lo largo de la hora que dura la obra repasará los principales recuerdos de su relación, con la ‘particularidad’ de que no oímos al hombre en ningún momento, sino que hemos de colegir sus palabras desde las respuestas de la mujer.
Ya esto supone una de las exigencias que Poulenc le pedía a la cantante, asumir su papel y el del amante que no existe, pero al que tiene que dar vida haciéndonos creer que habla con alguien. También exigía el compositor que la chica fuese joven y elegante. En Sevilla la estrenó la soprano portuguesa Elisabete Matos, que nos dejó impactados; pero no era joven, aunque sí sobrada de recursos e incluso con la posibilidad (no tenemos ni idea) de que hubiese sufrido una situación similar que, evidentemente, no terminó en drama.
Mercedes Gancedo es una joven soprano argentina de 34 años, una edad más cercana al perfil pedido que la de Matos, y que hoy día es más posible que pudiese haber vivido algo similar o, al menos, que lo entienda. Porque ya en 1959 (estreno) se contaba con teléfono, pastillas, una mujer podía vivir sola (al menos en París) y tener unas relaciones más o menos abiertas, de ahí que el drama no ha ido sino alcanzando actualidad.
Durante todo el tiempo deberá poner la expresión adecuada a esos momentos que rememora, a la vez que a esos otros que le salen espontáneamente y que no tarda en autorreprimir por temor a molestar a Joseph. En lo estrictamente musical, también se recurre a pequeños, medianos o grandes arcos, incluso el más grande, el que va desde el inicio hasta el final, distribuido en fases que pueden comenzar en un ‘parlando’ y alcanzar explosivas entonaciones con infinitos matices de por medio (casi no hay compases en la partitura que no tengan indicadores de expresión o de tempo). Todo un reto que Gancedo, buena actriz, además, que supo dosificarse, incluso diríamos que para cada una de las arcadas.
Ese gran trabajo no hubiera sido posible sin un compañero (este, real), cuya actividad como pianista fue descomunal, porque tuvo que asumir su rol de acompañante, de orquesta, de amante y hasta de timbre del teléfono. Por tanto, se le exige también una gran dosis de expresividad, para lo que recurrió a buena parte del ámbito que le permite el piano y a recursos infinitos en un tiempo mínimo para convertirse en otro, según el papel que le tocase representar en cada instante. Verdaderamente indispensable la labor de Julius Drake para el desempeño al completo de esta 'escena de ruptura’, como le gustaba llamar a esta obra.
Previamente, otra soprano, Sara Carmona, nos había ofrecido una selección de canciones del mismo compositor y otro monólogo, también con libreto de Cocteau, titulado 'La dame de Monte-Carlo’ y estrenado un par de años después de la ‘La voz’. A la soprano pacense le costó un tiempo desde la primera ‘Les chemins de l’amour’, con una voz que apenas le salía del cuerpo y un vibrato que sí, pero fue remontando con ‘Voyage à Paris’ y luego ‘Hotel’, hasta llegar al monólogo ya algo más repuesta.
Carlos Tarín
Mercedes Gancedo (soprano), Sara Carmona (soprano) y Julius Drake (piano).
La voz humana, de F. Poulenc.
Teatro Turina. Sevilla.