Un programa tan variopinto como interesante, una violinista emergente, una sólida orquesta alemana y un director con una trayectoria envidiable y de prometedor futuro fueron los mimbres con que el Festival Internacional de Santander urdió una magnífica velada sinfónica y embocó una recta final, que, por lo demás, se anuncia muy atractiva.
Si bien es cierto que la Obertura de ‘La forza del destino’ de Verdi, el Concierto para violín de Sibelius, Tres nocturnos de Debussy y la Suite para orquesta de Weinberg pueden componer sobre el papel un cóctel excesivamente audaz, lo cierto es que tanto atípico programa funcionó a la perfección y sedujo al público hasta tal punto que algunos espectadores se arrancaron a aplaudir donde el protocolo dice que “no toca”.
En ese arrebato tuvo que ver, en mi opinión, el brillante sonido de la HR Sinfonieorchester de Frankfurt y la batuta de Alain Altinoglu. No es raro encontrar a este simpático director francés al frente de las orquestas más prestigiosas de Europa y América y, desde los primeros compases de la obertura, nos quedó claro por qué: en un mundo tan estandarizado y previsible, Altinoglu posee una marcada personalidad con la que vino a decirnos que otras lecturas, libres del rigor metronómico de Toscanini o Muti, no sólo son posibles, sino también conmovedoras.
Tanto en la pieza verdiana como en el Concierto de Sibelius, apreciamos algún que otro barullo, pero Altinoglu destacó por la hondura del fraseo y una permanente atención a timbre y dinámicas que obtuvo sus mejores resultados en el angustioso ostinato que recorre la primera y en el cuidado acompañamiento al delicado violín solista de la segunda. Para tan difícil cometido se convocó a la coreana Bomsori Kim, que firmó un primer movimiento sencillamente perfecto, aunque echásemos en falta un mayor aliento poético, una expresión más anhelante en los otros dos.
Con los Tres nocturnos que abrieron la segunda parte, encontramos a Altinoglu aún más a gusto, sutil, muy hábil en la recreación del canto ondulante, sinuoso y sensual de las ‘Sirenas’ de Vocalia Taldea, pero faltaba lo mejor: esa perita en dulce que resultó ser la Suite para orquesta del para mí desconocido Mieczyslaw Weinberg. A la vista de su creciente presencia en las salas de conciertos, parece que hay un cierto interés -no sabemos si pasajero- en recuperar su obra y debemos subrayar que, al menos en este caso, está plenamente justificado, pues atraviesa esta partitura una fuerza vital, un arrollador frenesí dionisíaco que son el alfa y omega de la música.
El público la acogió con numerosos aplausos y bravos y una curiosa discrepancia entre el programa general del Festival y el de mano, que incluía la polonesa de Eugenio Oneguin de Tchaikovski en lugar de la obertura verdiana, nos hizo pensar que quizás ésa sería la demandada propina, pero Altinoglu optó por el Brahms más conocido para redondear una apoteosis de la danza que aunó el éxito de la crítica y el público.
Darío Fernández Ruiz
Bomsori Kim, violín
HR-Sinfonieorchester de Frankfurt
Alain Altinoglu, director
Obras de Verdi, Sibelius, Debussy y Weinberg
71º Festival Internacional de Santander
Sala Argenta del Palacio de Festivales
Foto © Pedro Puente