El pasado 29 de septiembre, la Orquestra Simfònica de Barcelona i Nacional de Catalunya (OBC) abrió su nueva temporada en L’Auditori. Lo hizo con un programa que, por un lado, celebraba el 25 aniversario de la inauguración de esa sala de conciertos y, por otro, hacía hincapié en el leitmotiv en torno al cual se hilvana toda la programación de este curso: “Poder o revuelta”.
Así, la primera obra interpretada fue la Fanfàrria de Joan Guinjoan, la primera pieza que pudo escucharse en L'Auditori, en aquella ocasión con la OBC dirigida por quien era su titular, Lawrence Foster. La partitura, para vientos y percusión, conserva intacta toda su potencia y brillo, aunque a la dirección de Ludovic Morlot le faltó algo de claridad.
En lo que se refiere al leitmotiv, pocas composiciones hay que lo expresen mejor como la Sinfonía n. 3 “Heroica” de Beethoven. No hubo aquí sorpresas: cuando se trata de repertorio clásico y romántico, Morlot ofrece unas lecturas analíticas. A partir de unos tempi ligeros, la batuta busca que cada elemento de la trama, desde las líneas temáticas hasta los timbres, se perciba con claridad. Hay sentido del contraste en dinámicas y ataques, pero sin que la intensidad se traduzca en dramatismo ni expresión. Se trata, por tanto, de un Beethoven abstracto, siempre interesante de escuchar, pero que no deja una profunda huella en el recuerdo.
Otra cosa fue la obra que orquesta y director ofrecieron en la primera parte tras la miniatura de Guinjoan: la Sinfonía concertante para violoncelo y orquesta de Prokofiev. Sin duda, Morlot se siente más cómodo en este repertorio, pero es que, además, contó como solista con una Alisa Weilerstein que dio toda una lección de virtuosismo técnico, versatilidad y musicalidad. Y no era fácil, pues la obra es endiablada, no solo por una escritura que explora todos los registros del instrumento, sino también por sus constantes cambios de carácter, de lo irónico al lirismo más expresivo. Todo eso lo resaltó Weilerstein de manera hipnótica, con precisión, naturalidad y un sentido de lo cantábile a flor de piel.
La orquesta, salvo algún desliz puntual de las trompas, rindió a buen nivel bajo la batuta de un Morlot lúcido y atento.
Weilerstein participó también en la interpretación de la obra con la que concluía la primera parte: Un cant a Pau Casals. Se trata de una emotiva miniatura para octeto de violoncelos en la que brilla la especial sensibilidad de su autor, Jordi Cervelló, para la escritura para cuerdas. La belleza, un concepto bastante denostado en mucha música del pasado siglo, es aquí la protagonista indiscutible, como bella y comprometida fue la interpretación.
Juan Carlos Moreno
Orquestra Simfònica de Barcelona i Nacional de Catalunya / Ludovic Morlot.
Alisa Weilerstein, violoncelo.
Obras de Guinjoan, Prokofiev, Cervelló y Beethoven.
L’Auditori, Barcelona
Foto © May Zircus