Presentada por quinta vez en el actual ciclo de Ibermúsica, la Orquesta Filarmónica de Luxemburgo bajo el mando de su titular, el valenciano Gustavo Gimeno, pone de manifiesto que es una formación capaz de llevar a cabo programas de complejidad en los que prevalecieron una notable prestación sonora patente, además de en su actividad concertística, en el extenso legado discográfico de la formación, no solo con su actual titular, sino desde los tiempos de la regencia de Louis de Froment, cuando la orquesta estaba asociada a la RTL o Radio Luxembourg.
En esta ocasión, además, se contaba con el aliciente de programar obras que nunca se habían interpretado en el ciclo, como el Concierto para piano en Fa del norteamericano George Gershwin ofrecido en la primera velada con el concurso del pianista ruso afincado en España, Denis Kozhukhin. Fechado en 1925 el Concierto en Fa, inmediato posterior a la exitosa Rhapsody in Blue, se materializa tras un encargo del director de la Orquesta Sinfónica de Nueva York, Walter Damrosch, que Gershwin cumplió con una obra de mimbres jazzísticos en el molde de un concierto clásico de tres movimientos. Con orquestación del propio compositor, el concierto hilvana un primer tiempo con ritmos de charlestón, para continuar con un central y melancólico blues de creciente lirismo que, a modo de clave estructural, emerge como verdadero corazón de la obra para concluir con un brillante Allegro agitato que recopila y aúna con oficio materiales previos.
Con una aproximación, hoy quizás, heterodoxa, Gimeno apostó por una buena técnica de sonido muy sinfónico y tempi cómodos desde el arranque para acompañar a un Kozhukhin de redondo y bien articulado sonido, pero con más fondo romántico que jazzístico en una interpretación en la que se echó de menos más proyección, desinhibición y, sobre todo, swing en general en un intento, tal vez, de ofrecer más relieve a los engarces de la obra con el canon histórico. En ese sentido la Orquesta Filarmónica de Luxemburgo respondió de manera correcta y no sin dificultades, exponiendo una variada paleta de colores y un buen rango dinámico. Con mayor libertad interpretativa, Khozukhin regaló como propina una garbosa interpretación de la canción, también de Gershwin, The man I love.
La segunda parte del primer concierto trajo una obra monumental que, desafortunadamente, no se escucha con más frecuencia. Nos referimos a la oscura tercera sinfonía de Sergei Prokofiev. Obra datada en 1928, recopila temas y motivos desplegados por el compositor para su ópera El Ángel de Fuego cuyo estreno, preparado por la Städtische Oper de Berlín de Bruno Walter para la temporada de 1927/1928, no pudo ponerse en marcha, por lo que el compositor decidió reutilizar sus materiales. Temperamental y, en ocasiones, chillona y violenta, la tercera sinfonía se erige, como apuntan las excelentes notas escritas por Eva Sandoval, como un turbulento drama psicológico de diabólica histeria desde la expresionista y angulosa escritura inspirada en las sobrenaturales visiones de Madiel, un ángel de fuego, por parte de Renata, principal protagonista de la ópera que, en busca de su angustiosa verdad, termina poseída por espíritus malignos.
Con el experto bagaje de haber estrenado la ópera en Madrid durante la temporada 21/22 del Teatro Real, Gustavo Gimeno es, hoy por hoy, un excelente intérprete de esta sinfonía, que además, ha aquilatado en tensión y contraste de colores desde interpretaciones anteriores como la que ofreciera en 2023 en su debut en los PROMS con la Orquesta Sinfónica de la BBC. Así, con trazo firme y gestualidad amplia, Gimeno propulsó un discurso pleno de asperezas, en sintonía con el ánimo general de la obra, para levantar el atosigante Moderato inicial con el apoyo de las punzantes maderas y los oscuros metales luxemburgueses. El estático Andante ofreció un remanso de lirismo que aprovechó Gimeno para contrastar con el resto de movimientos, como el siguiente Allegro agitato que se ofreció con un despierto sentido de alerta que equilibró los múltiples divisi de la cuerda en contraste con una tensión creciente que se liberó en la creciente gradación final.
El afilado Andante mosso con el que concluye la obra se trazó con convicción y contundencia cerrando una bien construida interpretación que, sin pero alguno en su arquitectura, quizás hubiera agradecido algo más de refinamiento por parte de una esmerada Filarmónica de Luxemburgo para lograr un resultado de mayor lucimiento. La calurosa acogida por parte del público del Auditorio Nacional fue respondida con una elegante interpretación de las Máscaras del ballet Romeo y Julieta, también de Prokofiev.
En la segunda jornada de la visita al ciclo de Ibérmúsica, la Orquesta Filarmónica de Luxemburgo prosiguió con un interesantísimo programa que alternaba música francesa e italiana de mano, por un lado, de la suite de Ma Mere l’Oye de Ravel y el Concierto para órgano de Poulenc con la organista letona Iveta Apkalna en la que ha sido la primera vez que se ha ofrecido esta obra en el ciclo de Ibermúsica, y por otro de Feste Romane y Pini di Roma de Respighi,
Inspiradas en los cuentos de Perrault y compuestas en 1908 las Cinco Piezas infantiles para piano a cuatro manos estrenadas por Geneviève Durony y Jeanne Leleu, de 14 y 11 años respectivamente en la parisina Sala Gaveau conforman la obra Ma mère l'oye. Orquestada para una formación más reducida en 1911 para proyectar la partitura como ballet más extenso al incluir una introducción, y diversos interludios entre los números originales, hoy recibe más interpretaciones como suite con los movimientos iniciales.
Sin perder el sentido tierno y mágico de la partitura, la lectura de Gimeno, con un conjunto más reducido y maleable de los músicos de Luxemburgo –acostumbrados también a un lenguaje que han interpretado y grabado con frecuencia- brilló por su flexible fraseo, sobre todo en el primer número, la Pavane de la Belle au bois dormant. El misterioso lirismo contenido de Petit Poucet, gracias aquí a unas formidables maderas, y el buen control del empaste entre planos instrumentales en los motivos orientales en Laderoinette enlazaron con el delicado y danzable Les entretiens de la Belle et de la Bête para culminar deslumbrando con las atmósferas de Le jardin féerique mediante una cuidadísima progresión dinámica.
Con una plantilla enorme -en la que se contaron hasta diez percusionistas- el programa prosiguió con Feste Romane, de Ottorino Respighi, obra de 1928 que, junto a Fontane di Roma de 1916 y Pini di Roma de 1924, obra que también se interpretó en la segunda parte del concierto, modelan el homenaje del compositor a la Città Eterna en forma de triada de poemas sinfónicos que otorgaría mundial fama al compositor y que, desafortunadamente opacaría su obra previas, e incluso, posteriores, ya fueran sus óperas, la franckiana Sinfonía Dramática de 1914, o la magistral Metamorphoseon modi XII de 1930. Con una orquestación inicialmente heredera de Rimsky Korsakov las texturas de estas obras se impregnan de una riqueza tímbrica y textural emparentada con Strauss, como apunta Gonzalo Lahoz en sus notas al programa y que exigen, por tanto, de un notable control orquestal para llegar a buen puerto.
Así, con gesto preciso y decidido, Gustavo Gimeno emprendió Feste con un enérgico Circenses evocando una escena en el Circo Máximo de la Antigua Roma con tres trompetas extra –imitando a las buccine romanas- proyectando su sonido desde la posición del organista y manejando una orquesta en la que la sección ampliada de metales resultó competente. La apabullante entrada del órgano da paso a un dramático cierre que enlazó, sin solución de continuidad, con Il Giubileo en el que sobresalieron tanto la cuerda grave como las maderas en el metafórico ascenso al Monte Mario que, quizás, pudo haberse resuelto con mayor claridad. Las fanfarrias de trompas nos llevaron al íntimo ambiente, más camerístico incluso, de L’Ottobrata donde brilló la solista de mandolina hasta que La Befana restalló con la algarabía de su panoplia de canciones hasta culminar en un decibélico frenesí que Gimeno supo delinear con ímpetu y claridad ante una más inspirada Orquesta Filarmónica de Luxemburgo.
La segunda parte del concierto se inició con el poco habitual Concierto para órgano de Poulenc interpretado por la organista letona Iveta Apkalna. Finalizado en 1938, el concierto es una obra de sincretiza los ánimos de introspección religiosa del compositor tras el fallecimiento accidental de su colega y rival, el compositor Pierre-Octave Ferroud, la influencia de la música para órgano de Bach y el, por momentos, frívolo y divertido compositor parisino de Aubade o del Concert Champêtre. Con esta variedad de ánimos, Apkalna desde el órgano Grenzing de la sala sinfónica del Auditorio Nacional, delineó una interpretación de relieve, quizás, más germánica que francesa, en la que se destacó con soltura el contrapunto de la partitura, si bien adoleció de cierta ligereza en las secciones más rápidas.
Gimeno, por su parte, comandó un muy buen acompañamiento al frente de una contrastada y, cuando así se requería, empastada cuerda, de la Filarmónica de Luxemburgo. Mención especial para el solista de timbal que desarrolló aquí también una excelente labor de pulsión rítmica. Tras la ovación la organista letona ofreció como propina una Tocata sobre el coral que adaptara Bach de Allein Gott in der Höh sei Ehr compuesta por su compatriota Aivars Kalējs que, recorriendo todos los registros posibles del instrumento, demostró su extraordinaria técnica y versatilidad.
Finalmente, este segundo concierto concluyó con Pini di Roma de Respighi, obra de color armónico cuasi scriabiniano y de contrastado rango dinámico que Gimeno abordó con entusiasmo y detalle en el stravinskiano quodlibet de juegos y canciones infantiles de Pini de Villa Borghese para proseguir, en un registro más reposado y de melancólico lirismo, con el gregoriano Pini presso una catacombe en el cual la orquesta se presentó con seguridad en su paulatino despliegue.
El perfumado y atmosférico estatismo del bellísimo I Pini del Gianicolo se engendró gracias a las, una vez más, excelentes maderas, sobresaliendo el principal clarinete, bien acompañado por un Gimeno inspirado que controlaba bien las pianissimi y posibilitaba con elasticidad un bonito fraseo con cómodo rubato para mayor lucimiento de los solistas. Por último, la marcha de I Pini di Via Appia se levantó con incisividad rítmica y, sobre todo, un sentido de la progresión dinámica que acumuló la tensión hasta su brillante final. Tras la ovación y como colofón, se ofreció como propina la Contradanza de Il Gattopardo de Nino Rota en una distinguida lectura.
Con muy atractivos programas, el regreso de la Orquesta Filarmónica de Luxemburgo con su titular Gustavo Gimeno, ha vuelto a poner de manifiesto la excelente técnica y versatilidad del director valenciano ante complejos y variados conciertos, si bien la siempre esmerada pero correcta y, por momentos, notable respuesta de la formación luxemburguesa parecía solo quedarse en el camino de unas muy buenas intenciones que se acercaban, sin lograrlo del todo, a un resultado de brillante rotundidad.
Justino Losada
Denis Kozhukhin, piano
Iveta Apkalna, órgano
Orquesta Filarmónica de Luxemburgo / Gustavo Gimeno
Obras de Gershwin, Prokofiev, Ravel, Poulenc y Respighi
Ciclo Ibermúsica 2024/2025. Auditorio Nacional de Música, Madrid.
Foto © Rafa Martín / Ibermúsica