Una de las obligaciones de todo gran teatro de ópera debería ser la de encargar nuevas creaciones a los compositores locales. Se hace, pero a cuentagotas y más por cumplir con el expediente que porque realmente se crea en las obras. El resultado son unas óperas que no funcionan como tales, por un lado, por unos libretos tan farragosos como teatralmente ineficaces y, por otro, por unos compositores cuya experiencia escénica es nula o casi. Es el caso de L’enigma di Lea, con texto del filósofo Rafael Argullol y música de Benet Casablancas.
Afortunadamente, nada de eso se dio el pasado 18 de marzo en el Liceu: ese día se asistió al estreno mundial de Alexina B., de Raquel García Tomás (n. 1984). Todo lo que define al género se encuentra en esa partitura y en el excelente libreto, en francés, de Irène Gayraud.
Alexina B. cuenta una historia muy de estos tiempos en los que el debate acerca de la condición sexual es candente. Lo hace, sin embargo, a partir de un caso real del siglo XIX, el de Adélaïde Herculine Barbin, una persona intersexual (lo que entonces se llamaba un hermafrodita) que, después de crecer como mujer, se enamora de una compañera del internado en el que trabaja y, tras un examen médico, consigue que cambien su sexo en el registro civil. No obstante, la incapacidad de adaptarse a ese nuevo mundo masculino en el que ha de vivir y que considera demasiado brutal, la acaba conduciendo al suicidio. Y ahí, precisamente, es donde arranca la ópera, en el descubrimiento de su cadáver y las memorias que ha escrito a modo de testamento. Todo lo que sigue está contado como un flashback.
Irène Gayraud crea un libreto modélico que, a través de escenas breves, explica e hilvana la historia de Alexina B. con naturalidad y fluidez, manteniendo en todo momento el interés por la trama y los personajes. El texto es poético, pero siempre al servicio de la escena y de la música, sin querer imponerse por sí mismo.
A partir de ese libreto, Raquel García Tomás crea una música que, en ciertos aspectos, recuerda al modo de proceder de una compositora como Kaija Saariaho en su ópera L’amour de loin. Esto es, combina un lenguaje plenamente actual en armonía, rítmica y técnica instrumental con guiños a la tradición, en este caso a la música del siglo XIX, sobre todo a Berlioz y Liszt, además de incluir canciones infantiles francesas o una melodía de Hildegard von Bingen.
Así, el pequeño conjunto instrumental (flauta, oboe, clarinete, fagot, trompa, arpa, piano y cuerdas) se mueve, a veces sin solución de continuidad, entre la crispación de los abruptos cambios de registro, los instrumentos llevados al límite o los clusters, las sonoridades envolventes e impresionistas, y pasajes absolutamente melódicos y danzables. El milagro es la naturalidad y fluidez con que todo eso se amalgama y la efectividad con que sirve a lo que sucede en la escena.
Otro tanto puede decirse de las proyecciones electroacústicas y concretas de García Tomás, nunca gratuitas: funcionan como exteriorización de la tormenta emocional que sacude a Alexina. La línea vocal es más clásica, atenta a la inteligibilidad del texto, pero sin miedo a dejarse llevar por la efusividad lírica. De este modo, la compositora logra hacer una obra plenamente actual, pero que evoca la atmósfera de ese siglo XIX en el que vive su protagonista.
La puesta en escena que firma Marta Pazos es otra de las bazas de esta producción. Entre lo realista y lo onírico, con evocaciones también del siglo XIX en forma de telones pintados, todo en ella va a lo esencial: mostrar el viaje interior de la protagonista.
La escenografía de Max Glaenzel, con sus líneas rectas y frías, acrecienta la atmósfera de opresión que transmiten espacios como el hospital o el internado, lo mismo que el color verde liquen que lo invade todo, incluido el espléndido vestuario de Silvia Delagneau, excepto el del personaje de Sara, la amada de Alexina, el de esta hasta que se transforma en hombre, y el del coro de niñas omnipresente en la ópera y que encarna a las compañeras de infancia de la protagonista, sus pupilas en el internado o criaturas más abstractas que pueblan sus recuerdos.
Los cantantes se vuelcan en el proyecto. La mezzosoprano Mar Esteve convence como Alexina de niña, mientras que la soprano Elena Copons y el contratenor Xavier Sabata hacen todo un alarde de versatilidad al encarnar a varios personajes: la primera, el Policía, Madame P., la madre de Alexina, Sor Maria des Anges; el segundo, el doctor Goujon, el Doctor, el doctor H., el Abad, Monseñor y el Juez. La soprano Alicia Amo brilla como Sara, papel que cuenta con un regalo como es la escena de la carta. Pero la gran triunfadora es, sin duda, la mezzosoprano Lidia Vinyes-Curtis, una Alexina B. que seduce y emociona por su capacidad actoral y la sinceridad que transmite su canto.
Mención aparte merecen las niñas del Cor Vivaldi-Petits Cantors de Catalunya, que no solo han de cantar (y fabulosamente bien), sino también moverse por todo el escenario, interactuar con el resto del elenco, participar de coreografías…
En el foso, Ernest Martínez Izquierdo en el que es su debut en el Liceu. Director bregado en la interpretación de compositores de hoy como Kaija Saariaho, se mueve como pez en el agua en la partitura de García Tomás: el pequeño ensemble brilla bajo su batuta y lo mismo el elenco vocal.
La única pega, la amplificación de las voces, que en muchos momentos les daba un molesto matiz artificial.
En definitiva, una producción que está destinada a hacer carrera, más, mucha más que el pretencioso y vacío Macbeth de Jaume Plensa. Y todo porque en Alexina B. se han unido una compositora, una libretista y una directora de escena que conocen los lenguajes operístico y teatral y han unido fuerzas para crear una obra que funciona en todos los niveles y que explica una historia interesante, original, con tanto respeto como sensibilidad. Una obra capaz de despertar el entusiasmo de cantantes, orquesta y director, y no menos el de un público que estalló en una larga ovación en cuanto se extinguió la última nota y el teatro quedó a oscuras.
Antes del estreno se insistió mucho en el tema intersexual de la ópera o en que García Tomás es la segunda compositora en estrenar en el Liceu, y la primera catalana. Una vez vista su obra, todo eso es secundario. Esta Alexina B. hará carrera, y la hará por méritos propios. La merece.
Juan Carlos Moreno
Lidia Vinyes-Curtis, Alicia Amo, Elena Copons, Xavier Sabata, Mar Esteve.
Cor Vivaldi-Petits Cantors de Catalunya. Orquestra Simfònica del Gran Teatre del Liceu / Ernest Martínez Izquierdo. Escena: Marta Pazos.
Alexina B., de Raquel García-Tomás.
Gran Teatre del Liceu, Barcelona.
Foto © Toni Bofill