Música clásica desde 1929

 

Críticas seleccionadas de conciertos y otras actividades musicales

 

Crítica / Alcina bestial - por Juan Gómez Espinosa

Madrid - 18/02/2023

Minkowski es una mala bestia. Que me perdone sí lee esta crítica; no creo que en francés está expresión sea tan positiva como en castellano o, al menos, como lo es en mi pueblo, donde un mala bestia es todo ser que te deja sin aliento. El tipo entra en escena, planta los dos pies sobre su tarima y la música comienza. Ni un espacio para la tradicional respiración previa. Minkowski viene concentrado de casa. Y sus Musiciens también. Sus Musiciens también son malas bestias. Hay quien está comentando todavía las solapas verdes del director, y la música ya ha entrado en tromba.

La energía no es histriónica, y eso que hablamos de barroco. La energía es natural y te clava al asiento. Esto es tan bueno como malo, porque esperan por delante cuatro horas de ópera del XVIII, es decir, cuatro horas de excesos, con su ración de amores cruzados, heroínas que no reconocen ni sus novios porque van con armadura (caso tan absurdo como el de las gafas que ocultan a Superman), infieles "por encantamiento" (prueben a usar esta excusa y se encontrarán con una demanda de divorcio), decenas de arias dándoles vueltas a lamentos de ocho versos, criaturas fantásticas, islas perdidas, hipogrifos que corrieron parejas con el viento, resoluciones de conflictos en tres recitativos... Los glúteos sufren menos si por las orejas entra la música tocada por Les Musiciens.

Cuando hablo de la formación hablo también, obviamente, de su director y fundador. La orquesta y el maestro son una sola entidad. La enorme capacidad expresiva, pasando de la tormenta a la intimidad, del trueno al silencio, solo se consigue cuando director y orquesta respiran a la vez y, a la vez, respiran la música. Durante cuatro horas, y pese al móvil de algún semoviente, el público se mantuvo entregado a la causa. El sentimiento comunitario de los franceses resulta contagioso. El trabajo previo debe de encontrarse un paso por delante del ensayo: parece tratarse de vivencia. Vivencia de la obra, del rigor histórico y de la psicología que se cobija entre los pentagramas. Y en esta experiencia inmersiva (esto sí que es inmersivo y no las exposiciones de Klimt con leds) también deben de participar las voces externas (que, claro, dejan de serlo). Todas interpretaron por encima del diez. Todas fueron unas malas bestias. Voces de técnica, dicción y expresividad perfectas. Todas de timbres bellísimos, pero nunca de esa belleza que provoca comas diabéticos, sino tan llenas de ternura como de dolor. 

Especialmente, Kožená y Morley, Alcina y Morgana, que regalaron momentos brillantes por espectacularidad y momentos emocionantes por desasosiego. Deshong demostró sabiduría gestionando esfuerzos. Bonitatibus lo tuvo algo más difícil, sobre todo por su rol: aunque Haendel le dio a Ruggiero más números que a los demás, y que casi siempre son de alta calidad, no se pueden comparar a las arias de las hermanas, magistrales, y hacia el final el cansancio también se le notó. Contaldo y Rosen fueron impecables como cantantes y como actores, aunque sus intervenciones fuesen escasas.

Mühlbacher cautivó con un sonido lleno de luz, una luz potentísima incluso en el dramatismo, y que conseguía la complicidad del oyente con un papel, el de hijo desesperado, que sufre las oscuridades del paraíso. Junto a estos solistas (literalmente, porque se integraban con ellos), el coro, aunque reducido, sonó enorme, como cualquiera más numeroso.

Más malas bestias. Y, por continuar con esta fauna, el violín de Alice Piérot y el chelo de Gauthier Broutin en sus acompañamientos a Morley: catárticos (en las arias Ama, sospira y Credete al mio dolores). Malas bestias para una mala bestia como Haendel, un compositor tan gigantesco que, si no hubiese existido el barroco, lo habría inventado. Al final de las cuatro horas, con las bestias de Alcina ya humanizadas, Minkowski hizo algo único para esa raza de ombligos grandes que son los directores: colocó a todos, absolutamente todos, los músicos al borde del escenario. Él, al mismo nivel. No había jerarquías ni clases. Sólo compañeros de viaje a la isla de la hechicera.

Más detalles de este tipo que tuvo el maestro: subir al chelista obbligato a su propia tarima, dejar espacio para los aplausos a los solistas, recordar sólo de vez en cuando que una banqueta lo esperaba para descansar o emplear un gran efectivo instrumental (aunque hay quien piensa que antes del XIX se tocaba siempre en grupos reducidos... chorradas de falsos historicistas) en el que no se escatimaron claves (dos, fabulosos) ni trompas (para unos cuatro minutos de música). Y eso es la música en grupo. Tal vez por ello las interpretaciones de Les Musiciens suenan igual en directo que en grabación.

Juan Gómez Espinosa

 

George Frideric Haendel (1685-1759): Alcina, HWV 34

Intérpretes: Marc Minkowski (director), Les Musiciens du Louvre, Magdalena Kožená, Erin Morley, Elizabeth DeShong, Anna Bonitatibus, Valerio Contaldo, Alex Rosen, Alois Mühlbacher.

15 de febrero de 2023, Auditorio Nacional de Música de Madrid (Sala Sinfónica).

CNDM. Universo barroco. Temporada 2022/2023.

 

Foto © Rafa Martín

341
Anterior Crítica / Las Vísperas sicilianas, un Verdi difícil - por Jorge Binaghi
Siguiente Crítica / Pinnock, Pires y la Mozarteum, el peso de la experiencia - por José M. Morate Moyano