¿Qué tiene la Orquesta Sinfónica de Navarra que no tienen otras? ¿De dónde nace ese su sonido? Porque sí, la formación tiene su propia identidad sonora. Analicemos de dónde viene.
Para empezar, está llena de intérpretes con una técnica más que eficaz (por ejemplo, esas secciones de violonchelos o de metales, magistrales), capaces de abordar un repertorio variado con éxito. Esto también lo tienen otras buenas orquestas. Esos mismos intérpretes traducen a la perfección las indicaciones del director, y lo siguen confiando en él. Pero esto, también, lo vemos en otros grupos.
Si la Sinfónica de Navarra marca la diferencia es, ante todo, por su honesta identificación como colectivo. Cada una de sus individualidades, pese al dominio instrumental, echan fuera egos y trabajan por un bien común. En este caso, la música. No se escucha un solo instrumento que quiera destacar especialmente. Los matices de unos son continuados y respetados por otros hasta conseguir un resultado muy sólido, compacto, y a la vez gozoso de oír, porque el sonido final, global, es una criatura de toda la orquesta, y lo miman.
El concierto de este jueves pasado en el Auditorio Nacional, al que acudió la orquesta invitada por la ORCAM, fue un ejemplo tras otro de todo lo dicho. Comenzó la velada con un estreno de la guipuzcoana Beatriz Arzamendi: Sorginen soinua/El sonido de las brujas.
La obra tenía todo para resultar interesante (y necesaria): un homenaje a aquellas mujeres perseguidas bajo el estigma de brujería; vamos, de ese término con el que se quemaba a cualquier mujer fuera de la norma fundamentalista en tiempos antiguos (y que pueden ser tristemente actuales en muchos aspectos).
El tema, tratado por una compositora actual que domina la técnica, podría haber dado lugar a una obra catártica. Pero no. Intervalos, timbres y técnicas de la pieza son los mismos que llevamos escuchando más de cuarenta años. La obra pertenece a una especie de vanguardismo académico, o de experimentalismo consensuado. Tanto oxímoron para decir que estas sonoridades ya se han escuchado. Nada de subversión ni de inquietud ni de sorpresa. Lo mejor, el breve momento en que tres voces femeninas, cada una desde un punto de la sala, imitaron gritos rituales (y esto también está ya visto) y, por supuesto, la orquesta, que cuidó con limpieza y sinceridad cada pasaje.
Más progresista, pese a los casi noventa años de diferencia, resultó el Bartok. Esta Música para cuerda, percusión y celesta consigue exponer más desnuda a una orquesta, con todo su lenguaje crudo y las exigencias técnicas, que el sobrevalorado Concierto para orquesta. Los navarros volvieron a elevar su identidad sonora hasta el éxito.
En la segunda parte del concierto, cuando se dejaban de lado las sonoridades imprevisibles para dar paso a Brahms, se podría temer que la orquesta tropezara. A veces, un lirismo como el del hamburgués, tan raro y, a la vez, trascendental, puede convertirse en un suplicio en malas manos. Pero tampoco.
La orquesta, de nuevo empeñada en proteger todos los elementos de un colectivo, tradujo su identidad en esa placidez campestre que compuso un Brahms extrañamente luminoso (para ser él). Todas estas líneas están muy bien (o no) para hablar de la orquesta, pero ¿y el director?
Perry So, obviamente, es un gran director. Va un paso por delante de la corrección gracias a su lucidez en el análisis de las obras. Consiguió momentos realmente emocionantes, como los comienzos de los movimientos impares del Bartok (lo oscuro, que a Bela lo animado no le iba bien, pese a que lo intentase). También condujo el estreno de Arzamendi con una enorme claridad, y los tempi de todas las obras fueron siempre coherentes.
Y lo más importante: supo sacarle partido a esa identidad sonora de la orquesta que nace del puro trabajo en equipo, de la cooperación. Tal vez pecase a veces de comedido, tal vez en algunos momentos se echase de menos una mayor intensidad. Pero las lecturas fueron pulcras si ser asépticas.
Perry So parece conectar perfectamente mente y corazón sin que ninguno de los dos pise al otro. Esta estética puede no gustar a todo el mundo (a mí, personalmente, me atraen más otras), pero está cargada de sinceridad. Cuando alguien dirige con tanta honestidad e inteligencia, no se le puede bajar la nota. Y cuando una orquesta saca un sonido como el de la Sinfónica de Navarra, uno sabe que se hace justica al significado primero de sinfonía: lo que suena junto.
Juan Gómez Espinosa
Orquesta Sinfónica de Navarra / Perry So
Obras de Beatriz Arzamendi (Sorginen soinua/El sonido de las brujas), Béla Bartók (Música para cuerda, percusión y celesta, BB 114) y Johannes Brahms (Sinfonía n° 2 en Re Mayor, op. 73)
19 de enero de 2023, Auditorio Nacional de Música (Sala Sinfónica)
ORCAM. Ciclo: Sinfónico VI