Con toda la sabiduría de sus ochenta y ocho años (¡en noviembre serán 89!) y un bello recital titulado “El Brahms joven-el Brahms último” se presentó Joaquín Achúcarro una vez más en Santander, a cuyo Concurso Internacional de Piano Paloma O’Shea ha estado siempre tan vinculado y donde su poder de convocatoria sigue siendo muy grande.
Amadeo Vives escribió a propósito de Los maestros cantores de Wagner que “la crítica vive de los defectos de las obras, mas en obras absolutamente perfectas […], la crítica no tiene nada que decir, sólo tiene que admirar”. Pues bien, en la tesitura de tener que enjuiciar la velada que anoche ofreció ese maestro cantor del piano que es Joaquín Achúcarro, uno siente que lo más prudente sería, quizás, permanecer callado. Y no porque todo fuera perfecto, ya que no faltaron unas cuantas imprecisiones: lo contrario sería ir contra natura. El reparo tiene que ver, más bien, con la belleza abrumadora, la emoción incesante que el pianista vizcaíno procuró frase tras frase, en una cantidad imposible de procesar, un poco como nos sucede cuando asistimos a una obra de teatro de Camus, por ejemplo.
Supongo que en la música ocurre como en la pintura: que, con los años, el verdadero artista aprende a quitar, a deshacerse de cualquier artificio, eliminar todo lo superfluo para quedarse con lo esencial y ofrecérselo a un público que con él se asoma a lo absoluto. Y absoluta fue la desnudez y la naturalidad con que Achúcarro presentó la monumental Sonata en fa menor op. 5, ese autorretrato del compositor hamburgués que pinta con pinceles de terceras descendentes y tresillos de fusas una bellísima escena de amor y su amargo recuerdo en un tema que el propio Wagner retomaría en su obra maestra. Lo hizo con unos tempi de medida lentitud que parecen convenir más a esta partitura que las ágiles lecturas de tantos colegas.
El magisterio había quedado más que demostrado y la velada, plenamente justificada, pero al recital le restaban aún cuatro Intermezzi (¡maravilloso Andante op. 118, nº 2!) y la Rapsodia en sol menor, piezas que vinieron a confirmar algo ya sabido: que Achúcarro no es manco, aunque el sensacional Nocturno para mano izquierda de Scriabin que ofreció de propina nos insinuó que si lo fuera, tampoco pasaría nada. Larga vida al maestro.
Darío Fernández Ruiz
Joaquín Achúcarro, piano
70º Festival Internacional de Santander
Foto © Festival de Santander - Pedro Puente Hoyos