Un recital extraordinario desde todo punto de vista fue el que Yuja Wang ofreció el pasado 9 de agosto en el Festival Internacional de Santander, al que regresaba después de su aclamado debut en nuestra tierra en 2021.
Si entonces Wang nos deslumbraba con una vibrante interpretación del Concierto para piano nº 1 de Franz Liszt, podemos afirmar sin temor a equivocarnos que la pianista china volvió a meterse al público cántabro en el bolsillo con una velada fuera de lo común en su planteamiento y aún más en su desarrollo. Subrayo estos dos aspectos porque, a mi modo de ver, fueron cruciales y sin ellos no se explica el intenso delirio de diez propinas y quinientas toses en que terminó por convertirse el evento.
Comencemos por el planteamiento y destaquemos que Wang no decidió hasta el mismo día del recital que el programa estaría compuesto por una playlist de Ravel, Scriabin, Blumenfeld, Debussy, Sancan y Chopin. Seguramente y dicho sea en el mejor sentido, la pianista china quiso concederse así unas pequeñas vacaciones tras la exigente serie de recitales centrada en diversos preludios y fugas de Shostakovich que había estado ofreciendo hasta pocos días antes. Sea como fuere, más allá del barullo mediático que le acompaña, creo que el éxito personal logrado por Wang, de una dimensión que no se había visto en la Sala Argenta desde los tiempos de Daniel Barenboim, comenzó a gestarse ahí, en la confección de esa playlist acorde con los gustos y hábitos del público actual, con piezas breves y muy contrastadas que no requerían una atención prolongada.
Detengámonos un momento para señalar el atípico, por ágil, desarrollo del recital, interpretado del tirón, sin descanso, con tempi por lo general vivos para los que la única excepción resultó ser el Estudio para la mano izquierda, op. 36 de Blumenfeld (5’28’’) y acaso las dos piezas de Chopin que cerraban el programa -las Baladas nº 1 en sol menor (9’26’’) y nº 4 en fa menor (11’24’’)- y que revelaron tan certeras las palabras que dan título al libro del maestro Riccardo Chailly: “El secreto está en las pausas".
Dejemos para el final un comentario sobre la peculiar relación que se estableció anoche entre el público y la intérprete, de la que una vez más debemos alabar su pulsación nítida, su sentido del color -más que evidente en Jeux d’eau ravelianos y los preludios de Debussy-, su prodigiosa capacidad para diferenciar dinámicas, o, en fin, su inteligencia y buen gusto, las dos características que más llamaron la atención de su maestro Gary Graffman cuando la escuchó por primera vez. En su día apunté que no es fácil arrancar aplausos al exigente público santanderino, formado en las veinte ediciones del Concurso Internacional de Piano Paloma O’Shea, de cuyo jurado, dicho sea de paso, Graffman fue miembro en dos. Justo es reconocer que Wang lo volvió a lograr con creces, hasta el punto de que ofreció ¡una hora! de propinas, aunque para entonces, la tuberculosa catarata de toses que suele darse las noches de lleno había estado a punto de desquiciar a la pianista en varias ocasiones. El momento de mayor tensión se produjo al comienzo de la Balada nº 4 de Chopin, cuando Wang ya no sabía literalmente dónde ni cómo mirar. “Si las miradas matasen…”, pensaría a buen seguro más de uno.
En cualquier caso, con las propinas, ocurrió un poco lo mismo que con los asistentes a las manifestaciones: que al final la gente no se ponía de acuerdo respecto al número, si bien no fueron ni menos de diez ni más de doce y consumieron cerca de una hora; de entre todas ellas, destacaremos un Intermezzo brahmsiano por lo personal de su lectura, así como el Danzón nº 2 de Márquez y sendas transcripciones del tercer movimiento de la Sinfonía Patética y de un fragmento del Lago de los cisnes de Tchaikovsky, donde advertimos, además de su maestría, un tímido disfrute en su actitud.
En definitiva, Wang es una enorme pianista y el éxito del pasado viernes fue incontestable, pero a la vista de la generosísima recompensa que ofreció a un público tan ruidoso mientras sonaba la música como entusiasta cuando cesaba, uno no pudo dejar de cuestionarse si no habría cierto postureo en todo ello. Ortega y Gasset, que tanto escribió sobre Debussy y del que aseveró que, por esencialmente nueva, su música nunca acabaría por imponerse, insinuó que, aunque a veces oigamos una determinada melodía, lo que escuchamos es “el íntimo canto nuestro”. Y yo me pregunto si anoche no escuchamos, aplaudimos e idolatramos más el talento interpretativo de Wang que el genio creador.
Darío Fernández Ruiz
73 Festival Internacional de Santander.
Yuja Wang, piano.
Obras de Ravel, Debussy, Chopin…
Sala Argenta del Palacio de Festivales, Santander.
Foto © Pedro Puente