El Introito para cuarteto de cuerda de Isabel Güell, en un lenguaje clásicista, un tanto académico, aparejado e interpretado con detalle y gusto por Joan Espina y Alejandra Navarro, violines, Martí Varela, viola, y el violonchelo de Mireya Peñarroja, sirvió de sencillo exordio para abrir un concierto que, mayormente, tenía como virtuales protagonistas sobre los atriles a mujeres compositoras del siglo pasado.
Serenidad en esta breve página de inicio que se emparejaba, de alguna manera, con la obra final.
Las Lamentaciones de Miércoles y Jueves santos, de Antonio Reparaz nos devolvieron a un romanticismo religioso, y fueron la siguiente parada (y fonda) de este íntimo viaje con su perfilada claridad formal, aquella gracia (de aspiración rossiniana) propia de la época y, un claro y distinto sentido melódico, con el órgano Blancafort en las manos de Jesús Campo, y trío vocal, la soprano Francesca Calero, el tenor Ariel Hernández y el barítono Manuel Torrado, en las primera y última de las Lamentaciones ofrecidas.
Entre tanto, la conjunción del órgano con un quinteto de cuerda al que se unía el contrabajo de Toni García Araque para completar el elenco citado, en una suerte de gustosos movimientos, Lamentaciones de (relativo) sentido orquestal y, un melodismo inmanente, remanente y… permanente…
A destacar los solos de viola (sonoridad recóndita que siempre aporta un aura de trascendencia) y, el ajustado y primoroso sentido conjunto de todos los atriles en un equilibrado y modélico planteamiento interpretativo.
Vocalidad latente en todas estas melodías, instrumentales o no, acompañadas con esmero y un conciso ejercicio de contención interpretativa con detalles puntuales de (relativa también) enérgica homofonía.
Un ejemplo de esa intrahistoria musical que se antoja infinita; un tesoro que ha quedado a la sombra del relato histórico (occidental) de estéticas “progresivas” y que, sin duda, merece recuperar sus tersura, cuidado y celo interpretativos, al menos en estas tierras que las vieron nacer y servir.
La última Lamentación pareció recuperar (siquiera tímidamente) aquel espíritu operístico que alimentó mucha de la música religiosa de este periodo hasta la fulminante (en esta materia especialmente) entrada del siglo XX.
El recitado de la Carta a una mujer del eximio Gustavo Adolfo Bécquer sirvió de punto de articulación del concierto. Elevación, literaria eso sí, de una prosa poética sublime.
La obra para violín y piano de María Luisa Chevallier, a caballo de los siglos XIX y XX, fue el siguiente episodio de este concierto ilustrativo:
Un sentido Regrets! Pensée fugitive con fino sentido melódico y maneras idiomáticas, como la bella e intensa Doux souvenirs! Bluette y, para finalizar, el “capricho humorístico” Arlequinade. Un capricho exquisito con tierno y risueño sabor de salón burgués y algún sorprendente cambio de tempo, cromatismos, fermatas y resuelta cadencia.
Otro fugaz recitado, esta vez de otro grande de nuestra historia literaria: poemas de Antonio Machado incluidas en el ciclo de canciones de María de Pablos. La selección de cuatro de sus Siete canciones nos acercó de seguido, a aquella cultura que trataba de trascender con conciso sentido nacionalista: De los tormentos para barítono y piano entronca con el fervor severo de esta letra, como la más pastoral Los verdes jardinillos con soprano.
El cadalso hace honor a la tragedia siniestra de su título con sus contrastes y sentido. El soldado, por su parte, con rigor, paso y ánimo remató esta selección: “... contra todo lo impuro… ¡soldado!”.
La Balada de Maria Luisa Güell para órgano y cuarteto de cuerda, cerró el programa en imaginada geométrica conjunción con el Introito inicial.
Luis Mazorra Incera
Francesca Calero, soprano; Ariel Hernández, tenor; Manuel Torrado, barítono. Joan Espina y Alejandra Navarro, violines; Martí Varela, viola; y Mireya Peñarroja, violonchelo; y Toni García Araque, contrabajo; y Jesús Campo, piano y órgano.
Obras de Chevallier, Güell (Isabel y María Luisa), De Pablos y Reparaz.
OCNE-SATÉLITES. Auditorio Nacional de Música. Madrid.
Foto © Jose Luis Pindado