Música clásica desde 1929

 

Críticas seleccionadas de conciertos y otras actividades musicales

 

Crítica / 41 Festival de Música de Canarias - por Juan Francisco Román Rodríguez

Las Palmas de Gran Canaria - 19/02/2025

La 41 edición del Festival de Música de Canarias, tuvo su prólogo el 30 de diciembre de 2024 con “El murciélago” de Johann Strauss en conmemoración de los 150 años de su estreno, a cargo del director francés Marc Minkowski al frente de Les Musiciens du Louvre y el Coro Ópera de Tenerife Intermezzo, en una versión semiescenificada, que frente al refinamiento de otras lecturas optó por un planteamiento trepidante y vital, junto a un excelente conjunto de cantantes, en su mayoría jóvenes, encabezados por el barítono Huw Montague Rendall, las sopranos Julia María Dan y Alina Wunderlin, la mezzo Ekaterina Chayka y el tenor Magnus Dietrich.

El Festival prosiguió en enero de 2025 con la Orquesta Philarmonía dirigida por Marin Alsop. Strum de Jessie Montgomery para orquesta de cuerdas, mostró la desenvoltura de su autora en la escritura para cuerdas, y la excelencia de esta sección de la Philarmonía. El Concierto para violín de Korngold supuso el debut en el festival de la violinista María Dueñas. Lanzada a una carrera internacional, destacó la pureza de su sonido, técnica superlativa y capacidad interpretativa, frente a una orquesta idiomática pero de sonoridad algo excesiva en los tutti junto a la solista. La velada concluyó con una selección de las Suites nº 1 y 2 op.  64 del ballet Romeo y Julieta de Prokofiev. en una lectura vibrante en las partes más dramáticas a la vez que delicada y sutil en las danzas de carácter, en la que la Philarmonía hizo honor a su gloriosa historia, con una sonoridad dúctil, de inagotable riqueza tímbrica y admirable claridad de texturas incluso en los tutti más abigarrados, aunque pasajes como la Muerte de Teobaldo las tensiones podrían haber estado mejor graduadas por la batuta.

Extenso programa de música de cámara el ofrecido por el violinista Michael Barenboim al frente del Ensemble Nasmé integrado por 5 músicos palestinos: Fadwa Qamhia, contrabajo, Hisham Khoury, violín, Katia Abdel Kader, viola, Soheil Kanaan cello y Ibrahim alshaikh, clarinete, que interpretaron la Sonata a 4 nº 3 de Rossini, el Quinteto para cuerda nº 2 op. 77 de Dvorak, el Quinteto para clarinete y cuerdas de Mozart y Cantos y Danzas Palestinas para cuarteto de cuerdas y clarinete del Sirio-americano Kareem Roustrom. en lecturas rigurosas y conjuntadas, donde destacaron Dvorak y Roustom, mientras en Mozart faltó efusividad.

La Orquesta Filarmónica de Gran Canaria con su titular Karel Mark Chichon, nos dejó una fastuosa Tercera Sinfonía de Mahler de tempi ligeros, que favorecieron movimientos como el primero con su profusión de marchas militares, pero perjudicaron al último, que pedía una lectura más paladeada, especialmente en su parte final. Hubo planificación en las dinámicas, flexibilidad en el tempo dentro de cada movimiento y un destacado colorido tímbrico, aunque en los grandes tutti la cuerda tendía a desaparecer, obteniendo una admirable respuesta de la Filarmónica de Gran Canaria y de su coro femenino e infantil, junto a la mezzo Wiebke Lehmkuhl en sus solos del cuarto y quinto movimiento.

El mítico violinista Pinkas Zukerman, lejos de antiguos esplendores, ofreció el Concierto nº 5 para violín de Mozart que tocó y dirigió a la Sinfonía Varsovia, con amplio rubato, elegante y expresivo en el fraseo, junto a una orquesta de sonido diáfano pero con cuerpo. La Séptima Sinfonía de Beethoven obtuvo una interpretación ortodoxa y bien pergeñada, que nos llevó casi sin pausa hasta el acorde final. Previamente la orquesta sin director había abierto la velada con la Chacona in memoriam Juan Pablo II para cuerda, de Penderecki, impolutamente ejecutado por los varsovianos.

El guitarrista Pablo Sainz Villegas, figura mundial de su instrumento, de sonido cálido y excelentemente proyectado, extrajo de su guitarra una amplísima paleta de colores y matices, en cuidadísimas y expresivas lecturas de un recital que incluyó los 5 preludios de Villalobos, Aire de Francisco Coll o el estreno de Redoblare del canario Miguel Ángel Linares, junto a los conocidísimos “Sevillana” de Turina, “Asturias” de Albéniz o “Un sueño en la floresta” de Agustín Barrios. Especial interés revistió la transcripción del propio Villegas de la Chaconne de la Partita nº 2 BWV 10004 para violín solo de Bach, donde la tensa expresividad del original muta en una pieza recogida e interiorizada, con pasajes de virtuosismo extremo que propiciaron un lapsus de memoria que Villegas resolvió con seguridad.

La Sinfónica de Tenerife y Víctor Pablo Pérez se enfrentaron a la Sexta Sinfonía de Mahler. La monumentalidad de los medios exigen de la batuta un máximo control de las dinámicas y el equilibrio instrumental que Víctor Pablo no siempre logró, pese a la estimable respuesta instrumental de una Sinfónica de Tenerife muy reforzada, en una lectura que fue de más a menos. Tras un primer movimiento de ritmo implacable y suficientemente contrastado y un segundo donde las sucesivas apariciones del poético tema principal estuvieron óptimamente resaltadas, el Scherzo y el terrorífico finale sonaron amazacotados y en un casi permanente fortísimo.

Programa de gran repertorio ruso el protagonizado por Stanislav Kochanovsky al frente de la NDR Radiophilarmonie. Junto al pianista Behzod Abduraimov protagonizaron un Tercer Concierto para piano de Rachmaninov marcado por el virtuosismo arrollador del pianista uzbeko, de sonido poderoso y asombrosa agilidad, no siempre lo suficientemente claro en la digitación, al que unos tempi acelerados impidieron recrear buena parte del sombrío lirismo de los movimientos extremos. La Sexta Sinfonía de Chaikovsky tuvo una plasmación apasionada, veloz, rutinaria en el fraseo y poco trabajada en la gradación de intensidades, especialmente en el adagio final, expuesto de un tirón. La orquesta destacó por el sonido robustamente germánico de sus cuerdas y la rotundidad y empaste de trompetas, trombones y tuba, frente a unas trompas sin pegada y maderas faltas de color.

Debutó en el festival el violinista Leonidas Kavakos junto al pianista Enrico Pace en un recital integrado por la Sonata para violín y piano de Janacek, la Fantasía en do mayor D 934 de Schubert y Sonata nº 9 “Kreutzer” de Beethoven. El violinista griego exhibió un sonido potente y carnoso en todos los registros que llenaba el recinto del Pérez Galdos, junto a un soberano dominio técnico y una expresividad arrolladora, especialmente en la célebre sonata Beethoveniana, fogosa y muy contrastada. Janacek obtuvo una interpretación dramática, resaltando la amplia utilización de los silencios como creadores de tensión, mientras Schubert, de exposición cuidadísima, estuvo mediatizado por el sonido del magnífico Stradivarius «Willemotte» de 1734, excesivamente bronco, cuando esta música parece pedir un timbre más sedoso y delicado.

Extraordinaria y arriesgada la interpretación de Lisa Batiashvili del Concierto para violín de Beethoven. Muy libre en el fraseo y las dinámicas, se decantó por las cadencias del compositor soviético Alfred Schnitke que incluyen una importante parte para timbal, frente a las habituales de Joaquim o Kreisler. Impoluta en la afinación, sobrada de virtuosismo, de sonido aterciopelado en cualquier tesitura, especialmente bello el registro agudo, su lectura junto a la cuidadísima batuta de Francois Leleux y la Camerata de Salzburgo no dejó indiferente. La Sinfonía de Zedginidze, con reminiscencias a Shostakovich, Prokofiev e incluso el Stravinsky neoclásico, es el promisorio trabajo de un chico de 15 años al que resta toda una carrera por delante. La Sinfonía 41 de Mozart, sonó apresurada, de fraseo anguloso y escaso vibrato. Un Mozart enérgico y seco, de exigua cantabilidad y sentido lúdico, colores opacos y falto de claridad en los fugados del finale. 

Debutaron en Canarias los míticos 12 violoncelistas de la Filarmónica de Berlín, que celebraron su 50 aniversario con un programa de piezas cortas muy variado que incluyó desde obras encargadas por el grupo a Boris Blacher o John Williams hasta arreglos de música cinematrográfica de Morrinone, canción francesa o tangos de Piazzolla, expuestos con su peculiar sonido fruto de la excelencia de sus integrantes y su evidente placer por hacer música juntos.

Los afamados Niños Cantores de Viena volvieron al festival actuando en 5 de las islas con un programa de piezas ligeras de las que la mitad eran de Johan Strauss. La frescura, empaste y la alegría que desprenden dejó muy buenas sensaciones en el público asistente.

La Filarmónica de Munich con su titular Lahav Shani nos dejaron un delicado Concierto para violín de Mendelsson junto a Esther Yoo, que se recreó con acierto las partes más poéticas, siempre con excelente afinación y un tanto limitada en volumen, a la que Shani acompañó con atención. La Novena Sinfonía de Bruckner tuvo una lectura certeramente planificada, de sonido bruckneriano, equilibrada entre las familias orquestales, con una cuerda robusta que mantenía su presencia en los grandes tutti, metales empastados y resolutivos y maderas de sonoridad un tanto gris. A resaltar la importancia que la batuta otorgó a los amplios silencios, integrados en el desarrollo musical.

El pianista Grigory Sokolov siempre ha mantenido una personalidad musical muy definida que con los años ha depurado hasta un ascetismo que hace de sus interpretaciones un ejercicio de introspección, aportando nuevas perspectivas sobre las piezas, que lleva frecuentemente al límite. Las obras de William Byrd que integraban la primera parte del programa, pese al extremo cuidado en la digitación y la dinámica, sonaron fuera de contexto, con unos trinos que sacados de su ámbito sonoro original amenazaron la estructura de algunas piezas. Con Brahms, las 4 Baladas op. 10 y las 2 Rapsodias op. 79, nos encontramos con lecturas austeras e interiorizadas, de tempi relajados, que priorizaban el aspecto más introvertido de las piezas orillando su tempestuosidad y arrebato. 

La clausura la puso Jonathan Nott al frente de la Orquesta de la Suisse Romande que abrió la velada con el Claro de luna de la Suite Bergamasque de Debussy en orquestación de André Caplet, delicada y atmósferica, para continuar con La Consagración de la Primavera de Stravisnsky, de tempi distendidos, precisa en la marcación de los cambios de ritmo, clara en las texturas, variadísima en el  volumen, que permitió escuchar la multitud de planos incluso en los tutti más violentos, lejos de las habituales lecturas desaforadas. La orquesta suiza le hizo plena justicia con puntuales debilidades del fagot en el solo que abre la pieza o el conjunto de trompas. El Concierto para violín de Sibelius nos dejó a una Midori en estado de gracia, excelsa en la belleza del sonido, de expresividad embelesada y pasmoso virtuosismo, mientras Nott le brindaba un apoyo de gran ductilidad y volumen certeramente calibrado.     

Juan Francisco Román Rodríguez

 

41 edición del Festival de Música de Canarias

Auditorio Alfredo Kraus, Teatro Pérez Galdós.  

Las Palmas de Gran Canaria.

113
Anterior Crítica / Las potencialidades de un siglo - por David Cortés Santamarta
Siguiente Crítica / Voz frente a la adversidad - por Genma Sánchez Mugarra