Recientemente tuvo lugar en el Palau de la Música Catalana el concierto de celebración del 35 aniversario de la Orquestra de Cambra Catalana. Fundada en 1986 por Joan Pàmies, su actual director, a lo largo de sus 35 años de trayectoria la orquesta no sólo ha ofrecido conciertos en toda la geografía española, sino también en algunas de las principales capitales de Europa, Sudamérica, África y Asia, junto a solistas de prestigio internacional, mostrando a su vez un compromiso firme con la creación contemporánea y con la integración de las nuevas generaciones de intérpretes.
La obra de Ricard Lamote de Grignon con que se abría el programa, Lento expressivo, es un fiel reflejo de la estética evocadora que el compositor catalán practicó en buena parte de su producción. Sin mayores pretensiones que las del desarrollo de un tema de carácter lírico, la pieza permitió volver a apreciar el cuidado con que la orquesta preserva el depurado matiz sonoro que la caracteriza, con un fraseo de una gran naturalidad y un temperamento cálido que hacía pensar en algunas de las partituras cinematográficas que Lamote de Grignon escribió en los lejanos años de la posguerra española.
El plato central de la velada, el Concierto para violín en sol mayor de Franz Joseph Haydn, nos permitió disfrutar de una pieza que no se suele programar demasiado a menudo en las grandes salas de conciertos. Formado inicialmente en Roma con su madre, la violinista catalana Montserrat Cervera, Fiorini desarrolló su carrera como concertino en el seno de la Orquesta de la Academia Nacional Santa Cecilia de Roma, entre otras, y actualmente lo es del conjunto italiano I Musici, labor que compagina con la pedagogía como catedrático del Conservatorio Santa Cecilia de Roma.
Con un buen criterio histórico, un sonido de una gran pureza y una articulación nítida y precisa, Fiorini imprimió un carácter jovial y virtuoso a la obra. El respeto y la fidelidad que mostró ante el espíritu clásico de este concierto que Haydn compuso al servicio de los príncipes de Esterházy se apreció especialmente en un segundo movimiento que desprendió un lirismo contenido de una gran intensidad. Después de brindar un enérgico finale, Fiorini confirmó que no sólo posee una impecable técnica sino una musicalidad que sin duda hizo los placeres del auditorio en la versión arreglada para violín solista y orquesta de cámara del adagio del primer cuarteto de Haydn con que agradeció la cálida acogida del público asistente, al tiempo que dedicaba la interpretación a la memoria de su madre, que nos dejó apenas hace un año.
Escrita en 1875, un año decisivo en la vida de Antonin Dvořák, la Serenata en mi mayor op. 22 para cuerdas se cuenta entre las piezas que contribuyeron a asentar la indiscutible popularidad del compositor checo. El joven Dvořák contaba entonces treinta y cuatro años y todavía no había entrado en contacto directo con quien sería su gran protector, Johannes Brahms. Compuesta en cinco movimientos, la arrolladora fluidez con que la Orquestra de Cambra Catalana acometió el moderato inicial dio muestras del gran abanico expresivo de una formación que, bajo la batuta de Pàmies, ofreció una lectura de gran belleza e inspiración, con un finale en el que brilló el carácter apasionado e idílico de la mejor música bohemia.
Un excelente broche que confirma el buen estado de forma de la orquesta, que sabe mostrarse delicada y tempestuosa, robusta y al mismo tiempo introspectiva, sin por ello perder un ápice de calidez o intensidad cuando la música así lo requiere.
Vicent Minguet
Barcelona. Palau de la Música Catalana.
Marco Fiorini, violín.
Orquestra de Cambra Catalana. Director: Joan Pàmies.
Obras de Lamote de Grignon, Haydn y Dvořák.