No idealicemos. La mayoría de los tríos resultan convencionales. Consisten en un componente que lleva la voz cantante y dirige el discurso; otro que muestra contrapuntos al primero; y otro que pivota entre los anteriores. Un buen trío, uno de esos realmente catárticos, se ríe de este esquema. No hay jerarquías en un buen trío. Sus participantes pisotean los roles y ofrecen y reciben al mismo tiempo y con las mismas ganas. En un buen trío, se toma lo mejor de lo íntimo y de lo orgiástico.
El jueves por la tarde, en el Auditorio Nacional de Madrid (Liceo de Cámara XXI, CNDM), se practicaron tríos. De los buenos. Dos que resultan monumentos del género: el sexto de Beethoven y el segundo de Shostakovich. Y otro contemporáneo, el primero de Auerbach, que, aunque dudo de que llegue a convertirse en cima del repertorio, tampoco resulta convencional como trío, ya que los instrumentos poseen personalidades bien firmes durante el discurso. Lo malo de la pieza es el discurso en sí, en un estilo ya caduco en su estreno (1994). Las sonoridades tienen algo de música soviética de hace 80 años, pese a alguna tanda gratuita de glissandi, y apunta a lo romanticón en los momentos intensos. Realmente aburrida y predecible.
Por suerte, el bostezo se despejó gracias a la interpretación de los músicos. El grupo se caracteriza por una enorme energía, se deja la piel en lo que toca, y eso conduce al público hacia el puro disfrute. No obstante, al conjunto todavía le falta algún elemento que pulir. Para empezar, la aspereza hacia la que tienden violín y chelo. Y para continuar, la fuerza algo limitada de Roozeman, a veces al borde de la asfixia. Ningún pero se le puede poner a Varvara, una pianista que al empuje une un buceo continuo en los matices. Una intérprete magnífica.
En Beethoven, las virtudes del grupo se hicieron más patentes y los defectos se fueron mitigando. El sexto trío de Beethoven demuestra que esa mala bestia nunca fue capaz de realizar nada absolutamente canónico. Incluso en sus obras menos personales se le escapaba alguna granada de mano. Esta es personal, por supuesto, y escrita en plena madurez. La madurez de un subversivo resulta gozosa, porque une la sabiduría y la mala leche (versión disfrutona del hastío), y Beethoven siempre tuvo mucho de ambas cosas. Además, está dedicada a Joseph Haydn, ese grandísimo artesano de las formas clásicas al que Beethoven le puso los cuernos pedagógicos con Salieri. Y, como guinda, se encuentra en la tonalidad de Mi bemol Mayor, una de las favoritas del compositor cuando quería iluminar el mundo. Lo anticonvencional de la obra no debemos buscarlo en un bosque armónico que acoge para que te pierdas; ni en los juegos estructurales; todo eso está aquí, claro, pero es que se encuentra en todo su catálogo.
Lo fundamental de este trío es el papel de los instrumentos, intercambiándose protagonismo a la vez que cada uno aporta su propia esencia. La exigencia instrumental fue marca de la casa Beethoven en su época, y en esta pieza para un grupo tan reducido se aprecia a la perfección. Miura y Roozeman fueron domando sus asperezas, sobre todo a partir de esas dobles variaciones que tanto le deben a Haydn. En cuanto a la pianista, le sacó tanto brillo a la página que me quedé con ganas de escucharle un Emperador (también en Mi b Mayor).
En la segunda parte quedó demostrado que en una buena noche caben varios buenos tríos. El segundo de Shostakovich es puro Dmitri. Oscuro incluso en su humor, duro, imprevisible y, al mismo tiempo, deseoso de darse y encontrar prójimos. La obra, de hecho, está dedicada a Sollerstinski, aquel crítico musical que compartió con Shostakovich gen de infeliz, inquietud artística e intimidad. La "soledad acompañada" del compositor se encuentra muy a gusto en el formato de trío, con los tres instrumentos retroalimentándose a base de tristeza, pero también reventando ante un aire judío (ese folklore tan querido por los dos amigos).
Miura, Roozeman y Varvara se hundieron en el barro y despertaron la emoción de todo el público, con momentos tan estremecedores como la pasacaglia. Tanto se fundieron los instrumentistas con el discurso, que incluso remontaron el coitus interruptus de un móvil que nadie supo apagar ¡en dos ocasiones! Finalmente, una buena jornada de tríos. De buenos tríos, porque si no sólo habría sido convencional. En la música, como en la vida.
Juan Gómez Espinosa
Liceo de Cámara XXI. CNDM.
Lera Auerbach (Trío para violín, violonchelo y piano nº 1, op. 28), Ludwig van Beethoven (Trío para violín, violonchelo y piano nº 6 en mi bemol mayor, op. 70, nº 2) y Dmitri Shostakóvich (Trío para violín, violonchelo y piano nº 2 en mi menor, op. 67).
Intérpretes: Fumiaki Miura (violín), Jonathan Roozeman (violonchelo) y Varvara (piano).
26 de octubre de 2023, Auditorio Nacional de Música de Madrid (Sala de Cámara).
Foto © Elvira Megías