Siempre los conciertos del ciclo Ibermúsica son deseados por los aficionados por su calidad esperable, al menos teniendo en cuenta el plantel de orquestas y directores que están programados. En este caso, además, había una cierta expectación por ver la presentación en Madrid de esa joven extraordinariamente talentosa que es la violinista granadina María Dueñas, que con tan solo 16 años está en la cresta de la ola.
El programa estaba integrado por tres piezas, de las cuales las dos integrantes de la primera parte eran poco atractivas a priori, poco atractivas en el sentido de que es música bien escrita pero de una superficialidad terrible. Entiéndase correctamente esta afirmación: el concierto de Paganini, como toda su obra, tiene un objetivo claro, mostrar la habilidad del intérprete; y en el caso de la Danza Navarra de la ópera El Cid de Massenet, no pasa de ser música funcional con poca inspiración.
Y así transcurrió la primera parte: sin inspiración. La Orquesta Nacional Filarmónica Rusa es de un virtuosismo único, con un sonido robusto que era alimentado por una inmensidad de instrumentistas -8 contrabajos y 29 violines entre primeros y segundos-. El Concierto nº1 de Violín, endemoniado como pocos, fue solucionado por María Dueñas con una técnica sin tacha, a la que habría que añadir un deseo sincero de hacer música y de fraseo. La exposición orquestal del primer movimiento, amplia y extensa, fue recortada a una mera presentación del tema principal, escamoteándonos el segundo tema. No sé si es la práctica habitual en esta obra, pero así sucedió. Y aquí la orquesta, con su director y violinista Spivakov, estuvieron atentos a los numerosos rubateos y cambios de tempo. En cualquier caso, María Dueñas apareció ante todos, con un sonido bellísimo y equilibrado en sus registros, como el prodigio que sin duda es, regalándonos una propina para violín solo de larga duración que no tuvo la deferencia de anunciar, y que presuponemos que podría ser uno de los Dos Caprichos a ella dedicados por Jordi Cervelló. (Posteriormente hemos sabido que la propina ofrecida por María Dueñas fue la Sonata núm. 3 para violín solo de Ysaÿe “Ballade”).
La segunda parte, donde misteriosamente se anunciaba El lago de los Cisnes y Cascanueces (selección), fue efectivamente una selección de El lago de los Cisnes de siete danzas, más, y disculpen si no es posible precisar más, una danza de Cascanueces más otra como primera propina, o dos danzas de Cascanueces. En cualquier caso, no es nada serio este tipo de vagas indicaciones. Aquí fue donde, aunque había habido insinuaciones en la Danza Navarra massenetiana, se confirmó lo oído: Spivakov no es un director de altura internacional. Ni por gesto, siempre manos simétricas con pocas indicaciones de fraseo o independencia gestual, ni por concepción, el resultado no es de recibo. Se ancló en el forte, y de ahí para arriba, ofreciendo las más estruendosas y menos matizadas versiones que imaginarse pudiera.
La orquesta, repito, de un virtuosismo increíble, sonaba rotunda en todo momento, con aire a banda de pueblo, chabacana. Como última propina, nos ofrecieron el intermedio de La boda de Luis Alonso, y Spivakov batió cualquier marca de velocidad. Creo que nunca podremos escuchar otra versión más rápida. Y aquí ya fue el festín de los metales y la percusión, desaforados como si en ello les fuera la vida, y con un nivel de decibelios atronador, hasta el punto de que aquello parecía un concierto para pandereta y orquesta, con el propio Spivakov alimentando el desafuero. Como no podría ser de otra manera, el público aplaudió a rabiar. Mancò finezza!
Jerónimo Marín
María Dueñas, violín. Orquesta Estatal Filarmónica de Rusia. Vladimir Spivakov.
Danza Navarra, de Massenet. Concierto para violín nº1, de Paganini. Selección de El Lago de los Cisnes y Cascanueces, de Tchaikovsky.
Ibermúsica. Auditorio Nacional, Madrid. 06-11-19.
Foto © Rafa Martín / Ibermúsica