Presionado por la censura, Verdi renunció a mantener la acción de su Un ballo in maschera en la corte de Gustavo III de Suecia para, finalmente, situarla en el Boston del siglo XVIII. La historia de la conspiración de Renato contra su amigo Riccardo, el gobernador del Estado, que cree que lo ha traicionado y al que acaba asesinando durante un baile de máscaras, necesita de un contexto político que trascienda la anécdota personal que conduce al desenlace. Cuando la trama sucedía en Estocolmo el contexto político era evidente. Gustavo III se presentaba como un soberano ilustrado, muy popular pero enemistado con la nobleza por intentar reducir sus privilegios, hedonista, libertino, sin escrúpulos morales, borracho de poder y bailando al borde del precipicio con consecuencias fatales.
La decisión de trasladar la acción a Estados Unidos no afectaba en nada a la arquitectura de la trama, pero la dejaba huérfana de contexto, como si todo se redujera a una venganza por un inexistente adulterio. Lo que hace Gianmaria Aliverta es suministrar a la trama, manteniéndola en Estados Unidos, un contexto como el que tenía cuando sucedía en Suecia. Para ello la acción dramática avanza hasta el siglo XIX, a los años posteriores a la Guerra Civil Americana, cuando Estados Unidos ya ha conseguido su independencia de Gran Bretaña y los estados del norte se han impuesto a los del sur, se ha abolido la esclavitud y los cambios estructurales que se están imponiendo generan una reacción de una violencia extrema entre quienes se resisten a aceptarlos, fanatizados por un racismo sanguinario que va a durar todavía muchas décadas.
Durante la obertura de la ópera, tres mujeres afroamericanas que cosen una bandera nacional del State Council Chamber sufrirán el ataque y la intimidación del soldado de guardia del juez. Es una primera indicación de que el racismo subyace en las estructuras de poder del Estado, como se demostrará poco después cuando el juez que aparece en la primera escena acusando a Ulrica de tener “l’immondo sangre dei neri” (frase del libreto original, por cierto) reaparece como líder de un sector del Klu Klux Klan que lincha y asesina a un afroamericano ante una cruz ardiente. La trama de “vendettas” personales de la obra tiene así un contexto político, un espacio en el que se visualiza el enfrentamiento de intereses, ideologías, códigos morales y poderes contrapuestos, más allá de lo personal. Un contexto creíble que sustituye al de la corte de Gustavo III que Verdi no pudo llevar a cabo por las reticencias de los censores.
No queda claro en el espectáculo si la acción transcurre en Boston o en cualquier otro estado americano. Y mejor así porque, en realidad, Boston fue uno de los centros neurálgicos del movimiento abolicionista y uno de los lugares con actitudes más progresistas a favor de la liberación de los esclavos, con escasas actividades del Klan. El director de escena habla de “una Boston abstracta, en el sentido de ciudad liberal, vanguardista y próxima al personaje de Riccardo. Pero que comete la imprudencia de desdeñar a la minoría que todavía está a favor de la esclavitud”. Los cambios que propone Aliverta refuerzan las intenciones de Verdi y mantienen las simpatías del público, como quiere el compositor, hacia el personaje de Riccardo, que encarna los valores de la justicia, la valentía y la filantropía, víctima de su magnanimidad tanto en la política como en el amor, opuesto a fuerzas reaccionarias atávicas. El motor de la acción es, en paralelo al conflicto amoroso, la disputa racista que ha polarizado a las fuerzas vivas del Estado y ha acabado alimentando una conspiración para rechazar una reforma democrática por la que el gobernador ha mostrado imprudentemente su entusiasmo.
Se han tenido que inmolar partes de la escenografía y del movimiento del coro, solistas y bailarines para adaptar la puesta en escena de Un ballo in maschera del Teatro La Fenice de Venecia al protocolo sanitario vigente para combatir la pandemia del covid-19. Es de justicia agradecer al director de escena Gianmaria Aliverta y a todo su equipo su disposición a sacrificar todo lo necesario para que el Teatro Real pueda inaugurar su temporada haciendo, respecto al concierto semiescenificado que fue La Traviata en julio, un paso más en la dirección de conquistar la normalidad. Esta no puede ser todavía una “puesta en escena” en el sentido pleno, pero tanto la inteligente dramaturgia como la flexibilidad de sus autores para implantarla van a permitir al Teatro Real inaugurar su temporada con un espectáculo escenificado y no limitarse a esperar tiempos mejores cancelando su actividad.
Un teatro tiene que hacer todo lo posible por permanecer abierto, que para eso existe. Y, al mismo tiempo, para lograr este objetivo no queda más remedio que ajustar la propuesta escénica a la más estricta normativa sanitaria, que desde luego para el Teatro Real es la absoluta prioridad. Tras una “Traviata” en concierto “semiescenificado" y un “Ballo” escenificado, pero no del todo, el objetivo del Teatro Real es que la siguiente producción, Rusalka, sea ya una de las grandes -y mejores- puestas en escena internacionales que se van a estrenar a lo largo de la temporada 2020-2021.
por Joan Matabosch
Director Artístico del Teatro Real
Foto: Montaje de Un ballo in maschera procedente del Teatro La Fenice de Venecia, con dirección de escena de Gianmaria Aliverta, escenografía de Massimo Checcheletto, diseño de figurines de Carlos Tieppo y diseño de luces de Fabio Barettin / © Michele Crosera | Teatro de la Fenice