* En la muerte de Ennio Morricone (1928 - 6 de julio de 2020) / Artículo publicado en la revista RITMO de julio-agosto, dentro de la sección “La gran ilusión”
Desde 2011 (con Muti) no iba a parar el premio Princesa de Asturias de las Artes al mundo de la música. Este año ha recaído en dos compositores que con sus inmortales bandas sonoras han conseguido rasgar las telas de la pantalla e introducirse para siempre en nuestra memoria colectiva. Aunque poco tienen que ver entre sí, Ennio Morricone nació en el trastévere romano (1928) y John Williams en una pequeña localidad de Nueva York (1932), ambos han logrado con estilos diferentes convertirse en leyendas del cine. Sus bandas sonoras poseen tanta fuerza, personalidad y magnetismo, que muchas veces son capaces de quitarle protagonismo a la propia imagen. Con ellos uno puede ir al cine con una venda en los ojos y, aun así, disfrutar de la proyección, pues cuando sus nombres aparecen en los títulos de crédito, el órgano sensorial que termina esclavizado es el oído. Y es que resulta imposible no salir de la sala oscura silbando o tarareando algunas de sus melodías.
Morricone quiso ser trompetista como su padre. Tuvo como profesores de composición a Goffredo Petrassi (clasicismo) y al perro verde de John Cage (vanguardia). Williams siempre tuvo alma de pianista y entre sus influjos musicales, aparte de los sonidos propios de su país, está el uso de una gran orquesta, además de poseer influencias de compositores clásicos del séptimo arte como Max Steiner o Wolfgang Korngold. Curiosamente ambos músicos utilizan una herramienta muy wagneriana en sus partituras: el leitmotiv, estando vinculado cada personaje (o incluso algún objeto) a un tema musical. ¿Qué sería de Darth Vader sin su marcha imperial? ¿Puede uno imaginarse a Charles Bronson tocando otra cosa que no sea una harmónica?
Morricone ha compuesto música para más de 500 películas, vendiendo más de 70 millones de discos. Aparte del honorífico, solo ha conseguido ganar un premio Oscar gracias a Tarantino y sus Odiosos ocho (2016). Como los Hitchcock-Herrmann, Lean-Jarre, Badalamenti-Lynch, Preisner-Kieslowski o Fellini-Rota, su nombre siempre estará ligado al de un director, el que fuera su compañero de colegio Sergio Leone. A él le regalaría sus mejores creaciones, sobre todo en el universo del spaghetti-western, que por obra y gracia de su ingenio se hacía eterno echando mano de un simple silbido, una harmónica, un carrillón o una flauta de pan. Curiosamente componía la música mucho antes de dar el primer golpe de claqueta, de ahí que Leone gustara de ponerles la banda sonora a sus actores mientras rodaba.
Mi preferida y la que más veces he escuchado en mi mocedad ha sido la música de esa obra maestra del género de gánsteres que es Érase una vez en América, quizás por su marcado aliento nostálgico y sentimental, con su hermosa “amapola” y ese particular uso del coro. En alemán existe una palabra que consigue abarcar todo su ramillete emocional: Sehnsucht. No hay que olvidarse tampoco de sus colaboraciones para La Misión (con su conmovedor oboe), Novecento, Los intocables o las concebidas para Giuseppe Tornatore, como la bellísima y legendaria Cinema Paradiso.
Por su parte, hablar del sinfonista Williams, poseedor de un amplio catálogo de obras de patrón clásico, supone citar inexcusablemente la filmografía de Steven Spielberg. Para él han sido sus mejores trabajos (28 colaboraciones hasta hoy) en estas seis décadas de trabajo que le han reportado, entre otros galardones, 52 nominaciones y 5 Premios Oscar. Tiburón, con su inquietante y wagneriano uso de los metales (el dragón Fafner anda cerca), sigue siendo una de las mejores músicas de cine de todos los tiempos. Pero no hay que olvidarse de la colorida orquestación de E.T., los tintes épicos espaciales de la saga Star Wars, la riqueza rítmica de Indiana Jones o ese desgarrador lamento del violín que personifica magistralmente la tragedia del pueblo hebreo en La lista de Schindler.
Spielberg aparte, destacar el musical El violinista en el tejado, Harry Potter, Superman o Family Plot para el dios Hitchcock. Imposible no disfrutar viéndole dirigir una vibrante “marcha imperial” en la gala que en 2014 le dedicó la Filarmónica de Los Ángeles y Dudamel (CMajor), demostrando que es mucho mejor director de su música que el italiano.
A los mortales solo nos queda imitar a Jacques Perrin al final de Cinema Paradiso. Ponernos cómodos en nuestra butaca y esperar a que arranquen sus películas. Cerrar los ojos, abrir bien los oídos y disfrutar de su música por toda la eternidad. La magia del cine no sería la misma sin estos dos hermanos de trinchera.
Javier Extremera
Foto: “Aparte del honorífico, Morricone solo ha conseguido ganar un premio Oscar gracias a Tarantino y sus Odiosos ocho (2016)” / © Kevin Mazur - Getty Images