Continuamos con la publicación de las distintas secciones de la revista RITMO disponibles hasta ahora solo en papel, continuando con “Las Musas”, donde las mujeres escriben sobre mujeres, una tribuna libre mensual donde rescatar la figura de compositoras, cantantes, instrumentistas, profesoras, musicólogas, directoras, etc. En esta ocasión publicamos la realizada para la revista de septiembre de 2021 por Sira Hernández.
Anna Maria Walpurga Mozart / Nannerl o “Hágase la Voluntad del Padre”
por Sira Hernández
La hermana de Wolfgang Amadeus Mozart: la voz silenciada
Este artículo nace de la necesidad, e incluso del deber, de dar voz a Anna Maria Mozart, la hermana de Mozart. Una de tantas voces y talentos silenciados por la historia de la música, del arte y la cultura, por razones estrictamente de género, como diríamos hoy. Por ser mujer. Por ser pertenencia absoluta de la voluntad del padre y de una sociedad estrictamente patriarcal.
Por lo que sabemos, Anna Maria Mozart, llamada con el apelativo cariñoso de Nannerl o Marianne en el entorno familiar, nació en Salzburgo el 30 de julio de 1751, con un gran talento y una extraordinaria musicalidad, cultivada con esmero por el padre, Leopold, compositor, violinista y maestro de capilla del arzobispado de Salzburgo, que la educó para ser una brillante intérprete del clavecín y del piano, como también hizo con su hijo Wolfgang. Sabemos de sus espectaculares éxitos en las giras que, desde muy pequeña, realizó por Europa, y que alcanzaron una especial notoriedad por su enorme capacidad y gracia interpretativas, junto a su célebre hermano, cinco años más pequeño, el gran genio en ciernes, Wolfgang Amadeus Mozart, considerados ambos niños prodigio.
La primera gira fue en Munich, en 1762, y el segundo viaje, a Viena, en 1763. Es allí donde los dos niños ofrecieron múltiples conciertos en palacios y salones aristocráticos, incluso en la corte imperial de Schönbrunn, donde causaron sensación: “Imagínense una niña de 11 años que ejecuta las sonatas y los conciertos más difíciles de los más grandes maestros del clavecín o piano de cola con una facilidad increíble y los toca con el mejor gusto…”.
La siguiente gira duró más de tres años, hábilmente gestionada por el padre, que supo introducirse en las cortes más influyentes, donde los dos niños asombraron al público con su talento y maestría. Siguieron giras a París y Londres, que siempre causaron el mismo asombro: “Fue algo encantador ver a la hermana de 14 años y a su hermano tocar de manera magistral… Hacen milagros…” (periódico europeo de Salzburgo).
Por todo esto, es doblemente de extrañar el silencio sobre ella y su trayectoria musical, que solamente ahora está empezando a cobrar interés (existe una película de René Féret, Nannerl, la hermana de Mozart, y una novela de Rita Charbonnier con el mismo título recientemente publicada). La carrera de Marianne se vio abruptamente truncada por la voluntad del padre al cumplir 18 años y, por lo tanto, estar ya en edad de casarse, y poco a poco quedó en el olvido. Es tan evidente y perdura tanto en el tiempo ese silencio, que me he quedado muy asombrada al buscar información sobre ella en el, por otra parte, magnífico libro sobre Wolfgang Amadeus Mozart del gran historiador y crítico musical Bernhard Paumgartner (Mozart, ed. Einaudi), y comprobar que, cuando se busca su nombre en el listado de personas citadas, hay que buscarla con el nombre del ¡marido!, Johann Baptiste Franz von Berchtold zu Sonnenburg, con quien se casó en 1783, costumbre esta muy de la época. en la cultura de entonces, y que es de uso todavía en ciertos lugares, y se anteponía la autoridad identitaria del esposo sobre la de la mujer, una vez que esta se casaba, en un intercambio de poderes de padre a marido.
Obedeciendo al padre, Nannerl se casó con Berchtold, quince años mayor que ella y un magistrado muy adinerado, con cinco hijos de dos matrimonios anteriores a su cargo. Ella cuidó con total entrega de esos hijos, junto a los otros tres que tuvo también con él. Curiosamente, el primero de estos que tuvo, llamado Leopold en honor a su padre, Nannerl lo deja al cuidado de su propio progenitor, como un nuevo acto de total sumisión, para que el abuelo lo educase y lo forjase así como había hecho con ella y con su hermano, quizás con la voluntad de que este no se escapara de sus riendas y sus directivas, como sí hizo Wolfgang al llegar a la mayoría de edad.
La actitud y el carácter de Nannerl es difícil de entender hoy en día, pero hay que comprender que en aquella época los hijos (la cultura patriarcal también abarcaba a los hijos de sexo masculino, aun salvando las distancias, claro, e imponía en ellos unas reglas muy estrictas, no lo olvidemos), debían una total sumisión y obediencia a los padres. Solo un carácter verdaderamente fuerte y capaz de romper esas cadenas educativas y psicológicas podía rebelarse y ser libre. De hecho, el hermano de Nannerl así lo hizo. El precio por liberarse de estas normas era la extrema soledad y ser proscrito por el entorno familiar. Y así fue, como sabemos: Wolfgang pagó por su libertad un alto precio, no solamente económico, sino también emocional y psicológico.
Nannerl no pudo romper con eso y se entregó totalmente a la voluntad del padre. Renunció a la música como intérprete y a la composición, pues sabemos que había escrito alguna que otra obra, que el hermano alababa en sus cartas, y la animaba a seguir por ese camino, como señala Wolfgang en una carta desde Nápoles a su hermana, el 19 de mayo de 1770, donde dice que escribe a la perfección, sin ningún error en la construcción de un bajo para un Minuet de Haydn… Y que debe insistir en esa dirección. Era además una intérprete virtuosa, acompañaba al hermano y sabía modular e improvisar con extrema brillantez. También sabemos que renunció al amor, desistiendo seguir la relación con Franz D’Ippold, tutor privado de quien estaba profundamente enamorada, y que la había pedido en matrimonio, aunque el padre rechazó dicha proposición, no obstante el propio Wolfgang la animaba a seguir adelante con sus sentimientos y su relación.
Existe un precioso documento, un pequeño cuaderno de música, Nannerl Notenbuch 1759 de Leopold Mozart, que poseo en una edición muy bella (ed. Heinrichshofen’s Verlag Wilhemshaven, de Enrich Valentin), donde están escritas pequeñas composiciones que van aumentando gradualmente de dificultad y que parece ser que eran obras cortas que escribía el padre en el cuaderno para que la hija fuera ejercitándose. Parece que también hizo uso de ella el genial hermano, que incluso llegó a escribir él mismo alguna de estas cortas y fáciles piezas a partir de la sorprendente edad de cuatro años... Recogía también obras del propio Leopold y de otros autores; es de extrañar que no se diga ni se plantee la posibilidad de que también podría alguna pieza estar escrita por la hermana, por Nannerl, ya que siendo mayor que su hermano y teniendo los mismos conocimientos, podía también haber hecho uso de sus dotes creativas en su proprio cuaderno. Pero estas son solo especulaciones. Nada se sabe a ciencia cierta de sus composiciones de ese momento y muy poco de las posteriores. Hay unas páginas arrancadas del cuaderno, y podemos especular sobre ello, pero nada más.
Sabemos, eso sí, que finalmente se dedicó exclusivamente, aparte de a ser madre y esposa, a la enseñanza musical, impartiendo clases particulares en la juventud al dejar la actividad de conciertos y, una vez viuda desde 1801, hasta cumplir 76 años, aun quedándose ciega en 1825. Falleció el 29 de octubre de 1829. Siempre cabrá la pregunta de qué hubiera sido de ella artísticamente si hubiera podido seguir y desarrollar su gran talento musical manifestado con tanta brillantez en la primera juventud. Nos quedan sus cartas y sus notas en el diario donde narra, como una simple crónica, la vida a su alrededor (Il diario di Nannerl, Zecchini Editori). Y poco más.
Sira Hernández
Pianista de carrera consolidada y sensible a las cuestiones sociales, la también compositora ha grabado obras de Mompou o Soler, entre otros.
www.sirahernandez.com
Foto: Anna Maria Mozart cuando niña, retrato presumiblemente de Pietro Antonio Lorenzoni.