Continuamos con la publicación de las distintas secciones de la revista RITMO disponibles hasta ahora solo en papel, continuando con “Las Musas”, donde las mujeres escriben sobre mujeres, una tribuna libre mensual donde rescatar la figura de compositoras, cantantes, instrumentistas, profesoras, musicólogas, directoras, etc. En esta ocasión publicamos la realizada para la revista de octubre de 2018 por Elena Horta Barrio.
María Lejárraga
El derecho de maternidad intelectual
“Aún falta mucho tiempo [...] antes de que una mujer pueda sentarse a escribir un libro sin encontrar un fantasma que matar, una roca contra la cual estrellarse” (Virginia Woolf, 1942)
A lo largo de la historia, multitud de artistas se han encontrado con la dificultad de hacer públicas sus obras firmando con su verdadero nombre, el de mujer. En cambio, optaron por hacerlo utilizando un seudónimo, o el nombre de su pareja, o el de un familiar, todos ellos de varón. Entre las razones que producían esta práctica podrían citarse varias: se pensaba que la vida artística no era propia de mujeres, o se consideraba que sus capacidades y sus obras no podían igualar las de sus colegas masculinos, o que las debían estar relegadas exclusivamente a la vida doméstica.
María Lejárraga lo ilustraría en uno de sus escritos perfectamente: “Las mujeres callan porque, aleccionadas por la religión, creen firmemente que la resignación es virtud; callan por miedo a la violencia del hombre, callan por costumbre de sumisión; callan, en una palabra, porque en fuerza de siglos de esclavitud, han llegado a tener el alma de esclavas.”
“…ya nada de cuanto escribes es tuyo, se acabó tu numen, tu marido es el que escribe y tú la que firmas” (Rosalía de Castro, 1866)
María de la O Lejárraga (San Millán de la Cogolla, 1874 - Buenos Aires, 1974), escritora y dramaturga, fue silenciada tras la sombra de su marido durante muchos años. Su primera obra literaria, Cuentos breves para niños, fue publicada en 1899 y es la única firmada con su verdadero nombre. A partir de 1900 comienza una larga y fructífera colaboración profesional con Gregorio Martínez Sierra, con quien se casaría ese mismo año. Ambos formaron una suerte de sociedad que se podría explicar así: ella escribía, él hacía. Gregorio se convertiría en un afamado dramaturgo, crearía su propia compañía dramática, y se convertiría en el director y empresario del Teatro Eslava de Madrid. Mientras, María era la autora de las obras dramáticas llevadas a la escena y publicadas con el nombre “Gregorio Martínez Sierra” por mutuo acuerdo.
La casa madrileña del matrimonio era frecuentada por grandes figuras intelectuales como Juan Ramón Jiménez, Joaquín Turina o Manuel de Falla. De la amistad con este último, al que María y Gregorio habían conocido en París en el año 1913, surgen dos obras maestras: El Amor Brujo y El Sombrero de Tres Picos. En la correspondencia mantenida entre ambos, se revelan los estrechos lazos de amistad que se crearon entre Manuel de Falla y María. En estas cartas también se puede observar que fue ella quien escribió el libreto de El Amor Brujo, y realizó la adaptación de El Sombrero de Tres Picos de Pedro A. de Alarcón, aunque ambas fueran firmadas con el nombre de Gregorio Martínez Sierra.
La relación profesional del matrimonio Martínez Sierra se mantuvo incluso cuando Gregorio se enamoró de Catalina Bárcena, actriz de su compañía teatral. En el año 1916 María confiesa por carta sus “fatigas amorosas” a su gran amigo, Manuel de Falla. Pero no fue hasta 1920, año en el que nació la hija de Gregorio y Catalina, cuando María y Gregorio se separaron definitivamente.
Ha recibido calificativos como “la mujer en la sombra” o “la feminista sumisa”, y verdaderamente el caso de María Lejárraga es excepcional, ya que el anonimato que ella misma se impuso resulta poco comprensible en el caso de quien fuera diputada del PSOE por Cádiz en las elecciones de 1933, y distinguida en la lucha socialista y por los derechos de la mujer. Ella misma explica la razón en sus memorias: “Siendo maestra de escuela no quería empañar la limpieza de mi nombre con la dudosa fama que en aquella época caía como sambenito casi deshonroso sobre toda mujer literata”.
“Los hijos de nuestra unión intelectual no llevarán más que el nombre del padre” (María Lejárraga)
Gregorio Martínez Sierra finalmente dejaría en el año 1930 un escrito firmado en el que declaraba que todas sus obras estaban escritas en colaboración con María. Por lo tanto, la autoría moral o el derecho de paternidad de sus obras quedaba fuera de dudas, si es que todavía existía alguna. Pero María no reclamó nada hasta que la hija que Gregorio tuvo con Catalina pretendió heredar los derechos económicos de autor de su padre, al morir este. Quizás fue este hecho lo que le llevó a romper su silencio publicando en México en el año 1953 sus memorias, Gregorio y yo, prohibidas en España por la censura franquista. Recientemente se han reconocido también los derechos económicos de la autoría de María sobre El Sombrero de Tres Picos y El Amor Brujo.
Pero su caso y el de muchas otras mujeres ilustra las dificultades que tuvieron para dar a conocer sus creaciones, y arroja por lo tanto la pregunta de cuántas obras maestras han podido quedar silenciadas a lo largo de la historia por el hecho de no tener un padre…
por Elena Horta Barrio
Pianista y gestora cultural. Es productora musical en Radio Clásica y dirige y presenta el programa “Gran Repertorio”, en dicha emisora.
Foto: Manuel de Falla, María Lejárraga, Joaquín Turina y Nati Lejárraga en la terraza del piso de los Martínez Sierra en Madrid, ca. 1916. (© Fundación Archivo Manuel de Falla, Granada, 2013)